En la actualidad se ha puesto muy de moda el termino procrastinar, el cual consiste en posponer o retrasar tareas importantes para después, aunque se posea el tiempo para eso o se presente la ocasión y en muchos casos se sustituyen por otras situaciones más irrelevantes, ya sea por flojera, miedo o simplemente por el hecho de postergar las cosas para un mañana. Tal vez un mañana que nunca llegue.
La palabra "procrastinar" se origina del
latín procrastinare y denota "dejar de hacer algo para mañana o
para un mañana". Sus componentes léxicos son el prefijo pro, que remite a ‘adelante’, y
el término crastinus, por ‘mañana’.
Es cierto que la rutina del día a día crea una especie
de adormecimiento o sonambulismo en las personas que solamente piensan en
cumplir el objetivo del día y ya, al día siguiente lo mismo y así continúan
este círculo vicioso, otros son arrastrados como manada que corre a ciegas para
seguir a los demás, guiados por modas que, en muchos casos, lo que hacen es
deteriorar a la sociedad con antivalores, en vez de reforzar sus bases con
patrones constructivos. Por otro lado, se suman las exigencias y distracciones
que plantean las redes sociales que, en un alto porcentaje, transmiten ideas
vacías, tan solo por incentivar el espectáculo y así poder captar más likes y seguidores.
Todos estos factores tienden a alejar aún más a los individuos de plantearse objetivos
profundos en sus vidas de tipo existencial o de cimentar legados que ayuden a
encaminar los derroteros de la humanidad, ejemplos virtuosos que ensalcen el
honor y la dignidad de las personas.
En mi artículo “La muerte, una oportunidad para vivir”,
hablé sobre la necesidad de tener consciencia sobre la finitud de nuestras
vidas, sobre ese corto período de tiempo que estamos en este mundo, tan corto
que los orientales dicen que pasa más rápido que un parpadeo del ojo de Dios; y
allí expliqué: “Esta conciencia (la que entiende la finitud de nuestras vidas)
nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, a ser más humildes y
menos arrogantes porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro
comportamiento y corregir los errores, a revisar constantemente la vida que
llevamos y preguntarnos si en realidad estamos luchando por nuestros sueños, si
hemos perdonado a quien deberíamos perdonar, a hacer aquello que nos llena y a
dejar de perder el tiempo en cosas triviales o a estar sumergidos en la
sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y
termina por convertirnos en esclavos de una sociedad que se especializa en
fabricar nuestros deseos y hacernos olvidar que estamos de paso por este mundo.
A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no posponer
para un futuro incierto lo que para nosotros es importante ahora, y después
arrepentirnos de no haberlo hecho, en otras palabras, a preguntarnos si estamos
cumpliendo con la frase de Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a
morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre”.
Esto nos lleva también a la confrontación entre Cronos
y Kairós. El primero es el dios del tiempo, pero del tiempo lineal,
cuantitativo, aquel que puede ser medido y que todo lo devora, como lo hizo con
sus hijos, porque es indetenible. Él es el que nos recuerda los segundos,
minutos, horas, días y siglos que transcurren en el hilo de la historia, el que
se coloca del otro lado del espejo y nos muestra las marcas que la vida deja
sobre nuestro rostro con el transcurrir de los años. El otro es Kairós, que es
el dios de la oportunidad, la personificación de la Ocasión. Habitualmente es
considerado el hijo más joven de Zeus, aunque no se conoce sobre su madre o
descendencia. Es representado como un ser pequeño y calvo con un único mechón
de pelo que colgaba en la parte posterior de su cabeza, si la persona era capaz
de sujetarse de él en el momento preciso, le sonreía la suerte, la felicidad, pero
si tardaba un solo instante más, sus manos resbalaban y perdía la oportunidad
de alcanzar ese estado de plenitud. Él representa un lapso indeterminado en que
algo importante sucede, son los momentos en que podemos vivir una situación o
un evento y nos olvidamos de todo, es cuando se vive un presente con intensidad
y el tiempo parece detenerse. Se dice que cuando Kairós se manifiesta en su
totalidad vence a Cronos.
Y si solamente contamos con este presente, por qué postergar
tanto esas cosas relevantes que debemos solventar o materializar, esos sueños
que por años hemos querido cumplir y no nos atrevemos a hacerlo.
A continuación, transcribo este apólogo titulado
“Cuando tenga tiempo, empiezo”, que extraje de mi libro, con el mismo nombre, y
que intenta mostrar la importancia de ejecutar hoy las tareas que nos hemos
propuesto, y evitar postergarlas para después.
Cuando tenga
tiempo, empiezo
Era un hombre muy ocupado. Su vida transcurría entre
el tráfico, el trabajo y su familia, pero para él no tenía tiempo porque era
una persona que vivía envuelta en sus ocupaciones. Nunca disponía de un espacio
para hacer las cosas que en realidad le agradaban, como ir al gimnasio,
continuar sus estudios universitarios, cantar en una coral y buscar su
realización interior, aunque en muchas ocasiones se le presentaba la
oportunidad de realizarlas y terminaba diciéndose: «cuando tenga tiempo,
empiezo».
En algunas circunstancias la vida nos enseña que
estamos equivocados en nuestra forma de pensar, y así sucedió en esta historia:
Ese
día había sido muy estresante; en la empresa le habían dado el cargo a un
compañero que acababa de terminar su carrera universitaria, pero a él no porque
carecía del perfil académico exigido. De regreso a su casa visitó al médico, y
éste le dijo que debía hacer ejercicios y modificar su régimen alimentario
porque estaba pasado de peso y, además, tenía el colesterol y los triglicéridos
demasiado elevados. Los nervios lo invadieron y entonces recordó los
comentarios de unas secretarias que hablaban sobre la visita al país de un
reconocido sabio, que venía a pasar unos días en la ciudad para reunirse con
sus discípulos y, además, dictaría unas conferencias. En ese momento decidió ir
a conocerlo.
Cuando
llegó al lugar estaba vacío, pero encontró varios cojines en el suelo colocados
en forma de círculo, y se sentó en uno de ellos.
«Seguro
que llegué muy temprano», pensó, «esperaré a que vengan los demás… Ojalá que
logre relajarme, estoy muy tenso».
Un
anciano tembloroso que caminaba con un bastón se acercó:
—Disculpe,
¿puedo sentarme en esta silla? —preguntó mientras señalaba con el índice a una
que estaba junto a la pared—. Es que mi cuerpo ya no da para usar un cojín, eso
es para los jóvenes.
Le
acercó la silla al anciano y continuaron conversando.
—Yo
estoy esperando a que lleguen otros asistentes; creo que me vine muy temprano,
¿y usted?
—Sólo
venía a conversar con este famoso maestro de quien me han hablado mucho
—manifestó el anciano.
—¿Y
tiene usted algún problema? —indagó con curiosidad.
—Es
que mi cuerpo ya no responde igual —comentó con una mueca de dolor—. Pasé
muchos años trabajando para tener una casa, un carro y mi familia. Nunca tuve
tiempo para hacer las cosas que deseé en la vida porque estaba muy ocupado y,
ahora que lo tengo porque estoy jubilado y mis hijos se casaron, ya mi cuerpo
no me responde como quisiera; además, sé que la muerte me espera y por eso he
venido a buscar una orientación espiritual, y así encontrar un poco de paz en
mi mente.
En
ese momento, él comenzó a verse reflejado en el anciano; cuando transcurrieran
los años seguramente terminaría igual.
—Pasé
mi vida acumulando logros materiales —continuó con el relato—, pero nunca me
dediqué a elevar mi conciencia, ni a escuchar las exigencias de mi espíritu;
tampoco pude hacer realidad mis sueños más profundos. Para todo tenía una
excusa y así fui postergando las cosas para después, pero los años pasaron más
rápido de lo que yo pensé, y ahora mi cuerpo no responde igual que antes...
Siento que el final se acerca.
—Nunca
es tarde señor, todavía puede hacerlo, lo importante es que ahora sí tiene
tiempo —dijo el hombre para alentarlo.
—Me
siento alegre porque al menos podré iniciar mi búsqueda interior, pero estoy
consciente que no llegaré a la meta final porque me quedan pocos años de vida,
y lo ideal es entregarse a este camino con un cuerpo fuerte y una mente lúcida…
Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y recomenzar; debí haber llevado un mayor
equilibrio entre lo material y lo espiritual. Ahora entiendo que somos cuerpo y
espíritu y, sobre todo, hubiese enfatizado en materializar mis sueños. La
música y la pintura siempre me fascinaron, pero nunca les dediqué tiempo…
siempre lo dejé para más adelante. Me pareció que tenía otras prioridades, pero
ahora me doy cuenta de que todo lo que alimente el alma es necesario para
conocernos internamente y alcanzar un equilibrio emocional, por eso nunca debe
postergarse.
—Yo
también soy así señor —confesó el hombre que hablaba con un nudo en su
garganta— y usted me acaba de enseñar que debo cambiar y comenzar desde hoy a
escuchar a mi corazón, porque mañana seguramente será tarde... Gracias por este
mensaje.
El
anciano se sonrió y, de momento, su cara tomó otro semblante; parecía que una
fuerza celestial se había apoderado de él. Su espalda se enderezó, se puso de
pie y dejó el bastón a un lado. Las arrugas desaparecieron de su rostro y se
movió con mucha agilidad, luego se sentó en el cojín donde iba el maestro.
—Has
aprendido la lección —dijo con una enorme sonrisa en los labios.
—Pe…pe…ro,
¿quién es usted? —preguntó perplejo.
—Soy
el reflejo de tu conciencia y la vida te ha traído hasta aquí para que cambies.
Tomé esta representación sólo para que te reflejaras en ella y empezaras desde
ahora a vivir el presente, y a buscar dentro de ti tu verdadera identidad. Para
todo hay tiempo en esta vida siempre que lo sepas distribuir. Los extremos te
llevan al desequilibrio, el verdadero sendero es el del medio.
En
ese instante comenzaron a llegar los discípulos para sentarse alrededor del supuesto
anciano, quien en realidad era el sabio.
Desde
ese día el hombre cambió su ritmo de vida y empezó a buscar el equilibrio entre
el mundo material y el espiritual. Culminó sus estudios universitarios, entró
en un gimnasio y actualmente canta en una importante coral; también entendió
que la vida es transitoria, y que el proceso del autoconocimiento y la
realización interior deben comenzar desde hoy.
Por Ernesto Marrero R.
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