Cuentan
que el señor Gastón era un hombre fanfarrón, altanero y orgulloso.
Siempre quería aparentar ante los demás que era superior en todo, aunque
la mayoría de la gente sabía del profundo vacío que existía dentro de
él y de la molestia que le causaban las personas que lo superaban en
algún aspecto, especialmente en lo cultural, ya que era muy bueno en su
profesión, pero tenía malos modales. Esto le indignaba y le producía un
hondo resentimiento.
Su
forma de caminar era muy cómica porque quería sacar mucho el pecho y, a
la vez, ocultar su barriga. Estas posturas le proporcionaban un extraño
tambaleo, similar a la de un pingüino, y hacían reír a los que lo
conocían. Pero él continuaba sintiéndose el mejor, pese a que ya había
perdido muchas de sus amistades y hasta la familia se le había alejado.
Solamente se acercaban los interesados que querían sus favores, debido a
que ocupaba un importante cargo público.
Una
mañana pasó por una tienda de antigüedades y compró un hermoso espejo
que parecía haber pertenecido a una elegante familia del año 1860, de la
cual se tenían pocas referencias. Se decía que ésta se había ido de la
ciudad sin avisar y dejó íntegramente su mobiliario que jamás fue
reclamado. Por eso el Estado lo tomó y lo remató.
Gastón
colocó el espejo en la sala para verse antes de salir al trabajo y
lucir sus anillos, cadenas y esclavas de oro. Con el tiempo, esto se fue
convirtiendo en un ritual; era tanto su narcisismo que pasaba hasta
media hora mirándose antes de salir.
Un
día decidió hacer una fiesta en su casa para celebrar su cumpleaños, a
la que invitaría a sus falsos amigos para derrochar su dinero y, desde
luego, recibir muchas adulaciones. Así fueron llegando los invitados que
lucían hermosas vestimentas. Esa noche Gastón lucía un lujoso esmoquin y
cada vez que pasaba por el espejo se veía y sonreía; a veces, se
ajustaba la corbata o la hebilla de la correa. Pero en una de esas
ocasiones vio el reflejo de un hombre vestido de bufón, con un traje de
rayas negras y rojas, zapatos blancos de punta y un sombrero del mismo
color, que estaba conversando animadamente con un mendigo que llevaba
ropas rasgadas y sucias; extrañado, volteó y sólo encontró a dos
invitados que, vestidos con sus despampanantes trajes, dialogaban
animadamente. Pensó que todo había sido efecto de los tragos, por lo que
se retiró a degustar de un exquisito bufé y a bailar. Al cabo de una
hora retornó al espejo con su rutina de ajustarse los detalles del traje
y del cabello. De pronto, vio reflejado en éste a tres mujeres vestidas
de brujas, con lenguas de serpientes que salían de sus bocas y se
recogían. Con cara de asombro y sonriente, se giró Gastón y miró a las
damas que estaban chismeando cosas de sus esposos. En ese instante se le
acercó uno de sus asistentes del trabajo y comenzó a adularlo:
—Señor, qué bien se ve, y este traje que luce hoy es espectacular.
Como
por instinto, Gastón miró el espejo y, para su sorpresa, vio al hombre
convertido en un camaleón. Entonces soltó una carcajada y pensó con
arrogancia: «Estos imbéciles, mira cómo se ven, eso es lo que son en
realidad, ojalá y aprendieran a ser como yo»; cuando de reojo miró su
reflejo, se vio como un payaso con peluca verde, zapatos grandes y la
nariz roja. Se llenó de ira, pero mientras más se enfurecía más le
crecía la nariz.
Disimuló
y se retiró con su interlocutor. Al finalizar la fiesta, cuando ya
todos se habían marchado, regresó al espejo y le reclamó con violencia.
En ese instante su imagen se fue convirtiendo nuevamente en la del
payaso con su gran nariz. Fue tanta la furia que quiso golpear a esa
insolente cosa que se atrevía a burlarse de él y le lanzó un golpe con
todas sus fuerzas, con la intención de volverlo
añicos. Para su sorpresa, el cristal se hizo gelatinoso y lo absorbió
por completo. Al atravesarlo, se percató que estaba en otro lugar o,
mejor dicho, en otra dimensión donde había muchos espejos y también
muchas personas fanfarronas, altaneras y orgullosas como él que, al
reflejarse en ellos, se mostraban con la verdadera cara que tenían por
dentro.
Del libro: Cuando tenga tiempo, empiezo...
De: Ernesto Marrero.
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Frases del escritor
Filosofía clásica y existencial en torno a la Literatura... Un camino de reflexiones y letras para encontrarnos.
Instagram:@ernestomarrero / Facebook: Ernesto Marrero Ramírez
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sábado, 4 de abril de 2015
El espejo de la realidad
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