Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la Literatura... Un camino de reflexiones y letras para encontrarnos.
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viernes, 5 de junio de 2020

El precio de la arrogancia


O preço da arrogância



     Se cuenta que existió una joven y hermosa mujer llamada Aracne que pertenecía a la antigua región de Lidia; tenía una virtuosa y admirada habilidad para tejer, tanto así que muchísimas personas se acercaban sólo para contemplar sus obras de arte. Un día le preguntaron si la diosa Atenea le había dotado de semejante destreza para el tejido, porque bien era cierto que esa divinidad se había encargado de instruir en secreto a los mortales en una vocación tan hermosa; por ese motivo, la consideraban patrona de hilanderas y tejedoras. Con arrogancia, la mujer soltó una carcajada:
—¡Ja, ja, ja! A mí nadie me ha enseñado este oficio —profirió con ironía—. Ni siquiera una diosa podría hacerlo tan bien como yo.
Una persona que escuchaba con detenimiento aquella irónica respuesta, le advirtió que esa actitud podía hacer enfadar a la deidad. Cegada por el orgullo, Aracne le respondió:
—No me importa lo que ella piense, yo soy la mejor en esta labor... y de eso que no quede la menor duda.
Estos comentarios llegaron con rapidez hasta el Olimpo y así Atenea decidió propinarle un escarmiento. Tomó la forma de una dulce viejecita con la espalda encorvada, la piel resquebrajada como la tierra azotada por la sequía y sus manos retorcidas por la artritis. Tomó un garrote con su mano y se dirigió a visitar a la mujer. Al encontrarla le habló con gentileza e intentó aconsejarle que debía deponer esa rebelde actitud y tratar de ser más humilde.
—Hija, tú podrás ser muy hábil tejiendo y eso es bueno, pero no puedes enfrentar a una diosa inmortal.
—Bueno señora... si ella se cree mejor que yo, pues que venga; yo la reto a una competencia —respondió con hostilidad.
Atenea se quitó el disfraz de anciana esperando que Aracne sintiera temor y se retractara, pero aun así continuó con su actitud desafiante y, de esa manera, ambas se enfrentaron y tejieron por varias horas. La diosa, sagazmente, elaboró un hermoso motivo relacionado con la victoria de Poseidón; y Aracne, con igual habilidad, tejió veintiuna escenas obscenas sobre los dioses del Olimpo, donde los desprestigiaba por completo. Ante semejante afrenta, Atenea se enfureció y destrozó en mil pedazos los tapices de Aracne; ella, indignada por tal humillación y viéndose impotente ante el poderío de aquélla, decidió tomar una soga y ahorcarse, pero la deidad intervino para evitar ese acto suicida. Sin embargo, debía darle una lección, por lo tanto decidió convertirla en una araña para que continuara tejiendo. Su cuerpo se empezó a hinchar y a cubrirse de pelos negros y marrones, sus brazos y piernas se transformaron en delgadas patas y le brotaron cuatro más, de su boca emergieron dos quelíceros que se veían como afilados colmillos y ocho ojos poblaron su cabeza.

     Desde ese momento, y colgando de un hilo, las arañas tejen sin cesar sus delicadas redes, y recuerdan el precio que puede pagarse por haber vivido con una actitud ofensiva y arrogante.


Por: Ernesto Marrero Ramírez
Publicado el 05 de junio de 2020

De mi libro: Y ahora... ¿Por dónde empiezo?

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