Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la literatura... Un camino para encontrarnos.
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viernes, 27 de agosto de 2021

Artículo: La muerte, una oportunidad para vivir


 

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño,

así una vida bien usada causa una dulce muerte”.

Leonardo Da Vinci.

 

Hablar de la muerte pudiera parecer deprimente, pesimista o amargo, y existe un gran número de personas que prefieren hacer justo lo contrario, aferrarse a la idea de una vida sin extinción y evitar hablar de ella; algunos juegan al escondite y hasta deciden no pronunciar su nombre para no crear un mal augurio. Para ilustrar esta idea pudiéramos narrar el mito de Sísifo, quien logró burlar a la muerte en varias ocasiones. En una primera oportunidad fue llevado al Inframundo por Tánatos, y allí le pidió al dios que le enseñara a manejar las cadenas con las que sería sujetado, pero hábilmente logró engañarlo. Con gran rapidez lo encadenó y así escapó al mundo de los vivos. Cuando le tocó morir por segunda vez le pidió a su esposa Mérope que arrojara su cuerpo a la plaza pública, y desde allí fue arrastrado por las aguas hasta las costas del río Estigia, que colindaba con el mundo de los muertos. Sísifo se acercó a Perséfone, reina del Hades, y le informó que su esposa lo había ofendido al no honrarlo con un funeral. Perséfone le concedió permiso para regresar al mundo de los vivos y escarmentarla, siempre y cuando regresara una vez terminada su labor. Como era de esperar, Sísifo rompió su promesa y se volvió a quedar, burlando nuevamente a la muerte. Pero esta vez Hermes fue a buscarlo y se le impuso, como castigo para la eternidad, el tener que cargar una roca por una colina y cuando llegara a la cima la roca volvía a caer y Sísifo debía comenzar nuevamente a subir la cuesta. Una y otra vez.

Otra historia, que también habla de este intento por evadir a la muerte, es una fábula oriental que nos cuenta sobre un famoso yogui que logró alcanzar un buen número de facultades paranormales. Tanto así que pudo percibir el momento en que el emisario de la muerte venía a buscarlo y, en ese instante, logró multiplicarse en muchos cuerpos idénticos, con lo cual este emisario fue incapaz de identificarlo. Decepcionado, volvió con el señor de la muerte a explicarle lo sucedido y este, después de mostrarle una sonrisa, le susurró algo al oído. Cuando volvió por segunda vez el emisario, el yogui se multiplicó nuevamente en varios cuerpos idénticos, pero en esta oportunidad el visitante comentó en voz alta: “lo has hecho muy bien, pero te equivocaste en algo.” Dolido en su orgullo, el yogui protestó: “A ver, dime en qué me equivoqué”, en ese momento el emisario lo reconoció y se lo llevó por una mano. Como pudimos percibir en estos relatos, escapar de la muerte es imposible, tan solo queda aceptarla y relacionarnos con su presencia.

En realidad, existen numerosas razones que pueden justificar el temor a la muerte, en primer lugar, tenemos un instinto de conservación que va a luchar para que la vida continúe y evite este final, tenemos también el miedo ancestral a lo desconocido, a aquello que pueda existir después de esta vida, a esa experiencia oculta e inescrutable, o peor aún, que no exista nada y tan solo desaparezca nuestra conciencia con el cerebro. Por otro lado, se encuentra el temor a las enfermedades y el sufrimiento previo al fallecimiento, también hay un rechazo a la soledad que produce la antesala de la muerte y por último podemos hablar de la angustia de saber que nos apartaremos de nuestros seres queridos y que no podremos cumplir los planes que teníamos planteados para un futuro. Todos estos puntos son ciertos y marcan una justificación al tratar de evitar este inevitable ocaso, pero no por eso dejará de llegar, ni de sorprendernos con la partida de un ser querido. Bien lo expreso el filósofo Michel de Montaigne en su ensayo Que filosofar es prepararse para morir: “Unos vienen, otros van, trotan estos, danzan aquellos, pero de la muerte nadie nos informa. Todo es muy hermoso. Pero cuando el momento llega, a propios y extraños, a sus mujeres, hijos y amigos, los sorprende y los coge de sorpresa y como al descubierto. ¡Y qué tormentos, qué rabia y qué desesperación se apodera de todos! ¿Visteis alguna vez nada tan decaído, cambiado y confuso? Es necesario, por tanto, andar prevenido.

No obstante, todo va a depender del enfoque que le demos a este concepto, porque lo cierto es que somos seres finitos, que estamos de paso por este mundo, y tener presente a la muerte puede traer efectos muy positivos en nuestra vida. Ya lo dijo Viktor Frankl: “la muerte solo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado para vivir”.

El tratar de buscarle una explicación a este inevitable final, ha movido la imaginación y la investigación del ser humano para encontrarle un sentido a la vida. Debido a la muerte nacieron los primeros mitos y de aquí las religiones. El temor a los embates de la naturaleza, que en cualquier memento podían arrasar con una población ya sea por un tsunami, un deslave, un terremoto, una inundación o la explosión de un volcán, llevó a pensar que este fenómeno se producía por el enojo de seres invisibles que castigaban a los humanos por sus malas acciones. Llevados por la intuición, y algunos por los oráculos, tenían la confianza de que estas personas fallecidas se dirigían a otros mundos inmateriales, donde vivirían en relación a las obras realizadas en vida (sean buenas o malas).

Vale la pena citar un ejemplo de cómo la mitología griega, de las más ricas en cuanto a mitos, trataba el tema de la muerte. Para los griegos, Tánatos representaba a la muerte esperada, la que llegaba con serenidad, y el dios Ker o las Keres, espíritus femeninos sangrientos y aterradores, se relacionaban con la muerte violenta. Pero Tánatos también era el hermano gemelo de Hipnos, el sueño, ya que al dormir la persona quedaba en un estado similar al de un cadáver.

Siempre esta partida del mundo físico se producía por causa del inevitable destino, y este estaba regido por las Moiras, que eran tres mujeres: Cloto, Láquesis y Átropos. Cloto era la hilandera, la que hilaba la hebra de la vida, Láquesis se encargaba de medir con su vara la longitud del hilo de la existencia del mortal y Átropos era quien lo cortaba con su filosa tijera. De esta manera el alma se dirigía al Hades, región donde habitaban las almas de los difuntos. Después de pasar por el río Estigia, guiados por el viejo Caronte en su barca, llegaban a encontrarse con el furioso perro de tres cabezas llamado Cancerbero, y tres jueces que determinarían si el cúmulo de acciones realizados en la Tierra se inclinarían hacia el lado positivo, con lo cual se dirigirían a los Campos Elíseos o a las Islas Afortunadas, o si les tocaría descender al tártaro, donde sufrirían penas inimaginables por sus faltas.

De la misma forma en que los mitos y la muerte caminaron de la mano con los griegos, también lo hicieron los romanos, los celtas, los egipcios, los incas, los mayas, los aztecas y diversas tribus africanas, solo por mencionar algunas culturas en el hilo de la historia.

El paso del mito al logos y, en consecuencia, el nacimiento de la filosofía, también apareció como una forma de vivir en compañía de esta inevitable partida. En el Fedón, Sócrates le dice a Simmias: “los que de verdad filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos mínimamente temible”. Cicerón también aseveraba, de manera similar, que filosofar no es otra cosa que prepararse para la muerte.

En este sentido, muchas filosofías, tanto orientales como occidentales, sustentaron sus principios en estos conceptos y sus seguidores llevaron una vida cónsona con dichos pensamientos. De manera similar a Sócrates, Buda les decía a sus discípulos: “Incluso la muerte no debe ser temida por alguien que ha vivido sabiamente”. En el Sutta Satipatthana, cuando Buda se refiere a las nueve contemplaciones del cementerio, les aclara a sus discípulos: “Asimismo, monjes, cuando un monje ve un cuerpo que lleva un día muerto, o dos días muerto, o tres días muerto, hinchado, amoratado y putrefacto, tirado en el osario, aplica esta percepción a su propio cuerpo de esta manera: “Es verdad que este cuerpo mío tiene también la misma naturaleza, se volverá igual y no escapará a ello.” De esta forma, Buda continúa invitando a los monjes a que prosigan su contemplación con diferentes cuerpos en descomposición en el cementerio, unos devorados por cuervos, buitres, perros y chacales, otros por gusanos e insectos, hasta que se convierten en esqueletos. Y así los conduce hacia el contacto con una cruda realidad que, tarde o temprano, tendrá que pasarle a su cuerpo.

Varias escuelas griegas vivieron con la conciencia de una vida finita, pero en especial resalta el estilo de vida de los estoicos que, dentro de sus prácticas, tenían el llamado “Memento mori”, que es una expresión latina que significa: “recuerda que morirás”. En este sentido, los estoicos vivían con el convencimiento de que podían morir en cualquier instante, y por eso había que aprovechar la vida en momentos sustanciosos que ayudaran a la sociedad o que les hiciera crecer internamente y conseguir la autarquía, ese gobierno de sí mismo, o el nivel de conciencia que alcanzaba el sabio y que se bastaba a sí mismo para ser feliz.

Epicteto, uno de los máximos representantes del estoicismo, junto a Séneca y Marco Aurelio, llegó a decir: “¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Este es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia”.

El Memento mori conlleva a buscar una actitud que nos impulse a tener ganas de vivir intensamente, a vivir en el presente y a aprovechar a fondo nuestro tiempo, a entender que el Titán Cronos nos devora desde el momento en que nacemos y que por esto debemos sentir la vida como un regalo o una bendición. En otras palabras, nos lleva a entender la expresión latina Carpe Diem, Tempus Fugit, que significa “aprovecha el día, el tiempo vuela” o pudiéramos decir que el tiempo huye y desaparece. Y es que los días vividos fueron momentos que quedaron en nuestros recuerdos pero que no regresarán.

Recordar que somos mortales nos da una perspectiva más realista de nuestra existencia, y nos ayuda a percibir la importancia real que tienen las cosas y situaciones que nos rodean. Las preocupaciones superficiales pasan a un segundo plano, dejan de afectarnos como antes y damos más importancia a materializar los sueños más profundos y a tratar de convertirnos en personas virtuosas.

Otro personaje importante dentro de la filosofía griega que no podemos dejar de mencionar es a Epicuro, para quien la aceptación muerte era muy importante, ya que la percibía como parte de un proceso normal de la vida y decía que no le temiéramos porque mientras estemos vivos ella no está, y cuando ella llegue ya nosotros no estaremos.

En una oportunidad le escribió una carta a su discípulo Idomeneo de Lampsaco que comenzaba diciendo: “En este día feliz de mi vida, en que estoy en trance de morir, te escribo estas palabras…” Toda una muestra de poseer una elevada conciencia sobre el concepto de la muerte y la temporalidad.

En el pensamiento contemporáneo de ciertas religiones y filosofías orientales encontramos, de manera similar a estas corrientes de pensamiento griego, a personas preparándose para tomar con sabiduría la inevitable transición de la muerte. En su libro Enseñanzas para morir en paz Ramiro Calle nos cuenta una interesante experiencia: “Hace años hallé en Nepal a un viejecillo que, al atardecer, pedía unas rupias para comprar madera destinada a su propia incineración. Estaba asombrosamente tranquilo, sin perder su tenue sonrisa. Murió aquella noche y vi cómo incineraban su cuerpo al día siguiente. Puedo asegurar que ese hombre no sentía el menor temor a la muerte”.

Así mismo, nos relata Soyal Rimpoché, en El libro tibetano de la vida y de la muerte, que en los años de ocupación forzada del Tibet por la China comunista, se había enviado a detener a muchos maestros, monjes y monjas, con el fin de quebrantar la voluntad del pueblo y someterlo. Bajo esta finalidad, se envió a un grupo de soldados a detener y torturar a un viejo y respetado abad de la provincia de Kham, que había pasado muchos años en retiro espiritual en las montañas. El maestro era anciano y ya no podía caminar largos trechos, así que le consiguieron un malogrado caballo para llevarlo. Por el camino, el viejo abad comenzó a entonar canciones llenas de sentimiento, que los chinos no entendían, poco antes de llegar al campamento dejó de cantar y cerró sus ojos. Tal vez habían pensado que se había dormido, pero cuando intentaron despertarlo, se dieron cuenta que había muerto. Él había dejado su cuerpo de manera voluntaria y silenciosa.

Además de la Filosofía, la muerte ha servido de inspiración para la poesía, la literatura, el arte, el teatro y ciertas áreas del saber cómo la Psicología, la Psiquiatría, la Física y la Teología.

Cabe subrayar, el aporte tan significativo que han hecho muchos médicos e investigadores en los estudios de muerte reversible o experiencias cercanas a la muerte (ECM), que empezaron a sonar en 1975 con aquel famoso libro titulado Vida después de la vida, escrito por el doctor Raymond Moody. Aunque ya para el año 1969 se había revolucionado el mundo de los cuidados a enfermos terminales con el famoso libro de doctora Elizabeth Kübler-Ross: Sobre la muerte y los moribundos, en el que se establece el modelo Kübler-Ross, que pasará a la posteridad como las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Estos dos pioneros iniciaron los estudios de los relatos que contaban los que se estaban despidiendo de este mundo y los que fallecían clínicamente, pero lograban regresar. A parte de describir las experiencias de estos pacientes, resaltaban los cambios de conducta que experimentaban al estar en contacto con este inevitable final, ya que comenzaba a ver la vida como una transición y aprovechaban al máximo los momentos que experimentaban, manifestaban aumento de la confianza en sí mismo y en el sentido de propósito en la vida, se reducía el temor a la muerte, incrementaban su espiritualidad, la compasión por otros y el aprecio por la vida, y a la vez mostraban poco interés por las posesiones materiales.

Muchos otros investigadores prosiguieron con dichos estudios y siguieron generando interesantes aportes sobre el tema, como es el caso de Pim vam Lommel, Bruce Greyson, Eben Alexander, Sam Parnia, Knneth Ring y Peter Fenwick, solo por mencionar algunos. 

Es importante señalar que años atrás, las personas fallecían en casa, junto a su familia, en presencia de los niños, amigos y vecinos. El acto de morir era, por tanto, un hecho asumido desde la infancia. Desde niño, se percibía el dolor que producía la muerte de seres queridos y  la forma en que cada uno se preparaba para morir y afrontar la última despedida. Este tipo de vivencias acercaba más a las personas al pensamiento de la muerte. Por otro lado, el tiempo de vida era más corto; y debido a esto nos encontramos en la historia con personas muy jóvenes, según nuestro concepto actual, que ya habían caminado un largo trecho de realización personal, que habían rellenado los espacios de su vida con una buena cantidad de contenido sustancioso. Porque una cosa es la cantidad de tiempo que podamos vivir y otra la calidad de tiempo vivido. Ya lo aclaró Séneca en su oportunidad, cuando dijo: “No hay motivo para pensar que cualquiera que haya vivido largo tiempo, porque le salieran las canas o porque lo veamos con la cara arrugada; este no vivió largo tiempo, sino que estuvo largo tiempo en la Tierra”. Y esto es importante en la actualidad porque, a sabiendas de que la medicina ha alargado nuestro tiempo en este mundo, muchos ocultan el pensamiento la mortalidad y postergan sueños y proyectos para después, un después que tal vez nunca llegue.

Steve Jobs, en su famoso discurso de graduación para los graduados de Standford, dijo: “La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie se le ha escapado nunca. Y así es como debe ser, porque la muerte es muy probablemente el mejor invento de la vida”.

Lamentablemente, una mayor parte de la sociedad actual no está diseñada para familiarizarnos más a fondo con el concepto de la muerte sino para evadirlo, es una actitud de rechazo y ocultación. Una visión que debería estudiarse más en las escuelas y Universidades, pero el tecnicismo social, el afán de la producción mercantilista y la acumulación de bienes materiales se impone. Los gobiernos invierten millones de dólares en entrenar a ejércitos para que maten y destruyan a otras personas, en la compra o fabricación de armas de guerra, proyectiles, bombas, aviones, barcos y submarinos, cuando saben que existen millones de personas que pasan hambre, se enferman, carecen de una educación básica o viven en situaciones de miseria. Además, invierten poco o nada en enseñar sobre la finitud de la vida y en tomar conciencia sobre la importancia que posee cada ser humano en este mundo y en el aporte que este puede dar en su tiempo histórico.

Tal vez esto suene muy utópico o romántico, pero esas mismas escuelas deberían enseñar y profundizar en el concepto de la otredad, el amor y la compasión al prójimo, no como un acto religioso, sino como uno virtuoso que vaya aplacando la avaricia y el egoísmo que habita en nuestros corazones, además de tantos otros vicios que tiñen de negro este mundo. Pero en una sociedad que rinde culto al cuerpo, al hedonismo y a la vida material, es inevitable que pensemos que debemos vencer la batalla contra la vejez y la muerte para vivir una eterna juventud. Por eso queremos apartar la visión de la muerte de nuestra existencia, lo cual se convierte en una utopía que, a la larga, nos conlleva hacia una vida superficial, adormecida y sin sentido.

La muerte se ha convertido en un acto sanitario, controlado por los hospitales, cementerios y por las funerarias donde el cuerpo es maquillado y preparado en un ataúd, para luego ser enterrado o cremado y así romper lo más pronto posible con ese duro recuerdo. En otras palabras, un acto frío y comercial. Si se tomara conciencia de que todos envejeceremos y, en consecuencia, moriremos, se convertiría una política de Estado construir modernos y confortables asilos para ancianos y geriátricos gratuitos, para todas los que deseen retirarse a esperar su travesía final en este mundo. En estos lugares debería reinar la alegría, la paz y la reflexión, además de la orientación necesaria para evitar cualquier tipo de angustia y esperar con calma la última expiración.

En estos días de pandemia mundial hemos palpado la muerte muy de cerca, y hemos sentido el temor de contagiarnos de este peligroso virus, o de haber padecido esta enfermedad y creer que no podríamos superarlo. Por algo se le ha llamado el virus de la conciencia, porque nos invita a pensar sobre la fragilidad de la vida, además de enseñarnos a valorar otros aspectos importantes como la relación con los miembros de nuestras familias que, en la cotidianidad, terminamos por desvalorarlos. Otro aspecto que muchas veces pasamos por alto es la importancia del rescate del medio ambiente, que se ha venido deteriorando como consecuencia de la contaminación ambiental. Parece que olvidamos que esta pequeña esfera azul que viaja por el Universo, es nuestro hogar, y que por tanto estamos obligados a mantenerla y mejorar sus condiciones, tanto para nosotros como para las generaciones venideras.

Es importante recordar que hoy puede ser la última vez que vayamos a la cama y en la mañana, al levantarnos, recordar que puede ser la última vez que lo hagamos. En este sentido, vale la pena realizarnos esta interrogante: ¿Cómo viviríamos si fuera hoy el último día?

Vencer a la muerte es una utopía, unos se van jóvenes y otros más viejos, pero, en definitiva, a todos nos toca partir. Por eso el tener a la muerte como una aliada en la vida, tal vez como una amiga que nos recuerde constantemente que estamos de visita en este mundo, puede convertirse en una gran oportunidad para vivir. Esta conciencia nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, a ser más humildes y menos arrogantes porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a revisar constantemente la vida que llevamos y preguntarnos si en realidad estamos luchando por nuestros sueños, si hemos perdonado a quien deberíamos perdonar, a hacer aquello que nos llena y a dejar de perder el tiempo en cosas triviales o a estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y termina por convertirnos en esclavos de una sociedad que se especializa en fabricar nuestros deseos y hacernos olvidar que estamos de paso por este mundo. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no posponer para un futuro incierto lo que para nosotros es importante ahora, y después arrepentirnos de no haberlo hecho, en otras palabras, si estamos cumpliendo con la frase de Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre.

La vida es una corta y frágil travesía, en la cual estamos de paso, y apenas comenzamos a comprender su rápido trayecto empezamos a despedirnos. En ese camino se presentan muchas adversidades. Es una cuesta de supervivencia, con jardines y acantilados, un claroscuro donde debemos aplicar nuestras mayores habilidades para sobrevivir, donde debemos comprometernos con nuestro momento histórico y trabajar en hacernos mejores personas. Quisiera dejar como corolario del presente ensayo una frase que escribí hace algunos años y que encierra la esencia de estas ideas: “Nombra a la muerte tu fiel compañera y te recordará lo grande que debes ser”.

 

Por: Ernesto Marrero Ramírez

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Caracas, 27 de junio de 2021




domingo, 6 de junio de 2021

Alicia en el país de las anarquías

  


   El sol penetraba resplandeciente por la ventana de su cuarto y una sonrisa se dibujó radiante en el rostro de Alicia. Con entusiasmo se levantó de su cama y la tendió con premura; luego se vistió y fue a la habitación contigua para despertar a su hermana mayor que, con un poco de pereza, se puso de pie.

—Buenos días, Margaret, es hora de levantarse— dijo Alicia con el rostro sonriente—. Hoy tienes un compromiso conmigo.

Era domingo y estuvo esperando toda la semana para ir con su hermana al bosque a disfrutar del paisaje, tomar unas fotografías y comer algunos sándwiches que prepararía su madre. Era una promesa que Margaret le había hecho días atrás.

Alicia era una hermosa joven que estaba por cumplir sus quince años. Tenía ojos redondos color café que hacían juego con su piel blanca, y una ondulada cabellera dorada que se extendía en forma de bucles. Le encantaba el contacto con la naturaleza: las aves, las flores y los árboles. Conservaba colecciones de libros sobre esta materia y quería ser bióloga cuando ingresara a la universidad. También le encantaba la fotografía. Su papá le había prometido una cámara profesional para el día de su cumpleaños y mientras tanto disfrutaba con una pequeña de 14 mega píxeles.

Había llegado Alicia con su hermana al bosque. Un lugar paradisíaco coronado por flores silvestres que coloreaban el entorno, y un olor a hierba, a pasto y a tierra humedecida por el sereno de la mañana que formaban un ambiente de quietud y sosiego. El sonido de un río que acariciaba las piedras a su paso se sentía fluir a poca distancia, mientras el cantar de las aves y la brisa que correteaba entre las hojas brindaban una sensación de libertad inolvidable. Aunque muchos no lo veían así, para Alicia ese espacio era una especie de templo en el que podía sentir las cuerdas más profundas de su alma.

Después de que ambas disfrutaron de una deliciosa merienda, Margaret se fue hasta el arroyuelo y colocó sus pies en el agua. Alicia se sentó en la base de un árbol de tronco grueso con la intención de leer un libro. Se trataba de una novela de amor y ciencia ficción cuyo protagonista era un viajero del tiempo que venía del futuro y se enamoraba de una chica del presente; un amor que parecía imposible, un amor separado por el tiempo y por mundos muy distintos, pero a pesar de todo valía la pena experimentarlo. «Así es el amor», pensaba Alicia, «no se sabe cuándo comienza ni cuándo termina». También hablaba de la contaminación mental y la ambiental cuyo tema le llamaba mucho la atención. Mientras leía, la joven sintió mucho sueño y sus ojos se fueron haciendo cada vez más pesados.

De pronto escuchó el ruido de una rama que se quebraba a unos pocos metros, lo cual interrumpió su sueño. Se trataba de un hombre que caminaba apresurado, de baja estatura, piel blanca, orejas grandes, dientes sobresalientes y nariz redonda. Vestía ropa deportiva y un chaleco negro que le quedaba ceñido al cuerpo. Al detallarlo, Alicia se acordó del rostro de Buggs Bonny, el protagonista del comic El conejo de la suerte, y le dio mucha risa. Mientras se alejaba notó que aquel individuo le había robado la cesta en la que había llevado la comida, su cámara fotográfica, su cartera y el reloj pulsera. Alicia se molestó mucho sobre todo porque él la veía y se reía de lo que había hecho. Enfurecida, se puso de pie y le gritó que se detuviera, pero el hombre más bien aceleró el paso. Quiso correr y alcanzarlo, mas era tarde: el ladrón se había introducido por un hueco que estaba entre unos arbustos y desapareció. Llenándose de valor, e impulsada por la ira, también se introdujo por el orificio. Era oscuro y frío, parecía una especie de madriguera de conejos, pero de gran tamaño. Alicia iba caminando en línea recta y el lugar se hacía cada vez más pequeño y oscuro. Súbitamente cayó por un hoyo que parecía no tener fin. Ella gritó con todas sus fuerzas porque pensó que se estrellaría contra el suelo pero, como por arte de magia, empezó a flotar. Sentía que viajaba en algo similar a un colchón de aire y fue descendiendo con lentitud hasta que se posó sobre un suelo arenoso. Luego la intensa luz del sol apareció ante sus ojos. Cuando aclaró su visión se dio cuenta de que se hallaba frente a un río de color marrón y maloliente que arrastraba basura y desperdicios de todo tipo. Como pudo, se cubrió la nariz con su mano y siguió persiguiendo al delincuente. Mientras avanzaba percibió cómo a su alrededor se extendía una ciudad: edificios, casas y muchos automóviles pasaban a su lado, y por estar distraída perdió de vista al ladrón que había desaparecido.

La chica subió por una pendiente y entró a la urbe. Caminó por una acera y unos metros más adelante volvió a visualizar al bandido que pasaba corriendo al lado de un grupo de policías, que conversaban plácidamente y utilizaban sus teléfonos celulares para enviar mensajes de texto. Parecía que estaban hipnotizados por aquellos aparatos e ignoraban lo que estaba sucediendo a su alrededor. Cuando Alicia se acercó a los agentes para notificarles que había sido víctima de un robo, uno de ellos se molestó porque lo había interrumpido de una charla a través del chat y de inmediato le pidió los papeles de identificación. Ella le explicó que aquel sujeto con cara de roedor le había quitado su cartera que contenía todos sus documentos. A lo que él le respondió:

—Señorita, lamento informarle que queda detenida por no poseer documentos que la identifiquen — profirió con voz inquisidora.

—Pero… ¡¿cómo es posible que usted me diga eso?, señor agente! —expresó perpleja y con nerviosismo en sus palabras—, si me acaban de robar y vengo persiguiendo al atracador.

—¡Ah, con que levantándole la voz a la autoridad!…, otro motivo para que vaya a la cárcel —indicó el funcionario con ojos chispeantes y cara de enojo.

Lo peor era que Alicia podía ver al bandido a lo lejos que seguía burlándose de ella con su cara de conejo y una mueca tan grande que parecía una luna nueva en el cielo nocturno. Se llenó de indignación, salió corriendo, y el policía también corrió detrás de ella.

—Detente y acata las órdenes de la autoridad. ¡Quedas detenida! —gritó el funcionario con voz autoritaria

Cuando se disponía a sacar su arma de reglamento para realizar unos disparos al aire, recibió una llamada telefónica y se detuvo para atenderla. Entonces se puso a conversar por el aparato como si no hubiera sucedido nada. Aunque parezca mentira, el resto de los agentes estaba tan imbuido en sus actividades telefónicas que ni siquiera se movieron del lugar para ayudar a su compañero.

Alicia prosiguió su camino por aquella ciudad tan extraña donde parecía que la gente estaba adormecida o hipnotizada; se veían como sonámbulos que deambulaban de un lugar a otro sin rumbo fijo. El tráfico en las avenidas y autopistas era insoportable, solo había paso para los motorizados que zigzagueaban entre los carros, contravenían las flechas, irrespetaban los semáforos, se subían por las aceras que utilizaban como atajos y rayaban algunos autos con su manubrio. «Aquí los motociclistas son irrespetuosos de las normas de tránsito…, si lo sabré yo, que mi papá tiene una moto y es exageradamente precavido», reflexionó. «¡Oh, Dios mío! Esta ciudad es un verdadero caos. Donde yo vivo planifican el urbanismo y cada vez que aumenta el parque automotor fabrican vías para permitir el paso de los vehículos. Pero estas calles parecen estacionamientos».

Una ambulancia quería pasar y con desespero intentaba abrirse paso en aquel bloque de metal, al igual que un camión de bomberos que por otra vía trataba de cruzar.

Entonces presenció algo insólito: «un funeral de motorizados». La camioneta que llevaba el féretro iba muy lenta por una vía principal y varias docenas de motociclistas la seguían, mientras daban vueltas a su alrededor y otros levantaban sus motos en su rueda trasera. De repente decidieron cerrar la calle por completo y sacaron sus pistolas. De esa manera empezaron a asaltar a los conductores que venían detrás del cortejo fúnebre en sus carros. Alicia calculó que fue un total de cuarenta robos en ese momento. Después comenzaron a disparar al aire, reabrieron la vía y prosiguieron el luctuoso protocolo. Desde luego, ninguna autoridad intervino en el suceso. Alicia se acordó de una película de vaqueros en el salvaje oeste, que había visto con su papá, en la que un grupo de bandidos venía cabalgando hacia el pueblo a robar un banco, alzaban sus caballos en las patas traseras, sacaban sus revólveres y disparaban al aire para asustar a las personas y presumir de ser muy malos. La diferencia era que en el film tenían caballos en vez de motos y el sheriff, junto con sus ayudantes, sí realizaba su trabajo de defender a los lugareños.

Continuaba caminando Alicia y ya no veía al bandido. Quiso devolverse y abandonar su persecución, pero la curiosidad ante las cosas tan inverosímiles que estaba presenciando y la indignación por aquel hombrecillo que, además de haberle robado, se burlaba de ella le impulsaba a proseguir. Pasó por una callejuela en la que observó un cartelón que decía: «Prohibido botar basura» y debajo había un montículo de desperdicios repleto de moscas que parecían hacer guardia, y cuatro perros que trataban de hallar restos de comida. Se percibía un olor putrefacto que impregnaba la zona. Un hombre que pasó por aquel lugar se le atravesó a Alicia, tenía las dos manos sobre el estómago y el ceño fruncido, venía tambaleándose de un lado a otro. Su inocencia le hizo pensar que el individuo poseía algún tipo de malestar como producto de aquel ambiente descompuesto, cuando en realidad se trataba de un borracho que salía de un bar que se hallaba en la esquina.

Preocupada por lo que le sucedía, le preguntó:

—Señor, ¿qué le pasa?... ¿le puedo ayudar en algo?

—Es que teeeengoooo… —y en ese momento soltó lo que llevaba escondido— Prrrrrrrrrrrrrrrrr — era una vigorosa flatulencia que estremeció el sector y casi pudo resquebrajar la calle. En su cara se delineó una maliciosa sonrisa de satisfacción.

El estómago de Alicia se terminó de revolver, se puso la mano en su boca y corrió con todas sus fuerzas para abandonar aquel espacio. Después de unos minutos se detuvo. Ya estaba cansada, las gotas de sudor corrían por su frente y se secaba con el dorso de la mano, así que decidió sentarse en un banco de cemento que estaba en una esquina de la acera y desde allí pudo contemplar la avenida en su totalidad. A medida que calmaba su respiración se asombraba de ver cómo los conductores hacían caso omiso de los semáforos y cruzaban con luz roja. Paradójicamente, en luz verde tenían que pararse hasta que los dejaran pasar a ellos. Otros choferes utilizaban el canal de auxilio vial para adelantar a los demás vehículos. Era una verdadera locura.

Proseguía observando y cada vez quedaba más perpleja. Muchos transeúntes que caminaban por las calles hacían caso omiso de los rayados peatonales y solían arrojar algún papel o una colilla de cigarro al suelo. Taxis y buses dejaban a los pasajeros en cualquier lugar; pasaban por alto los sitios de paradas. Muchas veces trancaban la vía sin importarle que pudieran estar obstaculizando la circulación de los otros que venían detrás. En algunos de aquellos transportes podía verse una nube negra de humo que emanaba de los tubos de escape, y en otros, cómo los usuarios lanzaban desperdicios por las ventanas: vasos plásticos, envoltorios, servilletas, entre otras cosas.

Sentada en aquel espacio, Alicia se enroscaba su cabello con el dedo; era una forma inconsciente de drenar sus nervios. Estaba desconcertada al ver tanto irrespeto y anarquía. Entonces se recordó de la novela que estaba leyendo en la que el viajero del futuro advertía que de seguir con una mentalidad inconsciente estábamos predestinados al caos social y a la posible destrucción del ecosistema de nuestro querido planeta.

—Por Dios, ¡cuánta inconsciencia puede existir en el ser humano! Si mis padres pudieran ver esto no lo creerían. ¡Ojalá y tuviera mi cámara fotográfica en este momento!, —murmuraba en voz alta— …Tanto que me han hablado de los principios que poseen las personas mayores, pero ahora veo que hay mucha mentira en esas palabras.

Mientras su mente volaba entre tantos pensamientos aterrizó de manera repentina. Estaba presenciando cómo empujaban a una señora de edad avanzada, y golpeaban con la cacha de una pistola a la joven que la acompañaba para quitarle sus carteras y los teléfonos celulares. Al parecer, los habitantes de aquella urbe estaban tan acostumbrados a estos sucesos que mantenían cierta calma sobre lo que les sucedía a los demás. Parecía que la capacidad de asombro había desaparecido.

En la cuadra que seguía a la que ocupaba Alicia, pudo ver una vez más al malhechor que ya se había colocado en la muñeca el reloj robado. Observaba la hora como señal de que estaba muy apurado y a la vez fijaba sus ojos en ella con una sonrisa sarcástica. El delincuente giró, entró a un estacionamiento y la joven hizo lo mismo. Allí continuó con su estado de admiración cuando encontró un letrero grande que decía: «prohibido estacionar motos» y debajo había más de quince motocicletas estacionadas en perfecto orden. Cuando le preguntó a una señora que pasaba a su lado por qué motivo sucedían estas cosas, la doña le respondió que se trataba de un hecho frecuente en esa localidad. Al parecer las señales de tránsito y los avisos estaban escritos en un lenguaje indescifrable para una gran parte de los ciudadanos.

Otra vez avistó al malhechor en un edificio que estaba al cruzar la calle; se burlaba de ella desde la ventana de un segundo piso. Alicia decidió ir por él, ya estaba cansada de ver tantas locuras juntas y quería regresar. Su hermana Margaret debía estar angustiada por ella. Entonces entró en un ascensor y saludó a los presentes: «buenas tardes». En ese momento las personas la percibieron como una extraterrestre; por supuesto, nadie le contestó el saludo. La mala educación también gobernaba en aquellos ciudadanos. Cuando llegó hasta el lugar donde había visto al ladrón, ya no estaba. Al asomarse por la ventana detalló que estaba otra vez afuera. Esta situación la estaba desesperando, le dio mucha rabia y sus mejillas se enrojecieron.

Alicia reflexionaba sobre los eventos que estaba observando y se daba cuenta de algo peculiar: era un lugar en el que prevalecía la anarquía y todo parecía funcionar al revés que en las ciudades donde ella había estado con anterioridad. Por ese motivo le llamaría: El país de las anarquías. «Sí… Así le llamaré», concluyó.

Mientras caminaba encontró un periódico que alguien había dejado tirado en el suelo y pudo leer, con terror, la cantidad de secuestros que habían acaecido la semana anterior, además de robos y crímenes que en su mayoría quedaban impunes. No podía entender cómo sucedían esas cosas en aquella sociedad. También leyó un artículo en el que se mencionaba la cantidad de leyes espléndidas que poseían en dicha.ciudad, pero que poco se cumplían o poco se hacían cumplir. Era una problemática tanto de los habitantes, como de los organismos que tenían la obligación de hacer efectivas las normativas. A pesar del miedo que esas noticias le causaban, su voluntad se mantuvo firme y continuó persiguiendo su objetivo.

Alicia pasó frente a una fuente de soda en la que se reunía un grupo considerable de individuos que veían a un hombre que salía en la televisión. Parecía una especie de ilusionista o brujo que captaba su atención en una sesión de hipnosis. El hombre les hablaba con mucha seriedad, aunque la mayor parte de su discurso era incoherente y absurdo, pero al igual le aplaudían con desenfreno. Parecían focas de circo. No había dudas de que aquel hechicero tenía grandes poderes porque su energía era efectiva. Así entendió Alicia el origen de aquella forma tan irreflexiva y alocada en que las personas se comportaban: estaban bajo la sombra de un poderoso embrujo. Aunque ella no pudo ver su rostro, se imaginó a aquel personaje vestido de negro con una larga túnica, un sombrero cónico y una barba angosta y alargada, algo así como el mago Merlín. Cada vez se acercaba más gente al televisor, la alegría del grupo se convertía en fervor y esto, a su vez, en éxtasis. Esta euforia colectiva le generó mucho miedo y decidió retirarse del lugar. Pensó que aquel brujo maligno podía encantarla y convertirla también en una especie de zombi.

Por otro lado, apareció otra vez el ladrón que se hallaba parado en una esquina mirando el reloj en su muñeca, en su otra mano sujetaba la cesta de comida y en su interior, la cartera y la cámara fotográfica. Luego salió corriendo y penetró por un oscuro callejón por el que se atrevió a internarse Alicia. Este fue un grave error porque al final de aquella calle estaba esperándola el hombre con rostro de Buggs Bonny, pero en esta oportunidad tenía una mirada de hielo y una sonrisa malandrina. A su alrededor estaba acompañado de una banda numerosa de criminales. Sacaron sus pistolas y comenzaron a apuntar a la chica mientras la rodeaban. Asustada, cerró sus ojos y se puso a llorar. El hombre con la cara de conejo le ordenó a uno de sus secuaces que le cortara la cabeza.

—¡Sííííí…, que le corten la cabeza! —gritaban los otros delincuentes con semblante de odio en sus rostros.

La respiración de Alicia se aceleró y su corazón comenzó a palpitar con mucha fuerza, tanto así que parecía que iba a salírsele por la boca. En ese momento escuchó la voz lejana de una mujer que la llamaba:

—¡Alicia… Alicia… cariño, despierta!, ya dormiste mucho, es hora de irnos.

Al abrir sus ojos se dio cuenta de que estaba al lado de su hermana que trataba de despertarla. Se vio con el cuerpo empapado de sudor y todavía parecía faltarle el aire.

—Margaret, ¿do… dónde estoy? —preguntó con la voz entrecortada.

—Tranquila, hermanita, solo tuviste una pesadilla —le comentó sujetándole la mano.

—No…, no puede ser, ¡¿qué pasó con el ladrón y los asesinos?!

—No hay de qué preocuparse. Todo está bien. Era solo un sueño —le explicó con dulce voz mientras acariciaba su cabeza.

—¡Oh, he tenido un sueño tan curioso!

Alicia se fue tranquilizando poco a poco y comenzó a narrarle a su hermana todo lo que recordaba de aquella loca historia que había soñado. Mientras Alicia relataba su experiencia, a Margaret le pareció ver que detrás de un árbol se asomaba un hombre que tenía la cara como un conejo y llevaba un chaleco negro. También comenzó a imaginarse que el río cristalino que estaba en el bosque se volvía turbio y maloliente. Cuando levantó su mirada al cielo observó unas nubes que se transformaban en motos y se le venían encima. Entonces espabiló y se puso de pie con rapidez.

—Querida hermana, ¿qué te sucede? —preguntó Alicia.

—Nada, nada, es que también me dio un poco de sueño, pero sigue contándome por favor.

Al final ambas rieron y comprendieron que solo se trataba de una experiencia onírica porque un lugar tan alocado, irracional y con un nivel de anarquía tan exagerado, era imposible que existiera en el mundo de la realidad. Entonces se fueron a la casa donde su madre las esperaba con el té caliente y un rico pie de manzana.

Autor: Ernesto Marrero Ramírez

De mi libro: Quisiera contarte algo


martes, 25 de mayo de 2021

No es la apariencia externa lo que vale

 

 

Los preparativos habían comenzado. Todos en el palacio de Buckingham esperaban a ese hombre tan nombrado, sobre quien se comentaba que era un santo y que había sido enviado por los dioses para salvar a los habitantes de la India, en especial, a los pobres que tan apartados se sentían en ese país únicamente por haber nacido en clases sociales muy bajas e, inclusive, algunos se hallaban en la casta de los intocables que eran seres considerados impuros y, por lo tanto, excluidos de la sociedad.

El rey Jorge V y la reina María lucieron ese día sus lujosos trajes para recibir al invitado que venía a tomar el té. Ya cuando todo estaba listo apareció por la puerta un hombre delgado, bajito, con anteojos y de contextura frágil que vestía su taparrabos de costumbre, un chal, unas sandalias y un reloj barato. Se escuchó un comentario en el palacio, preguntando si ese sujeto era Gandhi y una voz sonora que respondió:

Sí. Ese hombre es Mohandas Gandhi, aunque se le conoce mejor como el Mahatma Gandhi o Alma grande.

Alguien le preguntó si no consideraba que era mejor utilizar ropas elegantes para una ocasión tan especial, a lo que Gandhi le respondió:

La elegancia de las ropas del rey es suficiente para los dos.

También se comenta que Gandhi tuvo una entrevista histórica con Lord Irwin, el virrey de la India. Ese día fue a visitarlo vestido también con su acostumbrado dothi (ropa tradicional hindú) y unas simples sandalias. A Winston Churchill le indignó, sobremanera, esa reunión que catalogó en ese momento como un espectáculo vergonzoso, donde un ex abogado del Inner Temple (un colegio profesional de abogados en Inglaterra) y transformado ahora en un insurgente faquir, se atrevía a visitar, prácticamente desnudo, el virreinato para negociar y dialogar a la misma altura con un emisario del rey-emperador.

Gandhi fue un abogado que ejerció su carrera por varios años y vistió como un profesional de su época, pero un día decidió mostrarle al mundo que la fuerza de la no violencia es más poderosa que cualquier imperio, y que las mejores vestimentas son las que luce el alma del hombre humilde y emprendedor.

A pesar de haber logrado la independencia de la India mediante un movimiento pacífico y ejemplar, fue asesinado de tres balazos por Nathuram Vinayak Godse, un fanático hindú, el 30 de enero de 1948. El Mahatma Gandhi quedó inmortalizado en la historia, y lo recordamos como un hombre que supo convivir en dos mundos completamente disociados: el de la política con sus falsas facetas y el proceso sincero de crecimiento espiritual.


Por: Ernesto Marrero R.

De mi libro: Cuando tenga tiempo, empiezo

domingo, 11 de abril de 2021

Lamentos de mi tiempo



 

En la historia siempre encontraremos un Judas que vende su dignidad,

 un Pilatos que alardea del poder y un Jesús crucificado injustamente.

EMR

                I

Cuánto me cuesta entender

las locuras de este mundo,

se encumbra la viva moda

y el sabio está moribundo.

Veo al hombre adormecido

en una loca rutina,

viven sin ningún Sentido,

edificando sus ruinas.

Atados a la permanencia

olvidan su temporalidad

nunca piensan en la muerte

sinónimo de oscuridad—.

Ni las grietas de los años

ni la nieve de las canas,

despiertan al hombre dormido

de esta ilusión tan mundana.

Muere el niño prematuro.

Muere el joven que adolece.

Muere el anciano cansado.

Muere la flor que florece.

Y aunque el espejo bruñido

refleje esta realidad,

la nube de la ignorancia

oscurece la verdad.

 

                    II

Oigo a Sócrates decir:

Sólo sé que no sé nada,

y al ignorante expresarse

con sapiencia en la manada.

El oro es el regocijo

aunque venga mal habido,

es la viga que soporta

esta vida sin sentido.

El hoyo se hace más hondo

en el pensar de la gente

se cambian honores por plata,

y siliconas por mente.

Al anárquico lo aplauden

y al delincuente lo abrazan,

al correcto lo intimidan

y al pensador lo desplazan.

La sierra de la inconsciencia

y el hacha del egoísmo,

han talado sin cesar

hasta formar un abismo.

 Cómo han destruido el bosque

y han secado la quebrada,

raíz del árbol que busca

el agua desesperada.

 

                III

¡Cuánta hambre en este orbe!

Pobreza y desolación.

Barro y ceniza en los ojos

han cegado la razón.

Cuántas vidas inocentes

son segadas por el hampa

y otras desviadas de rumbo

por el vicio y por la trampa.

Cajón de resentimientos,

morral de lamentaciones,

van cargando las familias

que tienen limitaciones.

Ahogadas en la desidia

y en desvirtuados patrones,

van construyendo sus vidas

entre llantos y pasiones.

Ansiosas de un faro cierto

que ilumine sus caminos,

se confían del verdugo

que oscurece su destino.

Una máscara de noble

se coloca el prepotente.

Capa de caperucita

y un antifaz de valiente.

Demagogia y populismo

hoy carcomen mis oídos

son la esperanza perdida

de un sistema corrompido.

  

IV

Emperadores y caudillos

nos hablan de libertad,

con la soga del poder

y un prontuario de maldad.

Como el alcohólico empedernido

que no cesa de beber

ansían los ciegos el trono

embebidos de poder.

Se creen omnipotentes

los tramposos que han robado,

las gotas de sudor y el hambre

del trabajador honrado.

Por la anhelada opulencia

ellos viven como lobos,

aunque el libro de la historia

los recuerde como bobos.

Una lucha de Titanes

entre malos y malvados,

Sodoma contra Gomorra

…son tiempos desesperados.

Manda el Judas que dirige

y el Barrabás elegido,

clavan al Cristo en la cruz

en este mundo perdido.

 

                V

Que mi tinta y mi grafito

levanten su voz imponente,

y romper el duro silencio

y denunciar al demente.

Hoy la moda es el vacío

de esta posmodernidad,

hay que encontrar un sentido

que nos brinde claridad.

En el éter de lo abstracto

ideas flotan airosas,

es deber del escritor

traducirlas con sus prosas.

Hay que mirar hacia adentro

y rescatar los valores,

de una esencia desvirtuada

por el odio y los rencores.

Recordar que la ignorancia

y el átomo de la sapiencia

provienen de un mismo núcleo

que dirige la conciencia.

Andar el camino justo

de esta vida temporal,

y abrir el portón certero:

“El que indica la moral”.

Valores y conciencia,

educación y más educación,

son herramientas vitales

para salvar la población…

Una noche que oscurece

y un amanecer en vía,

son los ciclos de este mundo:

el Dolor y la Alegría. 


Por Ernesto Marrero R.

De mi libro: El Jardín de la existencia