Quisiera comenzar este
artículo con una de las enseñanzas que Buda le daba a sus discípulos, con
relación a la contemplación del cuerpo, por eso cito del Satipatthana Sutta la
sección correspondiente a la reflexión sobre la repugnancia del cuerpo:
“Asimismo, monjes, un monje reflexiona sobre su propio cuerpo,
envuelto en la piel y lleno de impurezas, de la planta de los pies hacia arriba
y de la coronilla hacia abajo, y piensa así: "Hay en este cuerpo: pelos en
la cabeza, vello en el cuerpo, uñas, dientes, piel, carne, tendones, huesos,
tuétanos, riñones, corazón, hígado, pleura, bazo, pulmones, intestinos,
mesenterio, estómago, heces, bilis, flemas, pus, sangre, sudor, grasa sólida,
lágrimas, grasas líquidas, saliva, mocos, fluido sinovial, orina."
Es como tener un saco de provisiones, de aquellos con dos aberturas,
lleno de diversas clases de grano, tales como: arroz de montaña, arroz
corriente, alubias, guisantes, sésamo, arroz perlado, y un hombre que tiene
buenos ojos lo abre, lo examina y dice: "Esto es arroz de montaña, esto
arroz corriente, esto son alubias, esto son guisantes, esto es sésamo, esto es
arroz perlado." De la misma manera, un monje reflexiona sobre su propio
cuerpo de las plantas de los pies hacia arriba y de la coronilla hacia abajo,
envuelto en la piel y lleno de impurezas. "En este cuerpo hay pelo en la
cabeza, vello en el cuerpo, uñas, dientes, piel, carne, tendones, huesos,
tuétanos, riñones, corazón, hígado, pleura, bazo, pulmones, intestinos,
mesenterio, estómago, heces, bilis, flemas, pus, sangre, sudor, grasa sólida,
lágrimas, grasas líquidas, saliva, mocos, fluido sinovial, orina. Así vive contemplando el cuerpo en el cuerpo...”
He traído esta enseñanza budista con la intención de confrontarlo con la
necesidad, que existe en la sociedad contemporánea, de rendirle culto al
cuerpo. Un lugar donde el narcisismo, el individualismo, la competitividad y el
afán de la perpetuidad de la vida, han tomado la batuta.
En la actualidad se puede percibir ese vehemente deseo de encontrar
"el elixir de la eterna juventud", algo que en la antigüedad
intentaron fabricar tantos alquimistas; esa sed de embellecer nuestro físico, y
combatir así el flagelo de la vejez que a su vez anuncia la cercanía de la
muerte. El Dalai Lama comenta una de sus experiencias, en occidente, al
respecto de la dificultad de tantas personas en aceptar la vejez:
[…] En ocasiones, cuando me reúno con amigos de toda la
vida ―como ciertos senadores de países como los Estados Unidos―, les saludo con
las palabras «viejo amigo», lo cual significa que nos hemos conocido durante
mucho tiempo, no necesariamente que seamos ancianos. Pero cuando pronuncio esas
palabras, siempre hay algunos de ellos que me corrigen enérgicamente: « ¡No
somos viejos! Somos amigos desde hace mucho tiempo». En realidad ellos sí que
lo son ―tienen pelos en las orejas, señal de ancianidad―, pero se sienten
incómodos por el hecho de serlo. Eso es absurdo.
Tratamos de alargar la juventud e invertimos grandes cantidades de
dinero en medicamentos, dietas, centros de belleza y en cirugías estéticas que
nos ayuden a mejorar nuestra imagen corporal. Aunque pueden haber muchos casos
en que se justifiquen en este tipo de operaciones, sobre todo para corregir
malformaciones congénitas o víctimas de accidentes, otros, por su parte, viven
visitando los quirófanos con un problema de tipo psicológico que busca
compensar el vacío existencial que manifiesta su espíritu, anhelando un sentido
vital que les pueda brindar peso y profundidad a su paso por este mundo
temporal.
La belleza física viene acompañada de un componente cultural muy
significativo, y puede variar según la moda, la época y la región. Así se puede
comprobar como las mujeres de diferentes tribus y países practicaban diversas
tradiciones para verse más atractivas. Por ejemplo La tribu Mursi en Etiopía
posee la tradición de insertar platos de barro en el lóbulo de sus orejas y en
los labios. Los Botocudos (del portugués botoque, que significa tapón, disco,
plato), eran una tribu que vivía en las selvas amazónicas y tenían la costumbre
tradicional de insertarse tapones o discos de madera en los lóbulos de las
orejas y en los labios, que a veces alcanzaban los diez centímetros de
diámetro.
Las Kayan, también llamadas cuellos de jirafa, son mujeres que
pertenecen a la tribu o grupo étnico Karen, de Birmania, y tienen la tradición
de colocarse collares de latón en el cuello con forma de anillos para
alargárselo, para ellas esto es sinónimo de belleza y comienzan a utilizarlos
desde los cinco años.
En la China, muchas mujeres practicaron la reducción del tamaño del pie,
hasta mediados del siglo XX, como un símbolo de feminidad. Su tamaño podía
disminuir hasta un tercio de su tamaño normal, mediante el uso de vendas iban
atrofiando el desarrollo de la extremidad hasta que quedaran muy pequeñas. Si
un hombre llegaba a conseguir una pareja de pies reducidos para contraer
matrimonio, gozaba de un enorme incentivo erótico ya que poseía una mujer mucho
más atractiva que las demás.
En las regiones saharianas o
países como Mauritania, en África, la obesidad femenina supone un estilo de
belleza y hasta un requisito para casarse mejor, donde a menudo se recurre a
fármacos o dietas hipercalóricas, para lograrlo. En el pasado, recluían a
las niñas en un sistema de internado, llamado "granjas de engorde",
donde las alimentaban con una dieta especial de carnes rojas, mantequilla y
leche de camella, hasta que adquirían la apariencia física necesaria para
atraer al buen marido.
Así como los ejemplos citados anteriormente se pudieran mencionar muchos
más, donde diferentes tipos de pueblos interpretaban un significado distinto al
atractivo corporal. Pero como vemos, este tipo de apreciaciones nos indican que
la belleza es un atributo totalmente subjetivo y el prototipo físico
estéticamente perfecto es tan solo una construcción social que adopta cada sociedad
en un momento determinado de la historia.
Es cierto que el cuerpo es necesario mantenerlo en buenas condiciones
físicas: alimentación, higiene, ejercicios, relajación y salud en general; pero
el culto al cuerpo, el poseerlo como un centro de veneración, puede convertirse
en algo patógeno que terminará por manifestarse en depresiones y angustias ante
el deterioro irreversible que la vejez producirá en él. Además este tipo de
fijaciones producen que orientemos nuestra existencia hacia factores
superficiales que jamás podrán sustituir al universo de posibilidades que
habita dentro de nosotros. Vivimos tratando de parecer y no de ser, la
autenticidad surge sólo excepcionalmente y nos abocamos a copiar esquemas
externos en vez de voltear la mirada hacia nuestro potencial interior que está
a la espera de ser descubierto. Martin Heidegger decía que el hombre vive en un
"estado de interpretado", copiando esquemas sociales o modas y
manejado por medios comunicacionales o entes de poder. Vivir como parte de una
masa y perder la posibilidad de conocernos y realizar un aporte trascendente en
nuestro tiempo histórico es una condición que parece multiplicarse cada vez
más.
El complejo de Adonis o mejor conocido como la "vigorexia" es
un flagelo que actualmente está profundizándose cada vez más en nuestras
sociedades occidentales, causando que las personas estén cada vez más
inconformes con su estética personal y sigan exigiendo mayor perfección. La
vigorexia puede definirse como un tipo de trastorno psicológico caracterizado
por la presencia de una preocupación obsesiva por el cuerpo físico, es la
obsesión por alcanzar un cuerpo perfecto, musculoso y escultural.
En este afán de adaptarse a las modas, y a las exigencias del mercado
publicitario, en cuanto a la imagen óptima corporal, una gran cantidad de
personas han llegado a la anorexia y la bulimia y otros, decepcionados por su
aspecto físico, se han refugiado en mundo de las drogas y el alcohol.
El hombre de nuestras sociedades vive aletargado y desconectado de su
mundo interior. Se sumerge en la carrera desenfrenada de la cotidianidad donde
se enfoca en cumplir con lo urgente pero no con lo importante, y pierde así la
oportunidad de encontrarle un sentido profundo a sus vidas. Esta situación le
produce un vacío existencial y un miedo a enfrentar la finitud de su
corporalidad que lo desvía hacia los placeres superficiales, la búsqueda de la
belleza física, la acumulación de riquezas y la adquisición casi frenética de
novedades tecnológicas.
A veces deberíamos preguntarnos qué es más importante en esta existencia
temporal, si la cantidad de vida o la calidad de vida. Resulta interesante
mencionar algunos personajes, aunque sea al azar, que murieron jóvenes pero que
su paso por este mundo resultó sumamente fértil y marcaron huellas que muchos
han podido transitar para aclara su camino:
San Pancracio, 14 años.
Juana de Arco, 19 años.
John Keats, 25 años.
Julián del Casal 29 años.
Luis Enrique Marmol 29 años.
Santa Rosa de Lima, 31 años.
Alejandro Magno, 33 años.
Mozart, 35 años.
San Antonio de Padua, 35 años.
Leopardi 38 años.
Martin Luther King, 39 años.
Blaise Pascal, 39 años.
Edgar Allan Poe, 40 años.
Franz Kafka, 42 años.
Kierkegaard, 42 años.
San Francisco de Asís, 44 años.
Estos son sólo algunos ejemplos de individuos que vinieron a iluminar
este mundo y dejar su legado, para que otros puedan abrirse paso dentro de la
maleza de la vida y escalar ya sea a la cima del conocimiento o de la fe. Como
modelo magistral de una existencia entregada a la humanidad tenemos a Jesús de
Nazaret que con tan solo 33 años partió la historia en dos: a.C. y d.C.
¿Por qué tanto afán en la permanencia si sabemos que la vida es
transitoria? Tal vez si aceptáramos que nuestro paso por este mundo es temporal
y que en algún momento tendremos que partir, ¿no pudiéramos hacer nuestro
limitado tiempo más fructífero?, ¿no trataríamos de buscar un sentido más
profundo de nuestra existencia que el mero hecho de satisfacer deseos tras
deseos?, ¿no nos evitaríamos muchos sufrimientos si pensáramos en la muerte
como un hecho natural, en vez de evadirla?
Con mucha claridad lo indicó el filósofo y escritor Michel de Montaigne
cuando expresó:
Los hombres vienen y van, trotan y danzan, y de la muerte ni una palabra.
Todo muy bien. Sin embargo, cuando llega la muerte, a ellos, a sus esposas, sus
hijos, sus amigos, y los sorprende desprevenidos, ¡qué tormentas de pasión no
los abruman entonces, qué llantos, qué furor, qué desesperación![…]
No es en el cuerpo temporal sino en el espíritu eterno donde habita la
belleza del individuo, tampoco es en la esbeltez corporal sino en la
profundidad moral e intelectual que pueda desarrollarse en la vida. No es en el
egoísmo de verse constantemente al espejo, al estilo de la bruja de Blanca Nieves,
y preguntarle quién es el más hermoso, es en el desarrollo de nuestra
autenticidad, en la filantropía de los objetivos de vida y en el servicio a la
humanidad donde radica la trascendencia, la libertad y el verdadero sentido de
nuestra existencia.
Por: Ernesto Marrero Ramírez
ernestomarreroramirez.blogspot.com
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