No crean que yo vine a suprimir la Ley o a los
profetas: No vine a suprimirla, sino a darle su forma definitiva… Y les digo
que, si su vida no es más perfecta que la de los maestros de la Ley y de los
fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. (Mateo 5,17-20)
Hace más de 2000 años pisó esta Tierra una persona que
dejó una huella indeleble. Se trata de un alma sublime que vino con la misión
de propagar el amor, el perdón, la compasión y la justicia, además de prometer
un reino de paz que esperaría a las personas justas, sinceras y virtuosas. Para
unos es considerado un dios o la encarnación del mismo Dios, pero para otros fue
un ser humano, un guerrero que vino para romper viejos moldes, crear modelos
revolucionarios y a la vez padecer, con el más puro estoicismo, las injusticias
que azotan en este mundo. Armado con un corazón puro y la espada de la verdad,
fue capaz de denunciar a los príncipes, a los sacerdotes, a los tiranos y, en
general, a los potentados que acaparaban las riquezas y manipulaban las
conciencias; siendo por ello acusado de sedicioso y blasfemo, por lo cual fue sentenciado a muerte en una cruz. El
único hombre que logró partir la historia en dos, antes de él y después de él.
Se trata de Jesús de Nazaret, a quien dedicaré esta pequeña reseña.
Conocido como Cristo, Jesús, Emmanuel o Jesucristo, también como el
Mesías, el Redentor o simplemente el Maestro Jesús, nace en Belén, Judea,
Imperio romano, en el año 4 a. C. y muere crucificado por orden del entonces
prefecto romano de Judea, Tierra de Israel, Poncio Pilato, aproximadamente en
el año 30 o 33 de nuestra era. Jesús es la figura central del cristianismo y,
en definitiva, la más influyente de la cultura occidental. Prácticamente todos
los historiadores de la antigüedad confirman su existencia histórica y su
legado trascendental.
Para la mayoría de las corrientes cristianas, es el
Hijo de Dios y, por consecuencia, la encarnación de Dios mismo. El judaísmo
niega su divinidad, ya que es incompatible con su concepción de Dios. En el
islam se lo conoce como Isa y es considerado uno de los profetas más
importantes y mensajero de Dios. Cabe destacar que el Corán lo menciona 25
veces. Algunos hindúes consideran que Jesús es un avatar, un sadhu o un ser
iluminado. Algunos budistas, incluido Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai
Lama, consideran a Jesús como un bodhisattva que entregó su vida en beneficio
de todos los seres sintientes de la Tierra.
Jesús de Nazaret nace hacia el año 4 antes de la era
cristiana, en un establo de Belén, en Judea, cuando dicha provincia pertenecía
al Imperio Romano. Sus padres fueron José, un carpintero y María la Virgen.
Muchos se preguntarán: ¿cómo es posible que Jesús haya nacido cuatro años antes
de Cristo?, y la respuesta es que estudios historiográficos comprueban que
Herodes el Grande falleció en el año 4 a.C., y el evangelio de San Mateo nos
dice que Jesús nació en tiempos de Herodes: “Habiendo nacido Jesús en Belén de
Judá, durante el reinado de Herodes”. (Mateo 2, 1)
También es bueno preguntarse: ¿por qué se dice que
Jesús nació un 25 de diciembre?, y para responder esto es necesario remontarse
al siglo cuarto de nuestra era, ya que sucedieron una serie de acontecimiento
importantes para fundamentar las bases del cristianismo. Y tenemos qué en el
año 313, en el Edicto de Milán, se establecía la libertad de religión o
libertad de culto en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas
por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, principalmente contra los
cristianos. El Edicto fue firmado por los emperadores Constantino I el Grande y
Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente. Esta nueva
condición les otorgaba ciertos privilegios a los cristianos y les permitía la
construcción de grandes templos.
En esos días se celebraba el Natalis Solis Invicti: el
nacimiento del nuevo sol, el 25 de diciembre de cada año, que correspondía con
el solsticio de invierno, una fiesta pagana. Luego el papa Julio I pidió en el
año 350, que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha, y así,
el papa Liberio decreta el 25 de diciembre como el nacimiento de Jesús de
Nazaret. De ahí en adelante se motivó a las personas a que celebraran el
nacimiento de Jesús como la llegada del nuevo sol de la esperanza y el amor al
prójimo.
En este mismo orden de ideas, nos dice el capítulo 2
de Mateo que “durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de oriente a
Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, porque
hemos visto su estrella de oriente y hemos venido a adorarlo. Y que al
dirigirse a Belén se postraron para adorar al niño y le ofrecieron oro,
incienso y mirra. La pregunta es: ¿por qué la tradición dice que son tres reyes
magos? Y que además se llaman Melchor, Gaspar y Baltazar. Algo que no aparece
en ningún lado de la Biblia ni lo avala ningún hecho histórico. Es necesario
aclarar que el término mago era una denominación que se le otorgaba a los sacerdotes
eruditos en el Antiguo Oriente, y que sus nombres aparecieron por primera vez
en un mosaico de San Apollinaire Nuovo, en la ciudad italiana de Rávena, que
data del siglo VI d. C., en esta composición artística se distinguen tres magos
adornados al modo persa con sus nombres encima y representando distintas
edades. Siglos más tarde se fueron identificando con las razas europea,
asiática y africana, en los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar,
respectivamente.
Según conocemos por las Sagradas Escrituras, Jesús fue
concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Con esto, se quiere explicar la
intercesión del Espíritu Divino, para que la joven María, Madre de Jesús,
quedase encinta del Hijo de Dios.
De la infancia avanzada de Jesús y de su juventud es
poco lo que se conoce. Lucas nos narra un episodio en que Jesús se les extravió
a sus padres en Jerusalén, cuando cumplió los doce años, y lo hallaron a los
tres días en el templo, sentado en medio de los maestros de la Ley,
escuchándolos y haciéndole preguntas. Todos se quedaron maravillados de la
inteligencia y precocidad del niño. Exaltada, su madre María le preguntó al
verlo la razón de ese extraño comportamiento. A lo que les contestó: ¿Y por qué
me buscaban? ¿No saben que tengo que estar donde mi Padre?
Luego aparece Jesucristo, en los relatos bíblicos, a
los treinta años de edad y se incorpora a las predicaciones de su primo Juan el
Bautista. Tras escuchar sus sermones, Jesús se hizo bautizar en el río Jordán,
momento en que Juan lo señaló como la encarnación del Mesías prometido por Dios
a Abraham.
Tras el bautismo y un retiro de cuarenta días en el
desierto, donde superó las tentaciones que les colocó el demonio, Jesucristo
comenzó su predicación. Se dirigió fundamentalmente a las masas populares,
entre las cuales reclutó un grupo de fieles adeptos (los conocidos doce
apóstoles), con los que recorrió Palestina. Predicaba una revisión de la
religión judía basada en el amor al prójimo, la renuncia hacia los bienes
materiales, el perdón al prójimo y la esperanza de la vida eterna en el reino
de los cielos. El llamado Sermón de la montaña, con sus admirables
bienaventuranzas, es la mejor síntesis de su mensaje. Pensadores como León
Tolstói y el Mahatma Gandhi consideraban que este sermón contenía la síntesis
fundamental de la enseñanza cristiana.
Jesús de Nazaret se caracterizó por difundir un
mensaje sencillo, nutrido de hermosas parábolas, con un trasfondo de amor,
perdón y compasión hacia los más necesitados. Él halló eco entre los más pobres
y fueron muchos los que acudieron a su presencia con la esperanza viva de que
los ayudarán o simplemente para escuchar su palabra consoladora. Algunos
estudiosos, con tendencias de izquierda, han llegado a comentar que Jesús fue
el primer comunista o socialista que existió, un grave error desde varios puntos
de vista. En primer lugar, él no reconocía el derecho de bienes individuales o
comunitarios, simplemente los consideraba bienes materiales, mundanos y
temporales. Les prohibía a los apóstoles que llevaran dinero cuando fueran a
predicar la palabra de Dios y que vistieran de la manera más simple posible,
como una muestra total de desprendimiento; así lo cuenta san Marcos: “Les ordenó
que no llevaran nada para el camino fuera de un bastón: ni pan, ni morral, ni
dinero; que fueran con calzado corriente y con un solo manto.” (Mc 6,8-9). Por
otro lado, Jesús no era populista, ni mucho menos un demagogo, que son
características clásicas de este tipo de corriente política, que se nutre con
las necesidades del pueblo, y tampoco se le pudiera identificar con la
burguesía capitalista que solo busca la simple acumulación de capitales y
bienes materiales para vivir de un supuesto confort, algo con lo que él siempre
estuvo en contra. En tal caso se le pudiese equiparar con un anarquista, al
tratar de defender la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad
imperante. Pero, en definitiva, Jesús fue Jesús, un individuo auténtico y coherente con su discurso, que
más bien ha servido de prototipo para millones de personas a través de la
historia.
La popularidad de Jesús se acrecentó cuando corrieron
noticias sobre los milagros que realizaba en las calles, con los cuales
expulsaba los demonios, curaba a los enfermos y hasta llegó a resucitar
muertos. Dichos dotes eran considerados como la prueba irrefutable de la gracia
que le otorgaba Dios, por ser su hijo elegido. Este profundo acercamiento al
pueblo que esperaba la llegada del Mesías, y sus duras acusaciones contra la
falsa moral de los fariseos, acabaron por inquietar a los sacerdotes y
autoridades judías, que buscaron todas las formas de acabar con él.
Jesús fue denunciado ante el gobernador romano Poncio
Pilato, por haberse proclamado públicamente Mesías y rey de los judíos. Si lo
primero pudiera ser cierto, y reflejaba un conflicto de la nueva fe con las
estructuras religiosas tradicionales del judaísmo, lo segundo ignoraba el hecho
de que la proclamación de Jesús como rey era metafórica, mística o metafísica, un simbolismo que
aludía únicamente al «reino de Dios, que estaba en los cielos» y no colocaba en
peligro los poderes políticos constituidos.
Consciente de que se acercaba su partida de este
mundo, para cumplirse lo que estaba anunciado en las santas escrituras, unos
días antes de Pascua se dirigió a Jerusalén, donde a su entrada fue aclamado
por la multitud como el hijo de Dios. La gente le extiende sus mantos en el
camino y lo elogian como un Rey. Los fariseos se quejan, pero él sabía que así
se cumpliría una importante profecía. Seguidamente Jesús expulsa a los
mercaderes del Templo y celebra la llamada última cena, donde compartió el pan
y vino, para despedirse de sus discípulos antes de su muerte. Cabe destacar que
el cristianismo considera dicha reunión como el momento de la institución del
sacramento de la eucaristía.
Posteriormente, Jesús fue apresado, mientras oraba en
el Huerto de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, debido a la traición
del apóstol Judas Iscariote, quien lo vendió por unas cuantas monedas e indicó
a los sacerdotes del Sanedrín el lugar preciso para capturarle, al llamarlo
¡Maestro, Maestro!, y darle un beso.
Comenzaba así la llamada Pasión de Cristo, que le
llevaría a la muerte tras sufrir múltiples penalidades y aceptarlas con el más
profundo estoicismo. Con ella daba a sus discípulos un ejemplo de sacrificio y
aceptación en defensa de su fe, que éstos asimilarían exponiéndose al martirio
durante la época de las fuertes persecuciones de las que fueron víctimas. Jesús
fue torturado por Pilato, quien, sin embargo, prefirió dejar la suerte del reo
en manos de las autoridades religiosas locales; éstas decidieron condenarle a
la muerte por crucifixión, un tipo de ejecución que era utilizada para exponer
a la víctima en público a una muerte particularmente espantosa, lenta y muy
dolorosa, con el fin de disuadir a las personas de cometer faltas graves o
violaciones a las leyes impuestas por el Estado.
En muchas oportunidades, los
romanos acostumbraban a azotar con un látigo al procesado antes de crucificarlo.
También era obligado a cargar sobre sus hombros el madero denominado patibulum, hasta el lugar en que solía
permanecer clavada la estaca vertical o stipites,
posteriormente se encajaban ambos travesaños y se procedía a colgar al reo o a
clavarlo en la cruz, un instrumento que posteriormente se convirtió en el
símbolo fundamental de la religión cristiana.
Jesucristo resucita a los tres días de su muerte y se les
aparece varias veces a sus discípulos, encomendándoles la difusión de la fe.
Cuarenta días después, según los Hechos de los Apóstoles, asciende a los
cielos. Judas se suicida, arrepentido por su traición, mientras que los
apóstoles restantes se propagaban por el mundo mediterráneo para predicar la
nueva religión. El apóstol San Pedro, quedó al frente de la Iglesia o comunidad
de los creyentes cristianos, por decisión del propio Jesucristo. Pronto se
incorporarían a la predicación nuevos conversos, entre los que destacó Pablo de
Tarso, mejor conocido como San Pablo o el Apóstol de los gentiles, quien
impulsó la difusión del cristianismo más allá de las fronteras del pueblo
judío, además de ser el redactor de algunos de los primeros escritos canónicos
cristianos, incluyendo el más antiguo conocido, la Primera epístola a los tesalonicenses.
Y así, este cristianismo primitivo se extendió, pese a ser una religión
minoritaria y perseguida, hacia las regiones de Judea, Siria, Europa, Anatolia,
Mesopotamia, Egipto y Etiopía.
En esencia, la obra de Pablo hizo que el cristianismo
dejara de ser una secta judía y se transformara en una religión más universal,
que se expandió hasta los confines del Imperio Romano para convertirse así en
la religión oficial el 27 de febrero del año 380, con la promulgación del
Edicto de Tesalónica, también conocido como: A todos los pueblos, bajo el mandato del emperador Teodosio el
Grande.
Durante estos primeros siglos,
los Padres de la Iglesia, fueron consolidando las doctrinas del cristianismo y
supervisaron el desarrollo del canon del Nuevo Testamento. Y a partir del siglo XV, con la era de los
descubrimientos europeos y las colonizaciones, se difundió por el resto del
mundo.
Fue tan grande la convicción que envolvió a estos
apóstoles, que se dedicaron a difundir las enseñanzas de su amado Maestro a
pesar estar arriesgando sus vidas. De los doce apóstoles once murieron como
mártires y solo uno, Juan, murió anciano a los 94 años.
Seguidamente, vamos a realizar una revisión muy
somera, sobre la forma en que murieron estos apóstoles:
1. Santiago, el mayor: fue el primero de
los apóstoles en recibir el martirio. Al inicio de los años 40 del siglo I, el
rey Herodes Agripa, nieto de Herodes El Grande, echó manos de algunos de la
Iglesia para matarlos e hizo morir por la espada a Santiago, hermano de Juan.
Al ver que esto gustaba a los judíos mandó a detener también a Pedro. (Hch
12,1-3).
2. Andrés: Fue crucificado en una cruz con
forma de X, la cual hasta el día de hoy es llamada la cruz de San Andrés y es
uno de sus símbolos apostólicos. La tradición coloca su martirio el 30 de
noviembre del año 63, bajo el imperio de Nerón.
3. Bartolomé: A este santo lo pintaban los
antiguos con la piel en sus brazos como quien llevaba un abrigo, porque la
tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su
cuerpo, estando él aún vivo.
4. Santiago, el Menor: la más antigua
información sobre la muerte de este santo nos la ofrece el historiador Flavio
Josefo. Fue decidida por el sumo sacerdote Anan, hijo del Anás, que aparece en
los evangelios, el cual aprovechó el intervalo entre la destitución del
procurador Festo, y la llegada de su sucesor Albino, para decretar su
lapidación, en el año 62.
5. Juan: Se dice que un atentado fue
realizado contra su vida mediante un cáliz de veneno del cual Dios lo salvó, y así
murió de causas naturales, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de
acuerdo con San Epifanio.
6. Judas Iscariote: Traicionó a Jesús por
treinta piezas de plata y luego se ahorcó. Así lo narra Mateo: “Cuando Judas,
el traidor, supo que Jesús había sido condenado, se llenó de remordimientos y
devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los
jefes judíos, diciéndoles: «He pecado, entregando a la muerte a un inocente».
Ellos le contestaron: «Qué nos importa a nosotros. Es asunto tuyo». Entonces
él, lanzando las monedas en el Templo, fue a ahorcarse” (Mt 27, 3-5).
Como
queda vacante el puesto de Judas en el grupo de los 12 apóstoles, planearon su
reemplazo, presentándose dos candidatos con buenos méritos, José Barsabás y Matías.
Los apóstoles eligieron a Matías, que posteriormente fue apedreado y luego
decapitado.
7. Judas Tadeo: Se dice que a San Judas le
aplastaron la cabeza con un mazo, razón por la que se le representa con este
instrumento. Según otra tradición, fue atravesado con una lanza, y es por este
motivo que también es recurrente encontrarle en representaciones iconográficas
con este objeto.
8. Mateo: Algunas tradiciones afirman que
fue martirizado en Etiopía. Dice la tradición que evitando el matrimonio de una
virgen con el Rey Hitarco, en el preciso momento en que terminaba la misa, un
sicario enviado por este rey se le acercó y le clavó una espada en la espalda.
9. Pedro: La tradición dice que fue
crucificado en Roma con la cabeza hacia abajo. Pedro solicitó que lo
crucificaran así porque no era digno de morir como su Señor Jesús había muerto.
10. Felipe: Según narraciones posteriores,
Hechos de Felipe y otras, evangelizó Grecia y después Frigia donde habría
afrontado la muerte, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y otros
de lapidación.
11. Simón: La tradición dice que los persas
aserraron a Simón en dos partes, razón por la que se le representa con una
sierra. Otra versión dice que sufrió la crucifixión, luego de haber predicado
el Evangelio en Samaria.
12. Y para terminar tenemos al apóstol Tomás:
de quién se cuenta que el rey de la India Gondóforo tuvo una fuerte discusión
con él debido a su fe y con un espada atravesó su corazón. Los cristianos
recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron con honor.
Vale la pena resaltar que a pesar de las enseñanzas
tan nobles y excelsas transmitidas por Jesús de Nazaret, y el esfuerzo de los
Apóstoles por difundirlas de la manera más fidedigna, cimentadas en el amor y
el servicio al prójimo que, desde luego, aportó una ola gigantesca de valor
moral para la humanidad, el cristianismo se enlodó en los anales de las
historia con muchos desaciertos como la Santa inquisición, las Cruzadas, las
tinieblas de la Edad Media, el descuartizamiento de Hipatia, la hoguera de
Giordano Bruno y el suplicio de Galileo, entre otros.
Desde luego es la mano del ser humano manchada con sus
vicios, la que ha estado detrás de los atropellos y las injusticias, al dejarse
arropar por sus bajas pasiones desde las cúpulas del Poder y otros simplemente
al ser arrastrados por la mano de la ignorancia y el fanatismo. Pero ante las
caídas hay que volverse a levantar y retomar firmemente el bastión que marcó el
horizonte inicial, que no es otro que la enseñanza pura y simple del Carpintero
de Galilea, aquel que nos legó una frase inmortal: “Amaos los unos a los otros,
como yo los he amado”.
Cabe destacar que, en la actualidad, el cristianismo
es la religión más extendida de la humanidad y cuenta con aproximadamente dos
mil millones y medio de seguidores. Si bien se encuentra dividida en varias
Iglesias, como la católica romana, la ortodoxa y las diversas protestantes. Los
cristianos creen que Jesús es el hijo de Dios, así como el Mesías (o Cristo)
profetizado en el Antiguo Testamento, que sufrió, fue crucificado, descendió al
infierno y resucitó de entre los muertos al tercer día para dar vida eterna a
quienes crean y confíen en él, así como la redención de sus pecados.
Por:
Ernesto Marrero Ramírez.