Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la literatura... Un camino para encontrarnos.
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jueves, 25 de junio de 2020

El cuerpo y la finitud



Polícrates el rey de Samos, organizó en su lujoso palacio, donde resplandecía la avaricia y la vanidad humana, una fiesta en honor a Pitágoras. Antes de entrar a la concurrida sala, Anacreonte le sugirió al maestro que tratara de halagar al rey ya que esto le gustaría mucho, pero éste se negó. Entró al salón con su esbelto cuerpo de un hombre de treinta años, aunque en realidad poseía cincuenta y siete, muchos comentaban a escondidas que Pitágoras había  encontrado la fuente de la eterna juventud. Le ofrecieron los mejores manjares pero se negó a comerlos, sólo pidió que le trajesen un vaso y una jarra de agua, y como alimento un puñado de aceitunas. Esta actitud dejó estupefacto a los comensales. Entonces se levantó y les dijo:
—Todos los que nos encontramos aquí somos simples cuerpos, a los que les espera la tumba. El lujo y la vanidad los considero vestidos inútiles ante la necesidad de hacernos puros. La isla de Samos es sólo una pequeña porción del Hades, que tarde o temprano el tiempo terminará por borrar. Cultiven pues vuestra conciencia y tened presente que la maldad es el peor freno para la felicidad.
Estas palabras fueron ignoradas por la mayoría de los presentes que lo miraron como un demente pero él, sin perder la calma y la ecuanimidad que identifican a un verdadero sabio, dibujó una leve sonrisa en su rostro para luego voltearse y, sin hacer ningún comentario, abandonó el palacio.

En realidad la vida es corta y pasajera, éste el mensaje esencial que nos dejó Pitágoras en el relato anterior. Aunque el cuerpo es un vehículo esencial para que nuestra alma se manifieste a plenitud, y que por tanto debemos mantener y cuidar, no debemos tomarlo como un elemento de culto ni como una especie de fetiche al que debemos adorar. Lamentablemente ninguno de los objetos que acaparamos en este plano terrenal los podremos llevar en el momento de nuestra muerte, nuestro único equipaje serán las experiencias y los aprendizajes que moldearon nuestro espíritu.

Habitamos en una sociedad materialista que nos enseña que el camino a seguir es el del consumo y la constante satisfacción de deseos superfluos; pero en algún momento debemos  ponerle un freno a dicha situación y analizar la dirección que hemos tomado. Entonces ¿por qué malgastar tanto tiempo de nuestra existencia en eso? Sería magnífico si pudiéramos ver nuestra imagen en el espejo de la reflexión y preguntarnos: ¿Hacia dónde me dirijo?, ¿estoy consciente de que esta vida es finita y transitoria?, o solamente estaré  dedicándome a copiar modelos de otras personas y satisfaciendo caprichos que otros quieren que yo cumpla.

Esta vida pasa demasiado rápido y Cronos, el dios del tiempo, acelera su paso sobre nuestras espaldas, recordándonos que el tiempo es corto. Pasamos nuestra infancia soñando lo que vamos a ser cuando seamos grandes y nuestra adolescencia tratando de olvidarlas, pero cuando ya somos adultos y tenemos una mayor capacidad de decisión para labrar nuestra verdadera existencia, nos encontramos que no sabemos lo que queremos en realidad; entonces nos dedicamos a copiar simples esquemas de otras personas o adaptarnos a las modas que nos imponen las grandes empresas y los difunden los medios de comunicación y no tan solo a copiarlos sino a aplaudir a los que lo hacen. Pero realmente ¿eso es lo que queremos ser? Lo más probable es que no sea así. Sin embargo con el pasar de los años, cuando ya pensamos que la felicidad está cercana a nuestra puerta, empezamos a sentir un profundo vacío que termina por marchitar nuestros corazones; entonces la soledad, la decepción y la frustración, comienzan a castigarnos. ¿Cuántas personas han logrado hacer realmente felices al niño que habita en su interior?, ¿por qué dejamos de jugar y de reírnos como él y solamente nos llenamos de responsabilidades que en muchos casos ni siquiera nos agradan? ¿Será que la rutina diaria nos ha alejado de ese reino que habita dentro de nosotros?

Buda, el gran maestro de oriente, nos dijo en una oportunidad: "Los carpinteros dan forma a la madera; los flecheros dan forma a las flechas y los sabios se dan forma a sí mismos". También lo decía Sócrates, al repetir la frase que aparecía como una inscripción en el frontispicio del oráculo de Delfos: "Conócete a ti mismo" (Nosce te ipsum), y con sabias palabras nos aclaró un importante aspecto que en la rutina diaria solemos perder, al afirmar: La vida examinada es la única que merece ser vivida. Yo pienso que ese es el punto que tal vez hemos perdido más: la autorreflexión, el autoanálisis, indagar sobre quienes somos nosotros realmente, cuales son nuestros sueños y qué podemos legarle a esta vida que nos ha dado la oportunidad de venir a aprender a través de  momentos placenteros y dolorosos. 

Si tomamos conciencia de que en algún momento tendremos que partir de este plano material en que vivimos, lo menos que podemos hacer es tomarnos un buen tiempo para conocernos más y tratar de entablar una buena amistad con nosotros mismos; seguro que en ese instante cambiaremos de objetivos y dirigiremos nuestro derrotero hacia la satisfacción de realizarnos internamente y así sembrar una fructífera semilla para que otros puedan crecer, de la misma forma en que lo han hecho tantas grandes personalidades en la historia, que dejaron su luz para alumbrar las tinieblas de la ignorancia en la que nos encontramos imbuidos: Albert Einstein, Sir Isaac Newton, la Madre Teresa de Calcuta, Miguel Ángel Buonarroti, San Francisco de Asís, Gandhi, Paltón, Confucio y muchísimos personajes más que consiguieron el sentido de sus vidas y lucharon con su fuerza de voluntad hasta materializarlo y así trascender en el tiempo para beneficio de las sociedades futuras.

Quisiera concluir el presente escrito con una profunda reflexión que nos legó el gran genio Leonardo Da Vinci: “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien vivida causa una dulce muerte”.


Por: Ernesto Marrero Ramírez
25/02/2012

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viernes, 12 de junio de 2020

El culto al cuerpo en la sociedad actual


Quisiera comenzar este artículo con una de las enseñanzas que Buda le daba a sus discípulos, con relación a la contemplación del cuerpo, por eso cito del Satipatthana Sutta la sección correspondiente a la reflexión sobre la repugnancia del cuerpo:

Asimismo, monjes, un monje reflexiona sobre su propio cuerpo, envuelto en la piel y lleno de impurezas, de la planta de los pies hacia arriba y de la coronilla hacia abajo, y piensa así: "Hay en este cuerpo: pelos en la cabeza, vello en el cuerpo, uñas, dientes, piel, carne, tendones, huesos, tuétanos, riñones, corazón, hígado, pleura, bazo, pulmones, intestinos, mesenterio, estómago, heces, bilis, flemas, pus, sangre, sudor, grasa sólida, lágrimas, grasas líquidas, saliva, mocos, fluido sinovial, orina."

Es como tener un saco de provisiones, de aquellos con dos aberturas, lleno de diversas clases de grano, tales como: arroz de montaña, arroz corriente, alubias, guisantes, sésamo, arroz perlado, y un hombre que tiene buenos ojos lo abre, lo examina y dice: "Esto es arroz de montaña, esto arroz corriente, esto son alubias, esto son guisantes, esto es sésamo, esto es arroz perlado." De la misma manera, un monje reflexiona sobre su propio cuerpo de las plantas de los pies hacia arriba y de la coronilla hacia abajo, envuelto en la piel y lleno de impurezas. "En este cuerpo hay pelo en la cabeza, vello en el cuerpo, uñas, dientes, piel, carne, tendones, huesos, tuétanos, riñones, corazón, hígado, pleura, bazo, pulmones, intestinos, mesenterio, estómago, heces, bilis, flemas, pus, sangre, sudor, grasa sólida, lágrimas, grasas líquidas, saliva, mocos, fluido sinovial, orina. Así vive contemplando el cuerpo en el cuerpo...”

He traído esta enseñanza budista con la intención de confrontarlo con la necesidad, que existe en la sociedad contemporánea, de rendirle culto al cuerpo. Un lugar donde el narcisismo, el individualismo, la competitividad y el afán de la perpetuidad de la vida, han tomado la batuta.

En la actualidad se puede percibir ese vehemente deseo de encontrar "el elixir de la eterna juventud", algo que en la antigüedad intentaron fabricar tantos alquimistas; esa sed de embellecer nuestro físico, y combatir así el flagelo de la vejez que a su vez anuncia la cercanía de la muerte. El Dalai Lama comenta una de sus experiencias, en occidente, al respecto de la dificultad de tantas personas en aceptar la vejez:

 […] En ocasiones, cuando me reúno con amigos de toda la vida ―como ciertos senadores de países como los Estados Unidos―, les saludo con las palabras «viejo amigo», lo cual significa que nos hemos conocido durante mucho tiempo, no necesariamente que seamos ancianos. Pero cuando pronuncio esas palabras, siempre hay algunos de ellos que me corrigen enérgicamente: « ¡No somos viejos! Somos amigos desde hace mucho tiempo». En realidad ellos sí que lo son ―tienen pelos en las orejas, señal de ancianidad―, pero se sienten incómodos por el hecho de serlo. Eso es absurdo. 


 Tratamos de alargar la juventud e invertimos grandes cantidades de dinero en medicamentos, dietas, centros de belleza y en cirugías estéticas que nos ayuden a mejorar nuestra imagen corporal. Aunque pueden haber muchos casos en que se justifiquen en este tipo de operaciones, sobre todo para corregir malformaciones congénitas o víctimas de accidentes, otros, por su parte, viven visitando los quirófanos con un problema de tipo psicológico que busca compensar el vacío existencial que manifiesta su espíritu, anhelando un sentido vital que les pueda brindar peso y profundidad a su paso por este mundo temporal.


La belleza física viene acompañada de un componente cultural muy significativo, y puede variar según la moda, la época y la región. Así se puede comprobar como las mujeres de diferentes tribus y países practicaban diversas tradiciones para verse más atractivas. Por ejemplo La tribu Mursi en Etiopía posee la tradición de insertar platos de barro en el lóbulo de sus orejas y en los labios. Los Botocudos (del portugués botoque, que significa tapón, disco, plato), eran una tribu que vivía en las selvas amazónicas y tenían la costumbre tradicional de insertarse tapones o discos de madera en los lóbulos de las orejas y en los labios, que a veces alcanzaban los diez centímetros de diámetro.

Las Kayan, también llamadas cuellos de jirafa, son mujeres que pertenecen a la tribu o grupo étnico Karen, de Birmania, y tienen la tradición de colocarse collares de latón en el cuello con forma de anillos para alargárselo, para ellas esto es sinónimo de belleza y comienzan a utilizarlos desde los cinco años.

En la China, muchas mujeres practicaron la reducción del tamaño del pie, hasta mediados del siglo XX, como un símbolo de feminidad. Su tamaño podía disminuir hasta un tercio de su tamaño normal, mediante el uso de vendas iban atrofiando el desarrollo de la extremidad hasta que quedaran muy pequeñas. Si un hombre llegaba a conseguir una pareja de pies reducidos para contraer matrimonio, gozaba de un enorme incentivo erótico ya que poseía una mujer mucho más atractiva que las demás.

En las regiones saharianas o países como Mauritania, en África, la obesidad femenina supone un estilo de belleza y hasta un requisito para casarse mejor, donde a menudo se recurre a fármacos o dietas hipercalóricas, para lograrlo. En el pasado, recluían a las niñas en un sistema de internado, llamado "granjas de engorde", donde las alimentaban con una dieta especial de carnes rojas, mantequilla y leche de camella, hasta que adquirían la apariencia física necesaria para atraer al buen marido.

Así como los ejemplos citados anteriormente se pudieran mencionar muchos más, donde diferentes tipos de pueblos interpretaban un significado distinto al atractivo corporal. Pero como vemos, este tipo de apreciaciones nos indican que la belleza es un atributo totalmente subjetivo y el prototipo físico estéticamente perfecto es tan solo una construcción social que adopta cada sociedad en un momento determinado de la historia.

Es cierto que el cuerpo es necesario mantenerlo en buenas condiciones físicas: alimentación, higiene, ejercicios, relajación y salud en general; pero el culto al cuerpo, el poseerlo como un centro de veneración, puede convertirse en algo patógeno que terminará por manifestarse en depresiones y angustias ante el deterioro irreversible que la vejez producirá en él. Además este tipo de fijaciones producen que orientemos nuestra existencia hacia factores superficiales que jamás podrán sustituir al universo de posibilidades que habita dentro de nosotros. Vivimos tratando de parecer y no de ser, la autenticidad surge sólo excepcionalmente y nos abocamos a copiar esquemas externos en vez de voltear la mirada hacia nuestro potencial interior que está a la espera de ser descubierto. Martin Heidegger decía que el hombre vive en un "estado de interpretado", copiando esquemas sociales o modas y manejado por medios comunicacionales o entes de poder. Vivir como parte de una masa y perder la posibilidad de conocernos y realizar un aporte trascendente en nuestro tiempo histórico es una condición que parece multiplicarse cada vez más.

El complejo de Adonis o mejor conocido como la "vigorexia" es un flagelo que actualmente está profundizándose cada vez más en nuestras sociedades occidentales, causando que las personas estén cada vez más inconformes con su estética personal y sigan exigiendo mayor perfección. La vigorexia puede definirse como un tipo de trastorno psicológico caracterizado por la presencia de una preocupación obsesiva por el cuerpo físico, es la obsesión por alcanzar un cuerpo perfecto, musculoso y escultural.

En este afán de adaptarse a las modas, y a las exigencias del mercado publicitario, en cuanto a la imagen óptima corporal, una gran cantidad de personas han llegado a la anorexia y la bulimia y otros, decepcionados por su aspecto físico, se han refugiado en mundo de las drogas y el alcohol.

El hombre de nuestras sociedades vive aletargado y desconectado de su mundo interior. Se sumerge en la carrera desenfrenada de la cotidianidad donde se enfoca en cumplir con lo urgente pero no con lo importante, y pierde así la oportunidad de encontrarle un sentido profundo a sus vidas. Esta situación le produce un vacío existencial y un miedo a enfrentar la finitud de su corporalidad que lo desvía hacia los placeres superficiales, la búsqueda de la belleza física, la acumulación de riquezas y la adquisición casi frenética de novedades tecnológicas.

A veces deberíamos preguntarnos qué es más importante en esta existencia temporal, si la cantidad de vida o la calidad de vida. Resulta interesante mencionar algunos personajes, aunque sea al azar, que murieron jóvenes pero que su paso por este mundo resultó sumamente fértil y marcaron huellas que muchos han podido transitar para aclara su camino:

San Pancracio, 14 años.
Juana de Arco, 19 años.
John Keats, 25 años.
Julián del Casal 29 años.
Luis Enrique Marmol 29 años.
Santa Rosa de Lima, 31 años.
Alejandro Magno, 33 años.
Mozart, 35 años.
San Antonio de Padua, 35 años.
 Leopardi 38 años.
Martin Luther King, 39 años.
Blaise Pascal, 39 años.
Edgar Allan Poe, 40 años.
Franz Kafka, 42 años.
Kierkegaard, 42 años.
San Francisco de Asís, 44 años.

Estos son sólo algunos ejemplos de individuos que vinieron a iluminar este mundo y dejar su legado, para que otros puedan abrirse paso dentro de la maleza de la vida y escalar ya sea a la cima del conocimiento o de la fe. Como modelo magistral de una existencia entregada a la humanidad tenemos a Jesús de Nazaret que con tan solo 33 años partió la historia en dos: a.C. y d.C.

¿Por qué tanto afán en la permanencia si sabemos que la vida es transitoria? Tal vez si aceptáramos que nuestro paso por este mundo es temporal y que en algún momento tendremos que partir, ¿no pudiéramos hacer nuestro limitado tiempo más fructífero?, ¿no trataríamos de buscar un sentido más profundo de nuestra existencia que el mero hecho de satisfacer deseos tras deseos?, ¿no nos evitaríamos muchos sufrimientos si pensáramos en la muerte como un hecho natural, en vez de evadirla?

Con mucha claridad lo indicó el filósofo y escritor Michel de Montaigne cuando expresó:

Los hombres vienen y van, trotan y danzan, y de la muerte ni una palabra. Todo muy bien. Sin embargo, cuando llega la muerte, a ellos, a sus esposas, sus hijos, sus amigos, y los sorprende desprevenidos, ¡qué tormentas de pasión no los abruman entonces, qué llantos, qué furor, qué desesperación![…]

No es en el cuerpo temporal sino en el espíritu eterno donde habita la belleza del individuo, tampoco es en la esbeltez corporal sino en la profundidad moral e intelectual que pueda desarrollarse en la vida. No es en el egoísmo de verse constantemente al espejo, al estilo de la bruja de Blanca Nieves, y preguntarle quién es el más hermoso, es en el desarrollo de nuestra autenticidad, en la filantropía de los objetivos de vida y en el servicio a la humanidad donde radica la trascendencia, la libertad y el verdadero sentido de nuestra existencia.


Por: Ernesto Marrero Ramírez
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viernes, 5 de junio de 2020

El precio de la arrogancia


O preço da arrogância



     Se cuenta que existió una joven y hermosa mujer llamada Aracne que pertenecía a la antigua región de Lidia; tenía una virtuosa y admirada habilidad para tejer, tanto así que muchísimas personas se acercaban sólo para contemplar sus obras de arte. Un día le preguntaron si la diosa Atenea le había dotado de semejante destreza para el tejido, porque bien era cierto que esa divinidad se había encargado de instruir en secreto a los mortales en una vocación tan hermosa; por ese motivo, la consideraban patrona de hilanderas y tejedoras. Con arrogancia, la mujer soltó una carcajada:
—¡Ja, ja, ja! A mí nadie me ha enseñado este oficio —profirió con ironía—. Ni siquiera una diosa podría hacerlo tan bien como yo.
Una persona que escuchaba con detenimiento aquella irónica respuesta, le advirtió que esa actitud podía hacer enfadar a la deidad. Cegada por el orgullo, Aracne le respondió:
—No me importa lo que ella piense, yo soy la mejor en esta labor... y de eso que no quede la menor duda.
Estos comentarios llegaron con rapidez hasta el Olimpo y así Atenea decidió propinarle un escarmiento. Tomó la forma de una dulce viejecita con la espalda encorvada, la piel resquebrajada como la tierra azotada por la sequía y sus manos retorcidas por la artritis. Tomó un garrote con su mano y se dirigió a visitar a la mujer. Al encontrarla le habló con gentileza e intentó aconsejarle que debía deponer esa rebelde actitud y tratar de ser más humilde.
—Hija, tú podrás ser muy hábil tejiendo y eso es bueno, pero no puedes enfrentar a una diosa inmortal.
—Bueno señora... si ella se cree mejor que yo, pues que venga; yo la reto a una competencia —respondió con hostilidad.
Atenea se quitó el disfraz de anciana esperando que Aracne sintiera temor y se retractara, pero aun así continuó con su actitud desafiante y, de esa manera, ambas se enfrentaron y tejieron por varias horas. La diosa, sagazmente, elaboró un hermoso motivo relacionado con la victoria de Poseidón; y Aracne, con igual habilidad, tejió veintiuna escenas obscenas sobre los dioses del Olimpo, donde los desprestigiaba por completo. Ante semejante afrenta, Atenea se enfureció y destrozó en mil pedazos los tapices de Aracne; ella, indignada por tal humillación y viéndose impotente ante el poderío de aquélla, decidió tomar una soga y ahorcarse, pero la deidad intervino para evitar ese acto suicida. Sin embargo, debía darle una lección, por lo tanto decidió convertirla en una araña para que continuara tejiendo. Su cuerpo se empezó a hinchar y a cubrirse de pelos negros y marrones, sus brazos y piernas se transformaron en delgadas patas y le brotaron cuatro más, de su boca emergieron dos quelíceros que se veían como afilados colmillos y ocho ojos poblaron su cabeza.

     Desde ese momento y colgando de un hilo, las arañas tejen sin cesar sus delicadas redes, y recuerdan el precio que puede pagarse por haber vivido con una actitud ofensiva y arrogante.

Por: Ernesto Marrero Ramírez
Publicado el 05 de junio de 2020

De mi libro: Y ahora... ¿Por dónde empiezo?