Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la Literatura... Un camino de reflexiones y letras para encontrarnos.
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sábado, 4 de abril de 2015

El espejo de la realidad





Cuentan que el señor Gastón era un hombre fanfarrón, altanero y orgulloso. Siempre quería aparentar ante los demás que era superior en todo, aunque la mayoría de la gente sabía del profundo vacío que existía dentro de él y de la molestia que le causaban las personas que lo superaban en algún aspecto, especialmente en lo cultural, ya que era muy bueno en su profesión, pero tenía malos modales. Esto le indignaba y le producía un hondo resentimiento.
Su forma de caminar era muy cómica porque quería sacar mucho el pecho y, a la vez, ocultar su barriga. Estas posturas le proporcionaban un extraño tambaleo, similar a la de un pingüino, y hacían reír a los que lo conocían. Pero él continuaba sintiéndose el mejor, pese a que ya había perdido muchas de sus amistades y hasta la familia se le había alejado. Solamente se acercaban los interesados que querían sus favores, debido a que ocupaba un importante cargo público.

Una mañana pasó por una tienda de antigüedades y compró un hermoso espejo que parecía haber pertenecido a una elegante familia del año 1860, de la cual se tenían pocas referencias. Se decía que ésta se había ido de la ciudad sin avisar y dejó íntegramente su mobiliario que jamás fue reclamado. Por eso el Estado lo tomó y lo remató.
Gastón colocó el espejo en la sala para verse antes de salir al trabajo y lucir sus anillos, cadenas y esclavas de oro. Con el tiempo, esto se fue convirtiendo en un ritual; era tanto su narcisismo que pasaba hasta media hora mirándose antes de salir.
Un día decidió hacer una fiesta en su casa para celebrar su cumpleaños, a la que invitaría a sus falsos amigos para derrochar su dinero y, desde luego, recibir muchas adulaciones. Así fueron llegando los invitados que lucían hermosas vestimentas. Esa noche Gastón lucía un lujoso esmoquin y cada vez que pasaba por el espejo se veía y sonreía; a veces, se ajustaba la corbata o la hebilla de la correa. Pero en una de esas ocasiones vio el reflejo de un hombre vestido de bufón, con un traje de rayas negras y rojas, zapatos blancos de punta y un sombrero del mismo color, que estaba conversando animadamente con un mendigo que llevaba ropas rasgadas y sucias; extrañado, volteó y sólo encontró a dos invitados que, vestidos con sus despampanantes trajes, dialogaban animadamente. Pensó que todo había sido efecto de los tragos, por lo que se retiró a degustar de un exquisito bufé y a bailar. Al cabo de una hora retornó al espejo con su rutina de ajustarse los detalles del traje y del cabello. De pronto, vio reflejado en éste a tres mujeres vestidas de brujas, con lenguas de serpientes que salían de sus bocas y se recogían. Con cara de asombro y sonriente, se giró Gastón y miró a las damas que estaban chismeando cosas de sus esposos. En ese instante se le acercó uno de sus asistentes del trabajo y comenzó a adularlo:
Señor, qué bien se ve, y este traje que luce hoy es espectacular.
Como por instinto, Gastón miró el espejo y, para su sorpresa, vio al hombre convertido en un camaleón. Entonces soltó una carcajada y pensó con arrogancia: «Estos imbéciles, mira cómo se ven, eso es lo que son en realidad, ojalá y aprendieran a ser como yo»; cuando de reojo miró su reflejo, se vio como un payaso con peluca verde, zapatos grandes y la nariz roja. Se llenó de ira, pero mientras más se enfurecía más le crecía la nariz.
Disimuló y se retiró con su interlocutor. Al finalizar la fiesta, cuando ya todos se habían marchado, regresó al espejo y le reclamó con violencia. En ese instante su imagen se fue convirtiendo nuevamente en la del payaso con su gran nariz. Fue tanta la furia que quiso golpear a esa insolente cosa que se atrevía a burlarse de él y le lanzó un golpe con todas sus fuerzas, con la intención de  volverlo añicos. Para su sorpresa, el cristal se hizo gelatinoso y lo absorbió por completo. Al atravesarlo, se percató que estaba en otro lugar o, mejor dicho, en otra dimensión donde había muchos espejos y también muchas personas fanfarronas, altaneras y orgullosas como él que, al reflejarse en ellos, se mostraban con la verdadera cara que tenían por dentro.

Del libro: Cuando tenga tiempo, empiezo... 
De: Ernesto Marrero.

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