Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la Literatura... Un camino de reflexiones y letras para encontrarnos.
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jueves, 28 de mayo de 2020

El santo y el demonio

O Santo e o diabo

Ilustración: Erique Peña


Un día el demonio decidió probar a un hombre santo que había decidido hacer votos de castidad; para lo cual le envió a una joven y hermosa mujer al centro donde éste prestaba servicio a las personas necesitadas.
Me dicen que usted es un hombre santo expresó la mujer.
Dicen pero no me considero con ese privilegio contestó el hombre que tenía el rostro sereno.
He venido a traerle este obsequio.
Dicho esto, se quitó la ropa que traía puesta y se quedo totalmente desnuda luciendo su figura escultural.
El hombre se sonrió, buscó una cámara fotográfica instantánea y le tomó una foto a la mujer. Luego llamó a otra dama con rasgos sencillos y sin ninguna belleza extraordinaria, que laboraba en ese mismo lugar. Le solicitó que posara para una fotografía y ésta accedió con gentileza.
Buscó tres sobres, los identificó con un número e introdujo las fotos en los dos primeros. Escribió algo en un papel y lo metió en el tercer sobre. Llamó a la joven, que todavía se hallaba sin ropa, y le dijo:
Por favor entréguele esto a quien la envió para acá y se dio media vuelta alejándose del lugar.
Se vistió y salió furiosa del recinto. Cuando llegó a la casa de Satanás, que se encontraba torturando con un látigo de fuego a dos recién llegados, le entregó los tres sobres. Desesperado, abrió el primero y encontró la fotografía de una mujer horrible y deforme; en el segundo, se hallaba una foto de una dama que resplandecía con su belleza. Después abrió el tercer sobre y leyó:
Señor demonio, aquí le mando estas fotos. La primera corresponde a la señora que usted envió, y la segunda pertenece a una abnegada dama que ha entregado su vida al servicio desinteresado y que vive por un ideal espiritual… Ah, se me olvidaba decirle que mi cámara sólo fotografía la conciencia de las personas.
Indignado, Satanás tomó del brazo a la mujer y comenzó a azotarla junto a los dos individuos que se hallaban atados a una pared repleta de clavos, mientras que una estruendosa carcajada brotaba de sus labios.
Ese día el demonio entendió que la fe de ese santo era verdadera y jamás volvió a molestarlo.

Por Ernesto Marrero Ramírez
28/05/2020

De mi libro: Cuando tenga tiempo, empiezo.

Arthur Schopenhauer, el camino de la Voluntad




La vida se presenta como una continua estafa, tanto en lo pequeño como en lo grande. Si ha prometido algo, no lo mantiene y, de hacerlo, es para mostrarnos cuan poco deseable era lo deseado… Lo que se ha dado era para quitarlo. La magia de la distancia nos muestra paraísos que desaparecen cual ilusiones ópticas en cuanto nos acercamos. (Schopenhauer)

En lo más profundo de los pensamientos habita la experiencia del dolor del mundo y, en especial, la del ser humano, en quien ocupa un lugar predominante el sufrimiento que emerge de la inexorabilidad de la muerte, de la temporalidad en este mundo finito. Tener conciencia sobre dicha experiencia, inevitable y azarosa, y saber que un reloj metafísico, de manera regresiva, cuenta la ineludible partida de este mundo, revela la fragilidad de la existencia, un enigma que para muchos pensadores es preciso descifrar.
Por años, los filósofos no han dejado de preguntarse cuál es el sentido de esta vida cargada de angustias y pesares que al final será cercenada por la inevitable muerte. El pensador alemán Arthur Schopenhauer fue uno de ellos, y estableció su pensamiento filosófico cimentado sobre las bases del dolor, el deseo y el hastío que, a su vez, van a girar sobre un eje central llamado voluntad. Para él, la filosofía misma estaba cimentada en la muerte, así lo explicó en su libro inmortal El mundo como voluntad y representación: “La muerte es el auténtico genio inspirador o el musageta de la filosofía y por eso esta fue definida por Sócrates como «preparación para la muerte». Difícilmente se filosofaría sin la muerte.”
Schopenhauer, nace en la ciudad de Danzig el 22 de febrero de 1788, un año anterior a que se iniciara el estallido de la Revolución francesa. Fue hijo de un rico comerciante, Heinrich Flores Schopenhauer, que se trasladó con su familia a Hamburgo cuando Danzig cayó en manos de los prusianos en 1793. Su madre, Johanna Henriette Trosiener, fue una escritora que llegó a gozar de cierta fama y conformó un importante salón literario que le daría la ocasión a Schopenhauer de entrar en contacto con personalidades como el famoso escritor y pensador Johann Wolfgang von Goethe y Christoph Martin Wieland.
Su padre esperaba que él siguiera sus pasos y que llegara a convertirse en un comerciante exitoso, y por eso lo envió de viaje por Europa por dos años, en 1803. Así se traslada con su familia hasta Holanda y luego a Inglaterra, donde queda bajo la custodia de un religioso inglés, por seis meses, con la intención de que aprendiera su idioma. Posteriormente viajaría a Francia, Suiza y también por las ciudades de Viena, Dresde, Berlín y Danzig. 
Es importante resaltar que cuando Shopenhauer pasó por Francia visitó la prisión de Toulon, donde pudo observar aproximadamente a 6.000 presos sentenciados en las galeras, además de presenciar la ejecución de varios reclusos. Esta experiencia le ocasionó un gran impacto al percibir el sufrimiento humano y la fragilidad de la vida. En su diario expresa, con mucho dolor, cómo podía ver al verdugo colocar la soga al cuello de los sentenciados, mientras que ellos rezaban y pedían clemencia. No cabe duda que estas impresiones psicológicas van a dar pie al fundamento de su filosofía, al percibir como el dolor y la maldad van a ser parte de la vida. Ya de joven se quedaba perplejo ante la ligerezas y distracciones a que se avocaba el ser humano en este mundo, a pesar de estar rodeado de tanto sufrimiento e injusticias. Llegó a decir que "Allí donde empieza la indiferencia, acaban la filosofía honrada y la moral viva".  
Cuando Schopenhauer retorna a Hamburgo procede a cumplir con su promesa de avocarse al comercio, pero su padre aparece muerto en el canal al que daban los almacenes de la parte posterior de su casa, todo parecía indicar que fue suicidio, pero esto nunca se reconoció públicamente para no manchar el estatus de la familia. No obstante, en su interioridad, Schopenhauer siempre culparía a su madre de esta nefasta consecuencia, y esto haría que al ser adulto nunca mantuviera buenas relaciones con ella, además del choque de caracteres entre ambos: Schopenhauer era introvertido, misántropo y hosco, en cambio Johanna era extrovertida, alegre y jovial.
Debido a este incidente, su madre lo libera del compromiso adquirido con su padre y, en este sentido, se inclinaría por los estudios superiores, que la fortuna dejada por su progenitor le permitiría disfrutarlos, sin ninguna preocupación económica . En 1809 ingresó en la Universidad de Gotinga a estudiar medicina, pero, después de estudiar con Gottlob Ernst Schulze, que lo inicia en los estudios de Platón y Kant, terminó por comprender que la carrera que le apasionaba realmente era la filosofía. En 1811 se trasladó a Berlín, donde estudió durante dos años, siguiendo los cursos de Fichte y Friedrich Schleiermacher; la decepción que ambos le causaron fue motivo de un momentáneo distanciamiento de la filosofía y un interés por la filología clásica.
Cuando se realizaron los combates de los nacionalistas contra las tropas napoleónicas, Arthur Schopenhauer decide abandonar Berlín y se dirige a Weimar, a salvo de las complicaciones de una guerra que lo mantenía indiferente. Aprovecha este tiempo para preparar su tesis doctoral titulada La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, que le valió el título de doctor por la Universidad de Jena y que fue publicada en 1813. Se relacionó estrechamente con Goethe y fue influido por el orientalista alemán Friedrich Majer en el estudio de la filosofía hindú, del brahmanismo y del budismo, corrientes que influyeron profundamente en el desarrollo de su pensamiento filosófico, que posteriormente lo vinculará con el pensamiento de Platón y Kant para conformar su sistema filosófico. Al profundizar en este pensamiento escribe la primera versión de su obra magistral: El mundo como voluntad y representación (Die Welt als Wille und Vorstellung), que publica en el año 1819.
El filósofo confiaba en un reconocimiento inmediato de la importancia de su obra magistral, pero ésta no suscitó demasiada atención, aunque sí le ayudó a obtener en 1820, la condición de docente en la Universidad de Berlín. Allí trató en vano de competir con Hegel, quien se hallaba en la cúspide de su popularidad, para lo que anunció sus cursos a la misma hora que los de aquél, al que consideró abiertamente como su adversario e irreconciliable enemigo. Pero no tuvo éxito, fueron muy pocos alumnos los que asistieron a sus clases. En 1825, después de un nuevo viaje a Italia y un año de enfermedad en Munich, renunció a la carrera universitaria, para dedicarse a sus estudios filosóficos y darle mayor profundidad a su obra central: El mundo como voluntad y representación, de la cual aparece su segunda edición en 1844 que se enriquece con un segundo volumen de Complementos, quedando así muy aumentada.
Cabe destacar que Schopenhauer considera que su filosofía se basa en una dolorosa realidad, que expresa en palabras fuertes y secas, sin rodeos. Así percibe la vida, colmada de calamidades y tragedias que desembocan, irremediablemente, en el hastío y en el sufrimiento. Por eso critica con dureza y, en muchos casos despectivamente, a los que tratan de mostrar un optimismo superficial de la realidad. Es una filosofía que, a pesar de estar redactada con una pluma clara y sin rebusques semánticos, suele ser directa, amarga y en muchos casos desconsoladora. Por estos motivos es considerado por muchos críticos como un filósofo pesimista.
Hay que resaltar que este pensador tiende un importante puente entre la filosofía occidental y el pensamiento oriental, del cual apenas se estaban haciendo las primeras traducciones en su tiempo. De este mundo extrae la concepción del velo de Maya de los Vedas, y el concepto de Unidad absoluta con lo que argumenta el llamado “Principio de individuación”. El Samsara, el Nirvana y la relación entre el deseo y el sufrimiento le van a servir para el desarrollo de su concepto de voluntad metafísica, complementado, claro está, con los estudios de filosofía occidental, en los que va a manejar el idealismo platónico y lo referente al noúmeno y el fenómeno, de Immanuel Kant, del que siempre se va a sentir su discípulo más grande; tanto así, que en sus Manuscritos Berlineses llegará a decir: “Mi mayor gloria tendrá lugar cuando alguna vez se diga de mí que he resuelto el enigma planteado por Kant”. Este comentario es referido al descubrimiento de que la cosa en sí o noúmeno es la misma voluntad.
Su obra va a girar básicamente en torno a una voluntad metafísica que todo lo crea y todo lo destruye, principio y fin de la creación y que, al encarnarse como ser humano, se transforma en un querer sin fin, en un deseo que se convierte en una sed insaciable. Si este deseo es satisfecho se transformará en hastío que generará, a su vez, un nuevo deseo. Si por el contrario el deseo es cercenado, causará dolor.
En su libro: El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer realiza esta definición de dicha voluntad metafísica: “en la fuerza que incita y vegeta en la planta, en la fuerza que hace cristalizar el cristal, en la que orienta hacia el polo norte una aguja imantada, en aquella cuya descarga eléctrica brota del contacto de metales heterogéneos, en aquella que por afinidades electivas de ciertos materiales parece separar y reunir cual fobia o filia e incluso, por último, en la gravedad que se aplica tan impetuosamente en toda materia, atrayendo la piedra hacia la tierra y la tierra hacia el sol; todo esto se tiene por diferente sólo en la esencia íntima, como aquello que le es conocido de inmediato mejor y con mayor familiaridad que cualquier otra cosa, eso que, allí donde sobresale más claramente, se llama voluntad”.
Esta voluntad shopenhaueriana, encarnada en la naturaleza humana, se individualiza, y termina por convertirse en un anhelo insaciable que hace que los hombres corran perennemente impulsados, en forma inconsciente, para satisfacer sus ansias y peticiones. Dicha ilusión de individualidad solo puede ser superada cuando la voluntad es negada (noluntad) y el ser humano entiende que forma parte de un todo universal o de una unidad total.
Para Schopenhauer, la voluntad es única, total e indivisible. Sin embargo, al objetivarse como conjunto de fenómenos en este mundo ilusorio de las representaciones, que corresponde al plano terrenal, se manifiesta multiplicada, fragmentada en innumerables partes. De aquí se desprende el principio de individuación, el cual nos dice que, a través de las formas de interpretación del entendimiento humano, básicamente del espacio y el tiempo, la voluntad homogénea, única, se concreta en la pluralidad de lo existente.
Como sucede con la cosa en sí kantiana, para la voluntad no existen categorías de pasado y de futuro, el tiempo únicamente se expresa en el mundo de las representaciones; es decir, que ella se manifiesta como un constante fluir atemporal. También se halla liberada de la forma, a la que únicamente ingresa cuando quiere manifestarse en el mundo material. Esta se convierte así en el fundamento de todo lo existente.
En la columna de su pensamiento filosófico, Schopenhauer explica que la vida oscila en un movimiento pendular entre el dolor y el hastío. Con cada deseo satisfecho brota la figura del tedio y entonces emerge un nuevo deseo, pero si este no es saciado viene el inevitable sufrimiento, es como estar entre Escila y Caribdis, dos temibles monstruos mitológicos que habitaban en un estrecho marino. Evitar las afiladas fauces del primero significaba ser tragado por el segundo. En ese ciclo interminable se sumergen las personas de este mundo, y forman así una especie de círculo vicioso del cual es muy difícil escapar. Al respecto comenta nuestro filósofo: “El deseo supone dolor, conforme a su naturaleza; el logro alumbra de inmediato a la saciedad. El objetivo era solo aparente; la posesión aniquila el estímulo. El deseo se presenta bajo una nueva forma y reaparece la necesidad; y cuando no ocurre así, hace acto de presencia la tristeza, el vacío y el aburrimiento, contra los que la lucha resulta tan penosa como contra la necesidad”.
Para Schopenhauer solamente hay tres posibles maneras de escapar de este ciclo interminable de sufrimiento: la primera es a través del suicidio, pero este es un acto ficticio ya que con esta decisión el suicida lo que quiere es escapar del sufrimiento que le produce esta vida, pero no de la voluntad y su deseo insaciable, que es la causa originaria de dicho dolor. Por tal motivo, la naturaleza simplemente continuará colocando otros individuos en el puesto de este para continuar su tarea. La segunda forma es a través de la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado y en especial de la música, pero este acto es temporal, ya que solamente distrae por un instante y luego se vuelve a caer en el mismo estado. Y la tercera forma de romper con esta ilusión es negando la voluntad (noluntad), mediante el trabajo que lleva a cabo el asceta o místico, que logra penetrar en las profundidades de su mente y despertar del ensueño que produce este mundo ilusorio; en sí, aniquilar a la voluntad de vivir y lograr así la disolución del falso yo.
En sus últimos años, nuestro filósofo vivió una existencia recluida, que desde 1831 transcurrió en Frankfurt, adonde se trasladó huyendo del cólera que ese mismo año llevó a la tumba a Hegel. Schopenhauer murió como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio el 21 de septiembre de 1860, a los 72 años en la ciudad de Frankfurt, su ama de llaves lo encontró reclinado en el sofá con un gesto apacible. Seguramente feliz por despertar del profundo sueño con el que la vida dolorosa envuelve a los seres vivientes durante su existencia.
La originalidad y el carácter anticipativo del pensamiento schopenhaueriano dejó su fuerte e insoslayable impronta en autores de la talla de Richard Wagner, Philipp Mainländer, Sigmund Freud, León Tolstói, Henri Bergson, Nietzsche, Thomas Mann, Hans Vaihinger, Eduard von Hartmann, Carl Gustav Jung, Otto Weininger, Otto Rank, Erwin Schrödinger, Ludwig Wittgenstein, Albert Caraco, Marcel Proust,  Pío Baroja, August Strindberg, Émile Cioran, Samuel Beckett, Albert Einstein,​ Miguel de Unamuno, Julian del Casal, Luis Enrique Marmol y Jorge Luis Borges,​ entre otros.
Vale la pena resaltar que Schopenhauer fue muy bien recibido entre los físicos, especialmente por Einstein, Schrödinger, Wolfgang Pauli​ y Majorana. Einstein describió los pensamientos de Schopenhauer como un "consuelo continuo" y lo llamó un genio. Konrad Wachsmann recordó que él constantemente se sentaba con uno de los volúmenes de Schopenhauer, ya gastados por el uso, y mientras estaba sentado allí se sentía tan complacido, como si estuviera comprometido con un trabajo alegre y sereno.
Una de las mayores ventajas de leer a Schopenhauer es su clara prosa. Al respecto, él comentaba que un filósofo auténtico debe buscar sobre todo claridad y precisión. Algo seguramente heredado de su madre Johanna Henriette Trosinier, quien fue novelista y llegó a entablar relaciones en el mundo de la literatura con destacados personajes intelectuales de la época. A pesar de que en la historia de la filosofía se suele encontrar a pensadores muy complicados de leer, en el caso de Schopenhauer se hallan líneas muy amenas que permiten atrapar al lector hasta la última frase. Fue Nietzsche quien llegó a decir en su obra Schopenhauer como educador, lo siguiente: “Pertenezco a los lectores de Schopenhauer que desde que han leído las primeras de sus páginas saben con seguridad que leerán todas las páginas y atenderán todas las palabras que hayan podido emanar de él”. En una entrevista publicada por Die Welt el 25 de marzo del año 1975, Borges comentó: “Para mí hay un escritor alemán al que prefiero a todos los demás: Schopenhauer. […] De hecho, aprendí alemán […] fundamental y específicamente para poder leer a Schopenhauer en su propia lengua”. En su biografía, Wagner reconoce que el libro de Schopenhauer El mundo como voluntad y representación le transmitió el estado de ánimo para escribir la ópera Tristán e Isolda, y en tono de agradecimiento se refiere a él: “Últimamente me he dedicado exclusivamente a un hombre que ha llegado como un regalo del cielo a mi soledad. Es Arthur Schopenhauer, el mayor filósofo desde Kant”.
Entre las obras que publicó en vida, nos dejó: La cuádruple raíz del principio de razón suficiente, El mundo como voluntad y representación, Sobre la visión y los colores, Sobre la voluntad en la naturaleza, Los dos problemas fundamentales de la ética y Parerga y paralipomena. Y entre las obras inéditas se encuentran: Manuscritos Berlineses, Dialéctica erística, Escritos inéditos de juventud y El arte de ser feliz o Eudemonología.
A pesar del mal genio y de los escritos secos y a veces dolorosos que siempre acompañaron a Schopenhauer, no se pueden negar los valiosos aportes que este pensador realizó a la historia de la filosofía.
El filósofo de Danzig logró vincular, con maestría, el pensamiento oriental y el occidental, al combinar las esencias del brahmanismo, de los vedas y del budismo con las ideas de Kant y Platón; pero además sustentó sus planteamientos con el apoyo del helenismo: estoicos, cínicos, epicúreos y escépticos. Podemos encontrar también su libro: El mundo como voluntad y representación nutrido con citas sobre el cristianismo y una sección llamada Epifilosfía, donde presenta sus semejanzas y diferencias con el filósofo Baruch Spinoza. En sí, se puede considerar su obra como un testimonio directo de reconciliación entre ambos pensamientos, lo cual demuestra que es posible generar un espacio abierto para el diálogo y la interdisciplinaridad, en el que se replantee el filosofar de un modo más íntegro y universal. Esta consideración intercultural es importante en la medida en que las personas puedan reunirse a pensar como seres humanos que conviven en un mismo planeta, aunque puedan estar marcados por profundas diferencias históricas, religiosas y culturales.      
Se le puede considerar como uno de los forjadores de las bases del existencialismo. La angustia y la tensión que se producen al tener conciencia de que se nace para morir, que la vida es un sueño del cual hay que despertar, que el sufrimiento está casado con la vida y que es imposible vivir sin sufrir, son algunos de los aspectos que más adelante van a sustentar el corpus del existencialismo, que cimentarían los filósofos Kierkegaard y Sartre.
Antes de Schopenhauer, la filosofía concebía al mundo desde una perspectiva racional; todo lo que sucedía en el entorno del ser humano se percibía con un énfasis en la ontología, la antropología, la epistemología y en la lógica. Pero él generó un cambio significativo en la perspectiva filosófica que la orientó hacia la interioridad del hombre, hacia el lado oculto, hacia lo no racional, inconsciente, por medio de su propuesta de la voluntad, además de sus sugerencias sobre el mundo onírico. En definitiva, a él le debemos su formulación sobre una metafísica de lo inconsciente, que posteriormente Freud y Jung le darían forma.
Con Arthur Schopenhauer se descubrió un significado profundo del dolor, que va más allá de la comprensión cotidiana, un dolor positivo, que puede brindar una experiencia transformadora, un hecho que despierte en aquel que lo padece un sentido particular de la realidad, una oportunidad de contemplar eso que se mantenía velado y yacía en el horizonte como algo oculto y difícil de alcanzar. Con la pacificación del salvaje deseo, emerge, de un modo espontáneo, una forma de conocimiento que logra percibir la unidad en el entorno, entender que todos formamos parte de un mismo todo, disolver las garras del ego y abrazar la inquebrantable paz.

            Aunque por muchos años su obra no fue valorada como es debido, en la actualidad, este filósofo ha tomado mucha fuerza y es estudiado cada día más en las diferentes universidades del mundo.


Por: Ernesto Marrero Ramírez
27/03/2020
vivirytrascender.blogspot.com
ernestomarreroramirez@gmail.com


El presente artículo también fue publicado por la Revista Letralia el lunes 05 de agosto de 2024 y por la Revista del Círculo de Escritores de Venezuela el 26 de marzo de 2024:
 
















lunes, 11 de mayo de 2020

El legado de Jesús de Nazaret



No crean que yo vine a suprimir la Ley o a los profetas: No vine a suprimirla, sino a darle su forma definitiva… Y les digo que, si su vida no es más perfecta que la de los maestros de la Ley y de los fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. (Mateo 5,17-20)

Hace más de 2000 años pisó esta Tierra una persona que dejó una huella indeleble. Se trata de un alma sublime que vino con la misión de propagar el amor, el perdón, la compasión y la justicia, además de prometer un reino de paz que esperaría a las personas justas, sinceras y virtuosas. Para unos es considerado un dios o la encarnación del mismo Dios, pero para otros fue un ser humano, un guerrero que vino para romper viejos moldes, crear modelos revolucionarios y a la vez padecer, con el más puro estoicismo, las injusticias que azotan en este mundo. Armado con un corazón puro y la espada de la verdad, fue capaz de denunciar a los príncipes, a los sacerdotes, a los tiranos y, en general, a los potentados que acaparaban las riquezas y manipulaban las conciencias; siendo por ello acusado de sedicioso y blasfemo, por lo cual fue sentenciado a muerte en una cruz. El único hombre que logró partir la historia en dos, antes de él y después de él. Se trata de Jesús de Nazaret, a quien dedicaré esta pequeña reseña.
Conocido como Cristo, Jesús, Emmanuel o Jesucristo, también como el Mesías, el Redentor o simplemente el Maestro Jesús, nace en Belén, Judea, Imperio romano, en el año 4 a. C. y muere crucificado por orden del entonces prefecto romano de Judea, Tierra de Israel, Poncio Pilato, aproximadamente en el año 30 o 33 de nuestra era. Jesús es la figura central del cristianismo y, en definitiva, la más influyente de la cultura occidental. Prácticamente todos los historiadores de la antigüedad confirman su existencia histórica y su legado trascendental.
Para la mayoría de las corrientes cristianas, es el Hijo de Dios y, por consecuencia, la encarnación de Dios mismo. El judaísmo niega su divinidad, ya que es incompatible con su concepción de Dios. En el islam se lo conoce como Isa y es considerado uno de los profetas más importantes y mensajero de Dios. Cabe destacar que el Corán lo menciona 25 veces. Algunos hindúes consideran que Jesús es un avatar, un sadhu o un ser iluminado. Algunos budistas, incluido Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama, consideran a Jesús como un bodhisattva que entregó su vida en beneficio de todos los seres sintientes de la Tierra.
Jesús de Nazaret nace hacia el año 4 antes de la era cristiana, en un establo de Belén, en Judea, cuando dicha provincia pertenecía al Imperio Romano. Sus padres fueron José, un carpintero y María la Virgen. Muchos se preguntarán: ¿cómo es posible que Jesús haya nacido cuatro años antes de Cristo?, y la respuesta es que estudios historiográficos comprueban que Herodes el Grande falleció en el año 4 a.C., y el evangelio de San Mateo nos dice que Jesús nació en tiempos de Herodes: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judá, durante el reinado de Herodes”. (Mateo 2, 1)
También es bueno preguntarse: ¿por qué se dice que Jesús nació un 25 de diciembre?, y para responder esto es necesario remontarse al siglo cuarto de nuestra era, ya que sucedieron una serie de acontecimiento importantes para fundamentar las bases del cristianismo. Y tenemos qué en el año 313, en el Edicto de Milán, se establecía la libertad de religión o libertad de culto en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, principalmente contra los cristianos. El Edicto fue firmado por los emperadores Constantino I el Grande y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente. Esta nueva condición les otorgaba ciertos privilegios a los cristianos y les permitía la construcción de grandes templos.
En esos días se celebraba el Natalis Solis Invicti: el nacimiento del nuevo sol, el 25 de diciembre de cada año, que correspondía con el solsticio de invierno, una fiesta pagana. Luego el papa Julio I pidió en el año 350, que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha, y así, el papa Liberio decreta el 25 de diciembre como el nacimiento de Jesús de Nazaret. De ahí en adelante se motivó a las personas a que celebraran el nacimiento de Jesús como la llegada del nuevo sol de la esperanza y el amor al prójimo.
En este mismo orden de ideas, nos dice el capítulo 2 de Mateo que “durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, porque hemos visto su estrella de oriente y hemos venido a adorarlo. Y que al dirigirse a Belén se postraron para adorar al niño y le ofrecieron oro, incienso y mirra. La pregunta es: ¿por qué la tradición dice que son tres reyes magos? Y que además se llaman Melchor, Gaspar y Baltazar. Algo que no aparece en ningún lado de la Biblia ni lo avala ningún hecho histórico. Es necesario aclarar que el término mago era una denominación que se le otorgaba a los sacerdotes eruditos en el Antiguo Oriente, y que sus nombres aparecieron por primera vez en un mosaico de San Apollinaire Nuovo, en la ciudad italiana de Rávena, que data del siglo VI d. C., en esta composición artística se distinguen tres magos adornados al modo persa con sus nombres encima y representando distintas edades. Siglos más tarde se fueron identificando con las razas europea, asiática y africana, en los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar, respectivamente.
Según conocemos por las Sagradas Escrituras, Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Con esto, se quiere explicar la intercesión del Espíritu Divino, para que la joven María, Madre de Jesús, quedase encinta del Hijo de Dios.
De la infancia avanzada de Jesús y de su juventud es poco lo que se conoce. Lucas nos narra un episodio en que Jesús se les extravió a sus padres en Jerusalén, cuando cumplió los doce años, y lo hallaron a los tres días en el templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndole preguntas. Todos se quedaron maravillados de la inteligencia y precocidad del niño. Exaltada, su madre María le preguntó al verlo la razón de ese extraño comportamiento. A lo que les contestó: ¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que tengo que estar donde mi Padre?
Luego aparece Jesucristo, en los relatos bíblicos, a los treinta años de edad y se incorpora a las predicaciones de su primo Juan el Bautista. Tras escuchar sus sermones, Jesús se hizo bautizar en el río Jordán, momento en que Juan lo señaló como la encarnación del Mesías prometido por Dios a Abraham.
Tras el bautismo y un retiro de cuarenta días en el desierto, donde superó las tentaciones que les colocó el demonio, Jesucristo comenzó su predicación. Se dirigió fundamentalmente a las masas populares, entre las cuales reclutó un grupo de fieles adeptos (los conocidos doce apóstoles), con los que recorrió Palestina. Predicaba una revisión de la religión judía basada en el amor al prójimo, la renuncia hacia los bienes materiales, el perdón al prójimo y la esperanza de la vida eterna en el reino de los cielos. El llamado Sermón de la montaña, con sus admirables bienaventuranzas, es la mejor síntesis de su mensaje. Pensadores como León Tolstói y el Mahatma Gandhi consideraban que este sermón contenía la síntesis fundamental de la enseñanza cristiana.
Jesús de Nazaret se caracterizó por difundir un mensaje sencillo, nutrido de hermosas parábolas, con un trasfondo de amor, perdón y compasión hacia los más necesitados. Él halló eco entre los más pobres y fueron muchos los que acudieron a su presencia con la esperanza viva de que los ayudarán o simplemente para escuchar su palabra consoladora. Algunos estudiosos, con tendencias de izquierda, han llegado a comentar que Jesús fue el primer comunista o socialista que existió, un grave error desde varios puntos de vista. En primer lugar, él no reconocía el derecho de bienes individuales o comunitarios, simplemente los consideraba bienes materiales, mundanos y temporales. Les prohibía a los apóstoles que llevaran dinero cuando fueran a predicar la palabra de Dios y que vistieran de la manera más simple posible, como una muestra total de desprendimiento; así lo cuenta san Marcos: “Les ordenó que no llevaran nada para el camino fuera de un bastón: ni pan, ni morral, ni dinero; que fueran con calzado corriente y con un solo manto.” (Mc 6,8-9). Por otro lado, Jesús no era populista, ni mucho menos un demagogo, que son características clásicas de este tipo de corriente política, que se nutre con las necesidades del pueblo, y tampoco se le pudiera identificar con la burguesía capitalista que solo busca la simple acumulación de capitales y bienes materiales para vivir de un supuesto confort, algo con lo que él siempre estuvo en contra. En tal caso se le pudiese equiparar con un anarquista, al tratar de defender la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad imperante. Pero, en definitiva, Jesús fue Jesús, un individuo auténtico y coherente con su discurso, que más bien ha servido de prototipo para millones de personas a través de la historia.
La popularidad de Jesús se acrecentó cuando corrieron noticias sobre los milagros que realizaba en las calles, con los cuales expulsaba los demonios, curaba a los enfermos y hasta llegó a resucitar muertos. Dichos dotes eran considerados como la prueba irrefutable de la gracia que le otorgaba Dios, por ser su hijo elegido. Este profundo acercamiento al pueblo que esperaba la llegada del Mesías, y sus duras acusaciones contra la falsa moral de los fariseos, acabaron por inquietar a los sacerdotes y autoridades judías, que buscaron todas las formas de acabar con él.
Jesús fue denunciado ante el gobernador romano Poncio Pilato, por haberse proclamado públicamente Mesías y rey de los judíos. Si lo primero pudiera ser cierto, y reflejaba un conflicto de la nueva fe con las estructuras religiosas tradicionales del judaísmo, lo segundo ignoraba el hecho de que la proclamación de Jesús como rey era metafórica, mística o metafísica, un simbolismo que aludía únicamente al «reino de Dios, que estaba en los cielos» y no colocaba en peligro los poderes políticos constituidos.
Consciente de que se acercaba su partida de este mundo, para cumplirse lo que estaba anunciado en las santas escrituras, unos días antes de Pascua se dirigió a Jerusalén, donde a su entrada fue aclamado por la multitud como el hijo de Dios. La gente le extiende sus mantos en el camino y lo elogian como un Rey. Los fariseos se quejan, pero él sabía que así se cumpliría una importante profecía. Seguidamente Jesús expulsa a los mercaderes del Templo y celebra la llamada última cena, donde compartió el pan y vino, para despedirse de sus discípulos antes de su muerte. Cabe destacar que el cristianismo considera dicha reunión como el momento de la institución del sacramento de la eucaristía.
Posteriormente, Jesús fue apresado, mientras oraba en el Huerto de Getsemaní, al pie del Monte de los Olivos, debido a la traición del apóstol Judas Iscariote, quien lo vendió por unas cuantas monedas e indicó a los sacerdotes del Sanedrín el lugar preciso para capturarle, al llamarlo ¡Maestro, Maestro!, y darle un beso.
Comenzaba así la llamada Pasión de Cristo, que le llevaría a la muerte tras sufrir múltiples penalidades y aceptarlas con el más profundo estoicismo. Con ella daba a sus discípulos un ejemplo de sacrificio y aceptación en defensa de su fe, que éstos asimilarían exponiéndose al martirio durante la época de las fuertes persecuciones de las que fueron víctimas. Jesús fue torturado por Pilato, quien, sin embargo, prefirió dejar la suerte del reo en manos de las autoridades religiosas locales; éstas decidieron condenarle a la muerte por crucifixión, un tipo de ejecución que era utilizada para exponer a la víctima en público a una muerte particularmente espantosa, lenta y muy dolorosa, con el fin de disuadir a las personas de cometer faltas graves o violaciones a las leyes impuestas por el Estado. 
En muchas oportunidades, los romanos acostumbraban a azotar con un látigo al procesado antes de crucificarlo. También era obligado a cargar sobre sus hombros el madero denominado patibulum, hasta el lugar en que solía permanecer clavada la estaca vertical o stipites, posteriormente se encajaban ambos travesaños y se procedía a colgar al reo o a clavarlo en la cruz, un instrumento que posteriormente se convirtió en el símbolo fundamental de la religión cristiana.
Jesucristo resucita a los tres días de su muerte y se les aparece varias veces a sus discípulos, encomendándoles la difusión de la fe. Cuarenta días después, según los Hechos de los Apóstoles, asciende a los cielos. Judas se suicida, arrepentido por su traición, mientras que los apóstoles restantes se propagaban por el mundo mediterráneo para predicar la nueva religión. El apóstol San Pedro, quedó al frente de la Iglesia o comunidad de los creyentes cristianos, por decisión del propio Jesucristo. Pronto se incorporarían a la predicación nuevos conversos, entre los que destacó Pablo de Tarso, mejor conocido como San Pablo o el Apóstol de los gentiles, quien impulsó la difusión del cristianismo más allá de las fronteras del pueblo judío, además de ser el redactor de algunos de los primeros escritos canónicos cristianos, incluyendo el más antiguo conocido, la Primera epístola a los tesalonicenses. Y así, este cristianismo primitivo se extendió, pese a ser una religión minoritaria y perseguida, hacia las regiones de Judea, Siria, Europa, Anatolia, Mesopotamia, Egipto y Etiopía.
En esencia, la obra de Pablo hizo que el cristianismo dejara de ser una secta judía y se transformara en una religión más universal, que se expandió hasta los confines del Imperio Romano para convertirse así en la religión oficial el 27 de febrero del año 380, con la promulgación del Edicto de Tesalónica, también conocido como: A todos los pueblos, bajo el mandato del emperador Teodosio el Grande.  
Durante estos primeros siglos, los Padres de la Iglesia, fueron consolidando las doctrinas del cristianismo y supervisaron el desarrollo del canon del Nuevo Testamento.  Y a partir del siglo XV, con la era de los descubrimientos europeos y las colonizaciones, se difundió por el resto del mundo.

Fue tan grande la convicción que envolvió a estos apóstoles, que se dedicaron a difundir las enseñanzas de su amado Maestro a pesar estar arriesgando sus vidas. De los doce apóstoles once murieron como mártires y solo uno, Juan, murió anciano a los 94 años.
Seguidamente, vamos a realizar una revisión muy somera, sobre la forma en que murieron estos apóstoles:
1.         Santiago, el mayor: fue el primero de los apóstoles en recibir el martirio. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes El Grande, echó manos de algunos de la Iglesia para matarlos e hizo morir por la espada a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto gustaba a los judíos mandó a detener también a Pedro. (Hch 12,1-3).
2.         Andrés: Fue crucificado en una cruz con forma de X, la cual hasta el día de hoy es llamada la cruz de San Andrés y es uno de sus símbolos apostólicos. La tradición coloca su martirio el 30 de noviembre del año 63, bajo el imperio de Nerón.
3.         Bartolomé: A este santo lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien llevaba un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.
4.         Santiago, el Menor: la más antigua información sobre la muerte de este santo nos la ofrece el historiador Flavio Josefo. Fue decidida por el sumo sacerdote Anan, hijo del Anás, que aparece en los evangelios, el cual aprovechó el intervalo entre la destitución del procurador Festo, y la llegada de su sucesor Albino, para decretar su lapidación, en el año 62.
5.         Juan: Se dice que un atentado fue realizado contra su vida mediante un cáliz de veneno del cual Dios lo salvó, y así murió de causas naturales, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio.
6.         Judas Iscariote: Traicionó a Jesús por treinta piezas de plata y luego se ahorcó. Así lo narra Mateo: “Cuando Judas, el traidor, supo que Jesús había sido condenado, se llenó de remordimientos y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los jefes judíos, diciéndoles: «He pecado, entregando a la muerte a un inocente». Ellos le contestaron: «Qué nos importa a nosotros. Es asunto tuyo». Entonces él, lanzando las monedas en el Templo, fue a ahorcarse” (Mt 27, 3-5).
Como queda vacante el puesto de Judas en el grupo de los 12 apóstoles, planearon su reemplazo, presentándose dos candidatos con buenos méritos, José Barsabás y Matías. Los apóstoles eligieron a Matías, que posteriormente fue apedreado y luego decapitado.
7.         Judas Tadeo: Se dice que a San Judas le aplastaron la cabeza con un mazo, razón por la que se le representa con este instrumento. Según otra tradición, fue atravesado con una lanza, y es por este motivo que también es recurrente encontrarle en representaciones iconográficas con este objeto.
8.       Mateo: Algunas tradiciones afirman que fue martirizado en Etiopía. Dice la tradición que evitando el matrimonio de una virgen con el Rey Hitarco, en el preciso momento en que terminaba la misa, un sicario enviado por este rey se le acercó y le clavó una espada en la espalda.
9.         Pedro: La tradición dice que fue crucificado en Roma con la cabeza hacia abajo. Pedro solicitó que lo crucificaran así porque no era digno de morir como su Señor Jesús había muerto.
10.       Felipe: Según narraciones posteriores, Hechos de Felipe y otras, evangelizó Grecia y después Frigia donde habría afrontado la muerte, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y otros de lapidación.
11.       Simón: La tradición dice que los persas aserraron a Simón en dos partes, razón por la que se le representa con una sierra. Otra versión dice que sufrió la crucifixión, luego de haber predicado el Evangelio en Samaria.
12.       Y para terminar tenemos al apóstol Tomás: de quién se cuenta que el rey de la India Gondóforo tuvo una fuerte discusión con él debido a su fe y con un espada atravesó su corazón. Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron con honor.
Vale la pena resaltar que a pesar de las enseñanzas tan nobles y excelsas transmitidas por Jesús de Nazaret, y el esfuerzo de los Apóstoles por difundirlas de la manera más fidedigna, cimentadas en el amor y el servicio al prójimo que, desde luego, aportó una ola gigantesca de valor moral para la humanidad, el cristianismo se enlodó en los anales de las historia con muchos desaciertos como la Santa inquisición, las Cruzadas, las tinieblas de la Edad Media, el descuartizamiento de Hipatia, la hoguera de Giordano Bruno y el suplicio de Galileo, entre otros.
Desde luego es la mano del ser humano manchada con sus vicios, la que ha estado detrás de los atropellos y las injusticias, al dejarse arropar por sus bajas pasiones desde las cúpulas del Poder y otros simplemente al ser arrastrados por la mano de la ignorancia y el fanatismo. Pero ante las caídas hay que volverse a levantar y retomar firmemente el bastión que marcó el horizonte inicial, que no es otro que la enseñanza pura y simple del Carpintero de Galilea, aquel que nos legó una frase inmortal: “Amaos los unos a los otros, como yo los he amado”.
Cabe destacar que, en la actualidad, el cristianismo es la religión más extendida de la humanidad y cuenta con aproximadamente dos mil millones y medio de seguidores. Si bien se encuentra dividida en varias Iglesias, como la católica romana, la ortodoxa y las diversas protestantes. Los cristianos creen que Jesús es el hijo de Dios, así como el Mesías (o Cristo) profetizado en el Antiguo Testamento, que sufrió, fue crucificado, descendió al infierno y resucitó de entre los muertos al tercer día para dar vida eterna a quienes crean y confíen en él, así como la redención de sus pecados.


Por: Ernesto Marrero Ramírez.