Frases del escritor

Filosofía clásica y existencial en torno a la Literatura... Un camino de reflexiones y letras para encontrarnos.
Instagram:@ernestomarrero / Facebook: Ernesto Marrero Ramírez

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Nota de Prensa: Fragmentos de Impermanencia

 

Caracas, Venezuela – El escritor venezolano Ernesto Marrero Ramírez, autor de reconocidas obras como "El pececito que quería ser humano" y "La leyenda del sabio de la montaña", lanza su más reciente libro titulado: "Fragmentos de Impermanencia".

Esta nueva obra promete cautivar a los lectores con su profunda exploración sobre la naturaleza transitoria de la existencia humana, a través del género de la poesía.

"Fragmentos de Impermanencia" es una selección de poemas que invitan al lector a adentrarse en un viaje introspectivo alentado por los momentos efímeros que componen nuestras vidas. Con su acostumbrada sencillez y sensibilidad, Ernesto Marrero combina elementos de la filosofía, la psicología y la literatura para ofrecer una obra que no solo inspira, sino que también incita a la reflexión y al autoconocimiento.

En palabras del autor: "Este libro es una invitación a abrazar la impermanencia como una parte esencial de la experiencia humana. A través de estos fragmentos, busco compartir una visión que nos permita encontrar belleza, profundidad y propósito en lo transitorio de nuestras vidas."

La presentación oficial de "Fragmentos de Impermanencia" se llevará a cabo el próximo 26 de noviembre en la Feria del Libro del Oeste de Caracas, en los espacios de la Universidad Católica Andrés Bello, ubicada en Montalbán, Caracas. En la Carpa del Estudiante. Durante el evento, el autor ofrecerá una disertación sobre los temas centrales de su obra, recitará algunos poemas y firmará ejemplares para los asistentes.

La presentación del libro estará a cargo de  Carmen Cristina Wolf, poeta, ensayista y miembro directivo del Círculo de Escritores de Venezuela. Y el moderador del evento será el Dr. Ygmar Hernández Boyer, sociólogo, profesor universitario, investigador y postdoctoral en Ciencias de la Seguridad ciudadana.


Reseña del escritor:

Ernesto Marrero Ramírez es poeta, cuentista y ensayista venezolano. Licenciado en Administración y Magister en Filosofía práctica de la Universidad Católica Andrés Bello. También realizó estudios superiores de Psicología Existencial en la Universidad de Winner en Lima, Perú, y Psicología Analítica en el Centro de Estudios Junguianos en Caracas, además de Narrativa Contemporánea en la UCAB. Es miembro del Círculo de Escritores de Venezuela y de la Sociedad Venezolana de Filosofía. También es profesor universitario, investigador, conferencista, asesor gerencial, locutor, productor de micros radiales y articulista sobre temas filosóficos, biográficos y existenciales.

Algunos de sus libros son: El pececito que quería ser humano; La leyenda del sabio de la montaña; Y ahora… ¿por dónde empiezo?; Cuando tenga tiempo, empiezo; Pasajes secretos del alma; El Futuro nos Alerta; Quisiera contarte algo; El tiempo y su legado; El jardín de la existencia y Fragmentos de impermanencia.

Actualmente trabaja en un nuevo libro que está próximo a publicar. 


martes, 12 de noviembre de 2024

Sonrisa etílica

 


    

Amanecía en Caracas, la mañana se veía más nublada que otros días. Habían comentado en la radio que se trataba de una calima originada por la contaminación, nada raro para una ciudad en la que se observaban vehículos con tubos de escape que despedían nubes negras y nadie decía nada. Bueno, qué tanto puede llamar la atención un ecocidio en un lugar donde prevalecen los antivalores, las infracciones, la falta de educación y la indiferencia.

Estaba inmerso en el tráfico rutinario de las siete de la mañana en la autopista Prados del Este. Eran los momentos en que más “viajaba” fuera de mi país, me paseaba por Berna, Estocolmo, Viena, ciudades organizadas donde las leyes funcionan y existe la educación. Con este placentero paseo mi mente trataba de alejarse de esta insoportable anarquía ciudadana, que cada vez empeoraba más.

Llegué a la avenida México, en el centro de Caracas, y paré mi carro en un estacionamiento que siempre tiene puesto en las mañanas. Me coloqué el saco, me ajusté la corbata y me fui a toda prisa, ya faltaban quince minutos para las ocho y no quería llegar tarde al trabajo. Cuando quedaban unos metros para doblar la esquina y subir la escalera que me llevaría a la oficina, pude ver a un hombre de chaqueta beige y pantalón de jean que estaba orinando detrás de un carro. Al pasar a su lado, volteó y me llamó: “Hey, aaaamigo. Esperrrre un segundo”, dijo con la lengua enmarañada producto del alcohol. “Me gané la lotería matutina”, pensé, “¿qué querrá este borracho tan temprano?” Con dificultad se subió el cierre del pantalón y se aproximó. Al verlo de cerca me pude dar cuenta de que había pasado la noche en la calle, estaba inmundo y el tufito me hacía pensar que tenía una rumbita de varios días. Su cara, con nariz de bruja de cuento de hadas y una sonrisa desdentada, me causó demasiada risa. Entonces me dijo: “Muuu, mucho guuusto, mi nombre es Raaaúul”, y levantó la mano para dármela.

En ese momento me vino a la memoria la reciente imagen de su mano en aquel miembro que jamás tocaría, y que además debía poseer una orquesta sinfónica de microbios, bacterias y otros invitados. “Estoy apurado, amigo”, le dije de forma evasiva mientras seguía caminando y lo dejaba con la mano levantada: “So... solamente querrrría ofrecerle misss serrrvicios deee…”, alcancé a escuchar, mientras empezaba a subir la escalera hacia mi oficina, de manera apresurada.

A la una y media de la tarde salí a almorzar. Se me había hecho tarde y tenía que visitar a un cliente. Lo malo de ser puntual y trabajar en bienes raíces son las constantes reuniones y la impuntualidad de la gente. Yo entiendo que pueden suceder contratiempos, pero ¡por Dios! Esto ya es un vicio. Las llegadas tarde se han hecho rutina en una gran parte de la sociedad venezolana.

Me comí una hamburguesa de esas que llaman “triple bomba” para quedar bien resuelto y vi la hora: 1:45pm. Ni de casualidad llego a las dos para una reunión en Prados del Este, en el centro comercial Concresa. “Si por lo menos el Metro llegara hasta allá”, pensé. “Bueno, lo que me queda es tomar un mototaxi”.

En ese instante pasó uno, tenía casco y chaleco anaranjado; «este mismo es», me dije. Le saqué la mano, se detuvo y me monté. “A Concresa, amigo”. Sin responderme el hombre arrancó, pero a pesar de la brisa que había, me llegó el mismo olorcito a licor de la mañana. Mi mente se nubló y un torbellino de ideas azotó mis pensamientos: «no puedo creerlo», me dije. Entonces el tipo se detuvo frente a un semáforo, milagrosamente, porque nunca lo hacen. Se sacó una carterita de caña clara del bolsillo y se dio un trago largo. “Quierrrre, un poooco”, me dijo, y al voltearse pude verle su cara de cuento de hadas, con la nariz gigante y sin dientes. «Noooooo, esto es una pesadilla, es el borracho de esta mañana», me dije angustiado.

El hombre arrancó la moto a toda velocidad, sin darme tiempo de bajarme allí mismo. Seguramente esos eran los servicios que quería ofrecerme: los de mototaxista. Si lo hubiera escuchado no me monto con este loco. Su raquítico cuerpo parecía de goma. Manejaba como ladeado, se subía en las aceras, se comía las flechas, nos “adelgazábamos” para pasar entre los carros, sufríamos una especie de dilatación molecular o algo así. Yo estaba sorprendido porque, al parecer, la adrenalina de la velocidad eliminaba de sus venas aquel aguardiente malo que estaba ingiriendo. Me pareció que habíamos recorrido distancias intergalácticas a la velocidad de la luz. Lejanamente escuché cómo un conductor nos recordaba a nuestras madres, pero él solamente levantaba la mano como devolviéndole la mentada. Sus ojos estaban clavados en la vía, se sentía dueño de ella.

Cientos de motociclistas pasaban a nuestro lado e imitaban esta forma tan salvaje de manejar. Y ¿quién frena esta esquizofrenia social si las autoridades de tránsito parecían hacer reverencias de admiración cada vez que realizábamos estas acrobacias atroces?

De repente salí de aquella interminable pesadilla. “Llegaaaamos”, me indicó. Mi corazón, que debía estar a doscientas palpitaciones por minutos, empezó a calmarse. “Son treesss doolaresss”, me comunicó con su sonrisita etílica. Lo vi y me reí, le pagué e intentó darme la mano otra vez. Tampoco se la di, pero le comenté que cuando yo estuviera necesitado de sus servicios le avisaría. Me explicó que trabajaba en una línea cercana a la estación del metro Bellas Artes. Cuando se retiró, levantó la moto en caballito y así pasó algunos carros, luego lo vi perderse en una curva.

Me apuré y llegué faltando cuatro minutos para las dos, al café en el que me vería con mi cliente. Quien por cierto llegó a las dos y media. ¡Siempre la impuntualidad de porquería!... !Qué vaina!... ¡Ya me lo esperaba!


Por: Ernesto Marrero Ramírez

 


sábado, 9 de noviembre de 2024

Bautizo del libro: Fragmentos de Impermanencia

Del 20 al 25 de noviembre del presente año, se realizará la Feria del Libro del Oeste de Carcas (FLOC), en las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).

El martes 26, a las 4:00 pm., se realizará el bautizo del libro Fragmentos de Impermanecia, del escritor Ernesto Marrero Ramírez, auspiciado por la editorial del Círculo de Escritores de Venezuela y Ediciones Alta Esfera




El evento contará con la siguiente participación:

Moderador: Dr. Ygmar Hernández Boyer, sociólogo, profesor universitario, investigador y postdoctoral en Ciencias de la Seguridad ciudadana. 

Presentación de libro: Carmen Cristina Wolf, poeta, ensayista y miembro directivo del Círculo de Escritores de Venezuela.

Autor: Ernesto Marrero Ramírez, quien realizará una disertación sobre el tema de la  Impermanencia, y su vinculación con la poesía: tema central de su libro.






miércoles, 30 de octubre de 2024

Poemario: Fragmentos de Impermanencia



La impermanencia es un concepto clave en diversas religiones y filosofías de vida. Nos dice que todo está en constante transformación, que nada es para siempre, ya sea en relación con nuestra realidad exterior como en la interna.

Fragmentos de impermanencia es un poemario que aborda este concepto de la temporalidad, la conciliación entre la vida y su final, un sentido profundo que, como humanos, podemos hallar de esta realidad inevitable.

Este poemario nos invita a contemplar la impermanencia con asombro filosófico y a encontrarle sentido en nuestra fugacidad. Es un espejo donde podemos ver reflejada nuestra propia condición mortal y, a la vez, contemplar el abanico de oportunidades que la vida nos presenta para ser mejores personas. Al aceptar la transitoriedad de todo, podemos cultivar una mentalidad de desapego, equilibrio emocional y compasión. Asimismo, nos insta a abrazar el cambio como una parte inherente y natural de la vida, incentivándonos a vivirla con plenitud y agradecimiento. 

Fragmentos de impermanencia es un libro que invita, a través de la poesía, a despertar de la rutina diaria y a desarrollarnos como individuos más genuinos, conscientes de nuestra finitud y de la libertad que en ella habita.


jueves, 17 de octubre de 2024

Oscuros derroteros

 




En los confines de la mente humana

donde los pensamientos se entrelazan

se alza el egoísmo, insaciable y voraz.

No se revela como hambriento lobo

sino como un susurro sutil que seduce,

como una sombra esquiva que se oculta

tras la máscara de la apariencia

mientras devora la nobleza y la compasión

 

La avaricia, su compañera silente,

teje telarañas de apetitos insaciables

con cuerdas invisibles que aprisionan corazones,

y convierten los sueños en charcos de ambición

 

El egoísmo y la avaricia son gemelos oscuros

que nos arrastran hacia abismos sin fondo,

donde las luces altruistas se desvanecen

y solo queda el eco sombrío de nuestros deseos.

 

Así, en una eterna coreografía de sombras y luces,

-en la limitada vía de nuestra existencia-

perseguimos comprensión y discernimiento

para romper las cadenas del egoísmo

para encontrar la sabiduría del Amor

sábado, 31 de agosto de 2024

Cómo escribir un libro

Para todos aquellos que tienen la inquietud sobre cómo escribir un libro  



Quisiera escribir un libro

y no sé cómo empezar.

¿Comienzo con punto y coma

o con un punto final?

Luego planteo la historia,

un verso, una narración,

un cuento caballeresco

o una novela de acción.

Tres puntos para el suspenso,

coma en la numeración,

comillas para una cita

y para hablar un guión.

Los sinónimos y antónimos

deben ser seleccionados

y no caer en muletillas

ni en lenguajes rebuscados.

Elijo a los personajes

y desarrollo la trama,

unos ríen, otros lloran

y algunos brillan de fama.

El desarrollo del diálogo

hay que saberlo montar,

una prosa distinguida

o un lenguaje coloquial.

Lo más difícil de todo

es escoger el final.

Algunos deben morir

y otros merecen ganar.

Hay que sembrar un legado

para una generación,

y no escribir por negocio

o por llamar la atención.

Luego debo publicarlo

y esperar las librerías,

algunas querrán venderlo

y otras reír de ironía.

Al final debo esperar

la experiencia del lector.

Si le gusta el contenido

…me convierto en escritor.


De mi poemario: El jardín de la existencia

Año 2014

domingo, 25 de agosto de 2024

Carta de agradecimiento


"Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!"
Amado Nervo



Querida Vida:

    

Hoy quiero darte las gracias por ser la hiladora de mis días, la maestra de mis lecciones y la compañera inquebrantable en este efímero y misterioso periplo.

En tus enigmas y paradojas encuentro la belleza de la Impermanencia. Cada amanecer es un recordatorio del cambio, que los días danzan y que nosotros también somos parte de ese rítmico espectáculo.

A veces, me asalta la nostalgia por algunos momentos del pasado, por esas heridas que aún arden y no cicatrizan. Pero también entiendo que en la fugacidad reside la magia, y en el desapego y el servicio el perdón que nos libera.

Entiendo que la existencia es un regalo, y aunque a veces nos enfrentamos a la injusticia, la ignorancia, la incomprensión, la altivez, el egoísmo y otros vaivenes humanos, también somos bendecidos con risas, cálidos abrazos, dilectas amistades, buenas reflexiones y ejemplos de nobleza. Porque cada día es una nueva oportunidad para crecer, cultivar la virtud y encontrar la paciencia. Por eso en los tiempos oscuros también percibo destellos de luz, y recuerdo que nada es eterno, ni siquiera un profundo dolor.

Vida, eres una hoja en blanco, y cada día es un verso que se escribe sobre tu piel. A veces, mis letras son torpes, pero tú siempre me ofreces la oportunidad de corregirlas, aprender y proseguir el camino. Me enseñas que el autoconocimiento es un viaje sin fin, y que la verdadera riqueza está en las experiencias compartidas, en el amor que damos y recibimos, y en los instantes de paz que experimenta nuestra alma.

En los momentos de quietud, cuando el sol se apaga y las estrellas se encienden, me pregunto sobre el verdadero sentido de esta aventura: ¿Quiénes somos? ¿Qué es la conciencia? ¿Hay un "yo" permanente o solo somos una corriente de pensamientos y emociones? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta existencia?

Tal vez en los suspiros del viento, en el murmullo del río o en el batir de las olas se encuentran respuestas que escapan a nuestra ínfima comprensión. O quizás, como Giordano Bruno, deberíamos contemplar el vasto universo y sentirnos parte de algo más grande, algo que trasciende los límites de nuestra carne, huesos y pensamientos.

En este instante, mientras escribo estas breves palabras, entiendo que la muerte también es parte de ti. No como un final oscuro o absoluto, sino como una transformación. ¿Acaso no somos como hojas que caen en otoño para abonar la tierra y dar vida a nuevas flores que brotarán en la primavera?

Así que, Vida, gracias por todo. Por los días soleados y lluviosos, por las bienvenidas y despedidas. Gracias por la familia que me diste, por la risa de los niños, por el aroma del café en la mañana, por los ríos, playas y montañas, por la sombra del árbol, el ave que vuela y la brisa que acaricia mi rostro, por los magnos libros, las ideas y los buenos poemas, gracias por un día más.

Prometo seguir indagando, aprendiendo y aportando reflexiones, mientras mi aliento persista. Y cuando llegue el día de soltar tu mano, cuando aparezca la última exhalación, confío en que seré recibido con beneplácito más allá de tus confines, como una gota que se funde con el océano.

Con eterna gratitud, de un humilde peregrino que recorre tus senderos:  Ernesto Marrero

 

P.D.: Vida, si alguna vez te cruzas, en tus misteriosos caminos, con Schopenhauer, Sartre, Sócrates, Gandhi, Nietzsche, Sidartha, Epicteto o Séneca, dile que su filosofía sigue inspirando a las almas curiosas y sinceras que, como yo, caminan sobre sus huellas.


sábado, 3 de agosto de 2024

El lenguaje de la vida

 


He tenido la necesidad de escribir estas experiencias, que a lo mejor muchos habrán vivido, y que seguro han creado una serie de inquietudes en muchos lectores, los cuales llegarán a familiarizarse con este ensayo.

Me encontraba almorzando con un hermano, al que le comenté que pensaba escribir una historia, que iba a tratar sobre una religión africana que se había sincretizado con los indígenas y el catolicismo. En ese instante él me comentó que acababa de conocer a un sacerdote que profesaba una religión brasileña, la cual combinaba las características africanas con las indígenas y católicas. Bien, hasta allí solo me pareció interesante la coincidencia, pero cuando le comenté que en mi relato pensaba ubicar el templo, o lugar de culto de estos grupos, en un sector preciso de la ciudad de Caracas, él me comunicó que exactamente allí se reunían ellos. Para mí en ese momento se acabó la casualidad para convertirse en un suceso especial.

 Al día siguiente encontré una revista que tenía días buscando por la casa, pero no la hallaba, hasta que esa mañana mi esposa la ubicó en una bolsa cerca del lavandero y me la entregó, entonces elegí uno de los tantos artículos que estaban disponibles y comencé a leerlo. Hablaba sobre una mujer llamada Silvia, casada, de treinta y cuatro años de edad y dos hijos, la cual se encontraba deprimida. Me encontraba imbuido en la lectura, hasta que apareció mi esposa y le pregunté qué estaba haciendo, a lo que me respondió:

            —Estaba hablando con mi amiga Silvia, hoy está cumpliendo treinta y cuatro años, pero la sentí un poco deprimida, a lo mejor es que sus dos hijos estaban discutiendo, y esta situación la puso así, me imagino que su esposo había salido y estaba sola con ellos.

Entonces le mostré el artículo que comenzaba con esa misma descripción y quedó atónita.

Luego comencé a leer un texto de filosofía, para un artículo que tenía que preparar, y la cuerdita que tenía para marcar las paginas no apareció, por lo que busqué el primer marca libros que encontré; éste pertenecía a un libro que había escrito hace algunos años: Una luz en el camino, el cual tenía un pensamiento extraído de su contenido, y decía:

 

Despégate de la ilusión de lo que ves

y conocerás el mundo de lo no visto,

sólo así podrás entender que la muerte

es cambiar, pero nunca desaparecer.

 

 El mensaje era interesante, y a cualquiera le hubiera parecido algo normal leerlo, la única diferencia es que a mí se me había muerto un tío el día anterior.

 A muchos de nosotros nos han pasado sucesos que nos causan asombro, pero que tal vez lo tachamos de hecho curioso. Estamos pensando en una persona y, justo en ese momento, recibimos una llamada telefónica suya, o de pronto nos acordamos de alguien que hace mucho tiempo no tenemos en mente, y entonces lo encontramos en la calle. Para explicar estos sucesos tendríamos que apartar la palabra casualidad que hace alusión a una situación no prevista ni buscada, a lo azaroso. Para un suceso que no puede hallarse una explicación lógica o racional sería conveniente utilizar el término que aplicó el famoso psicólogo suizo Carl Jung de acausalidad.

 Al término acausal se le antepone el sufijo “a” que indica oposición, carencia o privación de algo; es decir, privación de una causa identificable. Se utiliza para describir eventos que no poseen una causa aparente.

Jung acuña el término sincronicidad como un principio de conexión acasual, donde eventos internos (psicológicos) y externos (físicos), se relacionan sin una condición causal directa. Además, este suceso posee un significado profundo para la persona que lo experimenta. Este concepto se distingue del sincronismo que se define como la ocurrencia simultánea de dos sucesos o más, y se refiere a un término más técnico que describe la coordinación temporal de acciones o eventos. Puede ser utilizado como sinónimo de concordancia, coincidencia o simultaneidad. 

En su obra Crítica a la razón pura, Immanuel Kant nos habla sobre el fenómeno y el noúmeno. Para este filósofo, el fenómeno es la apariencia del mundo que percibimos a través de nuestros sentidos. Según él, todo lo que conocemos y experimentamos es a través de los fenómenos, y esta información se encuentra limitada por nuestras facultades cognitivas o sentidos. Por otro lado, el nóumeno es la "cosa en sí", es la realidad que existe independientemente de nuestra percepción. Kant argumenta que los noúmenos son incognoscibles para nosotros, ya que nuestras capacidades cognitivas no pueden acceder a ellos directamente. Es como hablar de la “realidad última” en la filosofía oriental, principalmente en el hinduismo, el jainismo y el budismo, y el concepto de “Maya[1]”, que nos nubla la visión y nos envuelve en un mundo ilusorio, en una especie de sueño del cual debemos despertar, y no quedarnos volcados hacia lo externo, hacia el mundo material. Solo al romper el “velo de Maya” y experimentar un estado de iluminación (samadhi o nirvana), podremos entender la apariencia de los fenómenos y palpar la realidad última.

Bajo estos conceptos kantianos y orientales, podemos deducir que la dificultad para descifrar el lenguaje de la vida se debe a la limitación de nuestros sentidos corporales, en otras palabras, por nuestra restringida percepción de la conciencia. Entendiéndose a la conciencia, como la percepción que tenemos de nuestro entorno o de nosotros mismos.

Desde el punto de vista de la filosofía, el lenguaje de la vida abarca la manera en que interpretamos nuestra existencia, la búsqueda de sentido y la influencia del lenguaje en nuestra percepción del mundo. Cada individuo debe crear sus propias interpretaciones de su existencia a través de un proceso de autoconocimiento y reflexión que le lleve a elegir las decisiones más coherentes y acertadas, a través del criterio, el discernimiento y la intuición.

Sobre la intuición en la filosofía quisiera aclarar que, aunque para muchos filósofos puede considerarse subjetiva y debería someterse a un escrutinio crítico, también hay que resaltar que a través de los años ha sido valorada por muchos pensadores, ya que esta es capaz de proporcionar un conocimiento inmediato y profundo (el nous platónico)[2], más allá de la lógica, que puede servir como base para el razonamiento y la argumentación, en diversos campos filosóficos. Además, es esencial para poder descifrar este complejo lenguaje con el que nos habla el universo.

La vida puede hablarnos y tratar de comunicarse con nosotros de diferentes maneras. Por ejemplo, en el ámbito de la bilogía genética, el ADN es considerado un lenguaje de la vida, ya que éste se encuentra presente en las células, y es el material hereditario que almacena toda la información genética que la célula necesita para su reproducción. Esta aseveración es cierta, pero también existen otros tipos de lenguajes o códigos por descifrar.

El universo con sus millones de estrellas y planetas, es un libro abierto esperando a ser leído. Los fenómenos como la telepatía, la clarividencia, las experiencias cercanas a la muerte (ECM), la mediumnidad, la intuición y la sincronicidad, forman una manera de comunicación, muchas veces incomprendida o misteriosa, en la que se conjugan diversas condiciones energéticas para hablarnos y darnos pistas del camino a seguir en la vida. Aunque en ocasiones podemos sentir que navegamos en una balsa por el mar de las dudas y de los cuestionamientos sin un puerto claro a dónde llegar. Son corrientes del pensamiento metafísico que nos llevan a explorar la naturaleza de la mente, el ser, el alma, la existencia y el universo que nos rodea, para tatar de comprender sus misterios.

Así lo hicieron Arthur Schopenhauer y Eduard Von Hartmann que, desde un pensamiento filosófico metafísico, expusieron ideas para tratar de explicar este tipo de fenomenología. Por su parte, Shopenhauer veía los fenómenos paranormales, como la telepatía y la clarividencia, como manifestaciones de la Voluntad. Esa Voluntad metafísica que tanto desarrolló en su filosofía y que todo lo creaba y todo lo destruía, motor de lo existente y causa del dolor universal. Una fuerza irracional e inconsciente que subyace a todos los fenómenos, la realidad nouménica kantiana. En su libro Parerga y Paralipomena, llegó a decir: “quien ponga en duda hoy en día los hechos del magnetismo animal y de clarividencia no ha de ser tachado de incrédulo, sino de ignorante”. Por otro lado, Von Hartmann escribió un librito titulado: El espiritismo (Der Spiritismus), donde expone los fundamentos que explican estos fenómenos espiritualistas, bajo los principios de su filosofía: “lo absoluto del inconsciente”. 

Investigadores y escritores de la talla de Oliver Lodge, William Crookes, William James, Emmanuel Swedenborg, Thomas Alva Edinson, J.J Thompson, John Logie Baird y Alfred Russell Wallace, entre muchos otros, estudiaron diversos fenómenos paranormales y dejaron sus opiniones al respecto.

Tal vez la física cuántica sea una de las herramientas que posee la ciencia actual para intentar dar una explicación a estos tipos de fenómenos. Por otro lado, los estudios que están realizando muchos médicos, y otros científicos, acerca de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), sobre aquellas personas que fallecen clínicamente y luego son revividas con diversas maniobras médicas y cuentan las experiencias que vivieron en esos minutos “fuera de su cuerpo físico”, también nos brindan algunas luces ante los misterios que encierra la muerte y el mundo del espíritu, que no podemos percibir con nuestros sentidos corporales.

Tagore dijo en una oportunidad: Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña. Es cierto, diariamente tenemos una hoja escrita frente a nuestros ojos, indicándonos el camino a seguir, pero normalmente estamos imbuidos en la rutina cotidiana, que nos nubla nuestra visión y evita que ese mundo interno armonice con el que se ubica afuera y podamos encontrar así un estado de equilibrio. Es nuestra responsabilidad prestar atención al diálogo que la vida puede ofrecernos diariamente, y tratar de interpretarla para acercarnos cada día más a la Verdad, aquella que Jesús nos instó a conocer para llegar a abrazar la libertad.

 

Editado el 2 de agosto de 2024

Por: Ernesto Marrero Ramírez



[1] Maya es definida como ilusión, una imagen irreal del mundo fenoménico que percibimos a través de nuestros sentidos. Este espejismo les hace creer a las personas que la materia percibida es real, cuando solo se trata de una imagen temporal e imperfecta.

 

[2] En la filosofía de Platón, el nous es la parte más elevada y divina del alma, responsable del conocimiento directo e intuitivo de las Ideas o Formas. Este conocimiento se logra a través de la nóesis, un tipo de conocimiento puro y elevado que permite al alma captar las ideas sin necesidad de razonamiento discursivo, es una forma de intuición que trasciende el pensamiento lógico y analítico. 

jueves, 1 de agosto de 2024

Carta de arrepentimiento

Por: Ernesto Marrero R.

De mi libro: Y ahora... ¿por dónde empiezo?





Carta de arrepentimiento


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Ahora reconozco el daño que causé a los demás, mientras vivía bajo la tenue sombra de mi egoísmo personal. Cuántas veces vendí mi conciencia al mejor postor, sin medir las consecuencias de esos actos; lo que me importaba era el dinero que llenaba mis bolsillos. Vivía lleno de rabia y resentimiento hacia los que yo consideraba diferentes a mí y si alguien me lograba superar en algún aspecto me atacaba la envidia. El orgullo que recorría mis venas no me permitía perdonar a los seres con quienes tuve algunas diferencias, prefería cargarme de rencor y criticarlos cada vez que se me presentaba la oportunidad. Hoy acepto que mi lengua apuñaló vilmente a muchos inocentes y que consideré al chisme y la mentira como elementos cotidianos en mi existencia.

Mi vida tenía como eje central la acumulación de bienes materiales y mantener las apariencias, esto desataba en mí el egocentrismo, la prepotencia y la altivez. Quería demostrarles a todos que estaba de maravilla, aunque por dentro me carcomía la soledad y sentía un enorme vacío.

Nunca reflexioné acerca de la cantidad de personas que fallecían de hambre diariamente, ni me importó que otros tuvieran un techo con goteras por donde se colaba el agua cuando llovía. Me consideraba el eje central de todo; si yo estaba bien, el prójimo no me interesaba. Qué importancia tenía si había niños muriendo de cáncer y otras enfermedades en los hospitales, o ancianos mendigando en las calles; lo que me interesaba era que yo estaba disfrutando de mis posesiones y cada día tenía que estar mejor. El sexo desenfrenado, el alcohol, el cigarrillo y las drogas me acompañaron en muchos momento de mi vida, hasta que un infarto al miocardio terminó con mi existencia terrenal.

Yo siempre había pensado que al morir todo acabaría, pero en ese momento me asombré al darme cuenta que continuaba vivo como espíritu y consciente del mal ocasionado, así como del bien que había dejado de hacer.

Hoy me arrepiento de mis errores y por eso decidí escribir esta carta. Ah, y si quieren visitarme, sigan mi ejemplo; aquí les dejo la dirección:

Tercer pasillo a la derecha, Paila Nº 1.325... El Infierno.

Fecha: Un día cualquiera de la Eternidad.






lunes, 29 de julio de 2024

Giordano Bruno… El alma del Universo como principio creador y constitutivo del mundo

 


Giordano Bruno fue un notable filósofo del siglo XVI que fue juzgado injustamente por la Santa Inquisición, bajo la figura principal del cardenal Roberto Belarmino, también llamado el "Martillo de los herejes", quien dirigió su proceso inquisitorial. Por cierto, este injusto prelado, que también participó en el juicio contra Galileo Galilei, fue canonizado por la Iglesia Católica en el año 1930 por el papa Pío XI, y posteriormente lo nombraron doctor de la Iglesia. Reconocimiento que también fue otorgado a otros inquisidores como Pedro de Verona (San Pedro Martir) y Antonio Michele Ghislieri (San Pío V). Así mismo, algunos inquisidores llegaron a ser papas, como fue el caso de Adriano de Utrecht (papa Adriano VI), Fabio Chigi (papa Alejandro VII) y Gian Pietro Caraffa (papa Paulo IV)

Giordano fue declarado hereje y se ordenó que sus libros fueran quemados en la plaza de San Pedro e incluidos en el Índice de Libros Prohibidos. Su juicio se inició en 1592, encarcelado en una oscura, húmeda y mal oliente mazmorra. Luego, en el año 1600 la inquisición lo trasladó al tribunal secular de Roma, para que procediera a castigar su delito de herejía. Allí fue condenado a morir en la hoguera. Al escuchar su sentencia definitiva Bruno les dijo a sus acusadores: "El miedo que sentís al dictar esta sentencia, tal vez sea mucho mayor al que yo siento por aceptarla". La ejecución se llevó a cabo en el Campo dei Fiore, donde se le quemó vivo. 

Un mártir de la filosofía y de la ciencia que dio su vida por la verdad. Una muestra más de que los autócratas que se encuentran encumbrados por el poder tiemblan ante las ideas expuesta por los grandes pensadores, por aquellos que han cruzado este mundo para dejar sus huellas bien marcadas. Injusticias como las cometidas con Jesús de Nazaret, San Juan Bautista, Sócrates, Séneca, Juana de Arco, Lavoisier, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Spinoza, y muchos más, pesan hoy sobre las espaldas del legado de oscuridad que dejaron aquellos tiranos que abusaron de su poderío, por miedo a perder el control, la hegemonía o la perpetuidad.

Es importante resaltar que Giordano Bruno dejó para la posteridad varios aportes significativos que desafiaron las creencias establecidas de su tiempo:

Propuso que el universo era infinito y que no tenía un centro fijo, contradiciendo así la visión geocéntrica de la cosmología que mantenía la Iglesia. Esta idea de Giordano iba más allá del modelo heliocéntrico de Copérnico, que aún consideraba al sol como el centro del universo. En este sentido, sostuvo que cada estrella era un sol rodeado de planetas, similar al nuestro, y que estos mundos podían estar habitados por seres inteligentes. Estos aspectos influyeron en el desarrollo posterior de la astronomía.

▪ Defendió una forma de panteísmo, sugiriendo que Dios estaba presente en todo el universo y en todos los seres vivos, una idea que contrastaba fuertemente con la doctrina católica de la época.

▪ Se interesó por el conocimiento de la mente humana, especialmente en relación con la memoria y la percepción. Sus trabajos en estos campos anticiparon desarrollos posteriores en la psicología y la filosofía de la mente.

▪ La injusta condena y ejecución impartida por la Inquisición al no renunciar a sus ideas, y el rechazo a las doctrinas establecidas en su tiempo, sirvieron de inspiración en los tiempos del Renacimiento, así como fundamento para los futuros defensores del libre pensamiento. También se convirtió en un símbolo de resistencia ante las diferentes tiranías que se han cruzado por la historia.

▪ A nivel espiritual, abogó por un alma universal que permeaba todo el cosmos. También consideraba que el espíritu era inmortal y que reencarnaba de un cuerpo a otro para encontrar su perfección.

Sus ideas revolucionarias abrieron nuevas perspectivas y fomentaron un espíritu de exploración y cuestionamiento, que sigue siendo fundamental en la ciencia y la filosofía contemporáneas.



He aquí uno de los sabios escritos de Giordano Bruno, por el cual fue juzgado de panteísta e influyó notablemente para ser llevado a la hoguera. Unas letras que hablan con sapiencia sobre un sentido profundo de la vida, el amor, el proceso de autoconocimiento, la conexión con el todo y la búsqueda de la perfección del alma a través de un proceso constante de evolución:

“El alma del Universo es el principio creador y constitutivo del mundo… Dios está en cada hoja de hierba, en cada grano de arena y en cada partícula que flota en el aire… La Mente Universal se encuentra en todas las cosas, pues todo lo que existe, tanto la materia como el espíritu, es divino… La misma fuerza que se manifiesta en el espacio infinito vive también en la más pequeña de cada una de las partículas… Tanto lo grande como lo pequeño son una misma cosa, pues cada átomo es en sí mismo el espejo del universo entero… Las cosas difieren entre sí, únicamente con respecto a los cuerpos por medio de los que se manifiestan, pues en el fondo todas las cosas son una misma. De ahí que, si pudiéramos destruir un solo átomo, podríamos también destruir el Universo entero. Son sus distintos cuerpos, lo que hace que las almas parezcan superiores unas a otras. En el fondo todas las almas son una misma”.

“El proceso de la evolución es lento y está lleno de obstáculos. Así como nuestra Tierra se ha venido formando y perfeccionando poco a poco por medio de cataclismos, terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas, etc., asimismo el alma humana se viene perfeccionando por medio del sufrimiento y de las dificultades que tiene que vencer. Sin el sufrimiento nuestro espíritu permanecerá estacionario, atrasado…

De ahí se sigue que todo lo que llamamos “mal” es un “bien” que no podemos entender. En otros términos, el mal es una relatividad… Individualmente nada es perfecto en la Naturaleza, pues todo se encuentra en estado de evolución. Colectivamente. El Todo si es perfecto. Para el que tiene siempre en cuenta el Todo y no sus partes, no existe el mal. El sufrimiento es una necesidad, pues, gracias a él, es que podemos evolucionar. Comprender la necesidad del sufrimiento es comprender el destino, y comprender el destino es haber alcanzado el más alto grado de sabiduría. Comprender el destino es lo mismo que llegar a ser consciente de nuestra unión con Dios. Al comprender nuestra unión con Dios, con el Todo, nuestro pecho se henchirá de amor por todas las cosas. Por lo tanto, no existe sino una sola religión verdadera, y es la religión del amor universal”.

 “Debemos acabar con la superstición, recordemos que las cosas que creemos comprender son tan maravillosas y divinas, como las que no podemos comprender. El objeto de la vida consiste en poder comprender el destino, pues ese conocimiento es lo único que puede llevar a hacernos conscientes de nuestra unión con el Infinito, con Dios, que es la verdadera redención. Sólo es feliz quien ve las cosas con los ojos de la razón, el principio de la verdad… El objeto de la vida es alcanzar, la verdadera sabiduría, la verdadera moral, la verdadera justicia, la liberación de nuestro espíritu del error, y el conocimiento consciente de nuestra unidad con Dios…”[1]

A veces podemos ver injusticias, arbitrariedades y atropellos en este mundo que no entendemos por qué suceden, y el caso de Giordano Bruno no escapó de esta condición. Pero, como él mismo lo enseñó: «Sin el sufrimiento nuestro espíritu permanecerá estacionario, atrasado…» y luego ahondó en su explicación: «todo lo que llamamos “mal” es un “bien” que no podemos entender». Y eso es cierto, porque al enfrentarse a las injusticias que le impuso el poder hegemónico de la Iglesia católica en sus tiempos, y morir bajo sus garras, Bruno legó a la posteridad un ejemplo inmortal de sapiencia, voluntad y libertad de pensamiento. 

Por: Ernesto Marrero R.

Editado el 29 de julio de 2024


Este artículo también fue publicado por la Revista del Círculo de Escritores de Venezuela el 06 de agosto de 2024:




https://circulodescritoresvenezuela.org/2024/08/06/giordano-bruno-el-alma-del-universo-como-principio-creador-y-constitutivo-del-mundo/



[1]El presente texto fue extraído del libro: Pitágoras, Padre de la sabiduría. Diógenes, El atleta de la voluntad. Giordano Bruno, el Mártir más auténtico de la historia. Autor: Carlos Brandt.

 




jueves, 25 de julio de 2024

La belleza efímera de la existencia: Reflexiones sobre la impermanencia

 



Que la muerte y el exilio, y todas las demás cosas
que parecen terribles, estén a diario ante tus ojos,
pero sobre todo la muerte; y nunca abrigarás
un pensamiento abyecto, ni codiciarás ansiosamente nada.”
 
Epicteto (55-135 d.C.), El Enquiridión



La impermanencia es un concepto clave en diversas religiones y filosofías de vida. Nos dice que todo está en constante transformación, que nada es para siempre, ya sea en relación con nuestra realidad exterior como en la interna. En la mente los pensamientos van y vienen, son cambiantes, pasa uno y luego llega otro, y cada uno de ellos produce un tipo de emoción que afecta nuestro organismo. De la misma manera, todos los objetos compuestos sufren un continuo cambio de condición y están sujetos a la decadencia y a la descomposición. Tanto el microcosmos como el macrocosmos se encuentra en un incesante cambio: el átomo, la molécula, la célula, los tejidos, los planetas, las estrellas y las galaxias, todo se forma y se destruye. Baila la vida con su indetenible danza de creación y destrucción, a la que los hinduistas le denominaban la danza del dios Shiva o danza de la dicha furiosa; en la que Shiva se representa como Nataraja, el danzante divino.

            El ser humano es la única criatura en la Tierra que posee una conciencia de finitud, y de alguna manera sabe que su paso por este mundo es temporal, que tarde o temprano tendrá que abandonarlo. Decía Arthur Schopenhauer “El animal vive sin conocer verdaderamente la muerte: por eso el individuo animal disfruta inmediatamente del pleno carácter imperecedero de la especie, en tanto que solo es consciente de sí como algo sin fin. En el hombre, con la razón, comparece la espantosa certeza de la muerte.”[1] y a su vez, esto le genera una angustia existencial o tensión constante, mientras camina por la delgada cuerda de la vida, que siempre termina por romperse.

El Maha-parinibbana Sutta nos cuenta que antes de fallecer, Buda les preguntó a sus discípulos si tenían alguna pregunta para hacerle, pero ellos permanecieron en silencio, entonces el maestro les dijo: “Todas las cosas condicionadas están sujetas a desaparecer, busquen constantemente su liberación”.

Hablar de la muerte pudiera parecer deprimente, pesimista o amargo, y existe un gran número de personas que prefieren hacer justo lo contrario, aferrarse a la idea de una vida sin extinción y evitar hablar de ella; algunos juegan al escondite y hasta deciden no pronunciar su nombre para no crear un mal augurio. Para ilustrar esta idea pudiéramos hablar de Sísifo, un personaje de la mitología griega que logró burlar a la muerte en varias ocasiones. En una primera oportunidad fue llevado al Inframundo por el dios Tánatos, y allí le pidió que le enseñara a manejar las cadenas con las que sería sujetado, pero hábilmente pudo engañarlo. Con gran rapidez lo encadenó y así escapó al mundo de los vivos. Cuando le tocó morir por segunda vez le pidió a su esposa Mérope que arrojara su cuerpo a la plaza pública, y desde allí fue arrastrado por las aguas hasta las costas del río Estigia, que colindaba con el mundo de los muertos. Sísifo se acercó a Perséfone, reina del Hades, y le informó que su esposa lo había ofendido al no honrarlo con un funeral. Perséfone le concedió permiso para regresar al mundo de los vivos y escarmentarla, siempre y cuando regresara una vez terminada su labor. Como era de esperar, Sísifo rompió su promesa y se volvió a quedar, burlando nuevamente a la muerte. Pero esta vez Hermes fue a buscarlo, y se le impuso como castigo, el tener que cargar una roca por una colina, y cuando llegara a la cima la roca volvía a caer y Sísifo debía comenzar nuevamente a subir la cuesta, una y otra vez, por toda la eternidad.

Como podemos percibir en este mito, escapar de la muerte es imposible, tan solo queda aceptarla y relacionarnos con su presencia, así mismo, percibir la finitud de la vida y entender la impermenencia como un proceso que es parte de la naturaleza.

En realidad, existen numerosas razones que pueden justificar el temor a la muerte, en primer lugar, poseemos un instinto de conservación que va a luchar para que la vida continúe y evite dicho final, tenemos también el miedo ancestral a lo desconocido, a aquello que pueda existir después de esta vida, a esa experiencia oculta e inescrutable, o peor aún, a que no exista nada y tan solo desaparezca nuestra conciencia con el cerebro. Por otro lado, se encuentra el temor a las enfermedades y el sufrimiento previo al fallecimiento, también hay un rechazo a la soledad que produce la antesala de la muerte, y por último podemos hablar de la angustia de saber que nos apartaremos de nuestros seres queridos y que no podremos cumplir los planes que teníamos planteados para un futuro. Todos estos puntos son ciertos y marcan una justificación al tratar de evitar este inevitable ocaso, pero no por eso dejará de llegar, ni de sorprendernos con la partida de un ser querido. Bien lo expresó el filósofo Michel de Montaigne en su ensayo Que filosofar es prepararse para morir: “Unos vienen, otros van, trotan estos, danzan aquellos, pero de la muerte nadie nos informa. Todo es muy hermoso. Pero cuando el momento llega, a propios y extraños, a sus mujeres, hijos y amigos, los sorprende y los coge de sorpresa y como al descubierto. ¡Y qué tormentos, qué gritos, qué rabia y qué desesperación se apodera de todos! ¿Visteis alguna vez nada tan decaído, cambiado y confuso? Es necesario, por tanto, andar prevenido”[2].

No obstante, todo va a depender del enfoque que le demos al concepto de la muerte, porque lo cierto es que somos seres finitos, que estamos de paso por este mundo, y tenerla siempre presente, puede acarrear efectos muy positivos en nuestra vida. Ya lo indicó Viktor Frankl cuando nos comentó que el temor a la muerte solo puede afectar a aquellas personas que no saben cómo aprovechar el tiempo que se les concede para vivir.

El tratar de buscarle una explicación a este inevitable final, ha movido la imaginación y la investigación del ser humano para encontrarle un sentido a la vida. Debido a la muerte nacieron los primeros mitos y de aquí las religiones. El temor a los embates de la naturaleza, que en cualquier momento podían arrasar con una población ya sea por un tsunami, un deslave, un terremoto, una inundación o la explosión de un volcán, llevó a pensar que estos fenómenos se producían por el enojo de seres invisibles que castigaban a los humanos por sus malas acciones. Llevados por la intuición, y algunos por los oráculos, poseían la confianza de que estas personas fallecidas se dirigían a otros mundos inmateriales, donde vivirían según su comportamiento y por las obras plasmadas en vida (sean buenas o malas).

Vale la pena citar un ejemplo de cómo la mitología griega, de las más ricas en cuanto a mitos, trataba el tema de la muerte. Para los griegos, el dios Tánatos representaba a la muerte esperada, la que llegaba con serenidad, también era el hermano gemelo de Hipnos, el sueño, ya que al dormir la persona quedaba en un estado similar al de un cadáver. El dios Ker o las Keres, espíritus femeninos sangrientos y aterradores, se relacionaban con la muerte violenta.

Del dios Tánatos se origina la palabra “tanatología”, que es definida como el conjunto de conocimientos médicos relativos a la muerte. No obstante, partiendo del principio etimológico de esta palabra, podemos observar que Tánatos se vincula realmente con la muerte esperada, a la que llega con serenidad. Pero para el caso de la muertes violentas o inesperadas, deberíamos referirnos a las Keres o al dios Ker, por eso es importante crear una diferenciación entre estas muertes, y para esto he propuesto la palabra “kereología” o “kerelogía”, que se vincula con las muertes producidas de forma trágica o inesperada.

Siempre esta partida del mundo físico se producía por causa del inevitable destino, y este estaba regido por las Moiras, que eran tres mujeres: Cloto, Láquesis y Átropos. Cloto era la hilandera, la que hilaba la hebra de la vida, Láquesis se encargaba de medir con su vara la longitud del hilo de la existencia del mortal y Átropos era quien lo cortaba con su filosa tijera. De esta manera el alma se dirigía al Hades, región donde habitaban las almas de los difuntos. Después de pasar por el río Estigia, guiados por el viejo Caronte en su barca, llegaban a encontrarse con el furioso perro de tres cabezas llamado Cancerbero, y con tres jueces que determinarían si el cúmulo de acciones realizadas en la Tierra se inclinarían hacia el lado positivo, con lo cual se dirigirían a los Campos Elíseos o a las Islas Afortunadas, o si les tocaría descender al Tártaro, donde sufrirían penas inimaginables por sus faltas.

De la misma forma en que los mitos y la muerte caminaron de la mano con los griegos, también lo hicieron los romanos, celtas, egipcios, incas, mayas, aztecas y diversas tribus africanas, solo por mencionar algunas culturas en el hilo de la historia. Estas civilizaciones intentaban cerrar la insondable brecha que se abría entre el mundo sagrado y el mundo profano.

“El paso del mito al logos” y, en consecuencia, el nacimiento de la filosofía, también apareció como una forma de vivir en compañía de esta inevitable partida. En el Fedón, Sócrates le dice a Simmias: “los que de verdad filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos mínimamente temible”[3]. Cicerón también aseveraba, de manera similar, que filosofar no es otra cosa que prepararse para la muerte.

De manera similar a Sócrates, Buda les decía a sus seguidores: “Incluso la muerte no debe ser temida por alguien que ha vivido sabiamente”. En el Sutta Satipatthana, cuando Buda se refiere a Las nueve contemplaciones del cementerio, les explica a sus discípulos: “Asimismo, monjes, cuando un monje ve un cuerpo que lleva un día muerto, o dos días muerto, o tres días muerto, hinchado, amoratado y putrefacto, tirado en el osario, aplica esta percepción a su propio cuerpo de esta manera: «Es verdad que este cuerpo mío tiene también la misma naturaleza, se volverá igual y no escapará a ello».” De esta forma, Buda continúa invitando a los monjes a que prosigan su contemplación con diferentes cuerpos en descomposición en el cementerio, unos devorados por cuervos, buitres, perros y chacales, otros por gusanos e insectos, hasta que se convierten en esqueletos. Y así los conduce hacia el contacto con una cruda realidad que, tarde o temprano, tendrá que pasarle a su organismo.

Varias escuelas griegas vivieron con la conciencia de la fugacidad de la vida, pero en especial resalta el estilo de vida de los estoicos que, dentro de sus prácticas, enfatizaron en el llamado “Memento mori”, una expresión latina que significa: “recuerda la muerte”. En este sentido, los estoicos vivían con el convencimiento de que podían fallecer en cualquier instante, y caminaban de la mano con el concepto de la impermanencia. Por eso debían aprovechar la vida en momentos sustanciosos que ayudaran a la sociedad o que les permitieran crecer internamente hasta conseguir la ataraxia, esa forma de autonomía mental que procede de la carencia de necesidades y la indiferencia ante las riquezas y bienes materiales. También es importante aclarar que la ataraxia se caracteriza por la ausencia de deseos o temores, lo cual conduce a una gran serenidad, imperturbabilidad o paz interior.

Epicteto, uno de los máximos representantes del estoicismo, junto a Séneca y Marco Aurelio, llegó a decir: “¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: «He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Este es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia. Además, nunca me quejé de vosotros ni me irrité contra lo que me mandasteis, fuese lo que fuese»”[4].

El Memento mori conlleva a buscar una actitud que nos impulse a tener ganas de vivir intensamente, a vivir en el presente y a aprovechar a fondo nuestro tiempo, a entender que el Titán Cronos nos está devorando desde el momento en que nacemos y que por esto debemos sentir la vida como un regalo o una bendición. En otras palabras, nos lleva a conectarnos con la expresión latina Carpe Diem, Tempus Fugit, del poeta Virgilio, que significa “aprovecha el día, el tiempo vuela” o pudiéramos decir que el tiempo huye y desaparece. Y es que los días vividos fueron momentos que quedaron en nuestros recuerdos pero que no regresarán.

Recordar que somos mortales nos da una perspectiva más realista de nuestra existencia, y nos ayuda a percibir la importancia real que tienen las cosas y situaciones que nos rodean. Las preocupaciones superficiales se posicionan en un segundo plano, dejan de afectarnos como antes y damos más importancia a materializar los sueños más profundos y a tratar de convertirnos en personas virtuosas.

Otro personaje importante dentro de la filosofía griega, que no podemos dejar de mencionar, es a Epicuro, precursor de la corriente epicureista, para quien la aceptación de la muerte era muy importante, ya que la percibía como parte de un proceso normal de la vida y decía que no le temiéramos porque mientras estemos vivos ella no está, y cuando ella llegue ya nosotros no estaremos. En una oportunidad, cuando la muerte estaba tocando sus puertas, le escribió una carta a su discípulo Idomeneo de Lámpsaco que comenzaba diciendo: “En este día feliz de mi vida, en que estoy en trance de morir, te escribo estas palabras…”[5] Toda una muestra de poseer una elevada conciencia sobre el concepto de la muerte y la temporalidad.

En el pensamiento contemporáneo de ciertas religiones y filosofías orientales encontramos, de manera similar a estas corrientes de pensamiento griego, a personas preparándose para tomar con sabiduría la inevitable transición de la muerte. En su libro Enseñanzas para morir en paz, Ramiro Calle nos cuenta una interesante experiencia: “Hace años hallé en Nepal a un viejecillo que, al atardecer, pedía unas rupias para comprar madera destinada a su propia incineración. Estaba asombrosamente tranquilo, sin perder su tenue sonrisa. Murió aquella noche y vi cómo incineraban su cuerpo al día siguiente. Puedo asegurar que ese hombre no sentía el menor temor a la muerte”[6].

Además de la Filosofía, la muerte ha servido de inspiración para la poesía, la literatura, el arte, el teatro y ciertas áreas del saber cómo la Psicología, la Psiquiatría, la Física y la Teología.

En este sentido de ideas, cabe subrayar, el aporte tan significativo que han hecho muchos médicos e investigadores en los estudios de las experiencias cercanas a la muerte (ECM), que empezaron a sonar en el año 1975 con aquel famoso libro titulado Vida después de la vida, escrito por el doctor Raymond Moody. Aunque ya para el año 1969 se había revolucionado el mundo de los cuidados a enfermos terminales con el célebre libro de la doctora Elizabeth Kübler-Ross: Sobre la muerte y los moribundos, en el que se establece el modelo Kübler-Ross, que pasará a la posteridad como las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Estos dos pioneros, iniciaron los estudios de los relatos que contaban muchos de sus pacientes que se estaban despidiendo de este mundo y también de los que fallecían clínicamente, pero lograban regresar. Además de relatar las vivencias de estas personas, describían los cambios en su comportamiento al enfrentar este ineludible desenlace. Notaban que percibían la vida como un trayecto temporal, aprovechando al máximo cada momento. Además, experimentaban un aumento en la confianza en sí mismos y en su propósito vital, disminuía su miedo a la muerte, fortalecían su espiritualidad, sentían mayor compasión por los demás, y valoraban profundamente su existencia, mientras mostraban menor interés por las posesiones materiales.

Muchos otros investigadores han proseguido con dichos estudios para generar interesantes aportes sobre el tema, como es el caso de Pim vam Lommel, Bruce Greyson, Eben Alexander, Manuel Sans Segarra, Sam Parnia, Kenneth Ring y Peter Fenwick, solo por mencionar algunos.

Es importante señalar que años atrás, la muerte se manifestaba con una especie de ritual más íntimo, más cercano. Las personas fallecían en casa, junto a su familia, en presencia de los niños, amigos y vecinos. El acto de morir era, por tanto, un hecho asumido desde la infancia. Desde niño, se podía percibir el dolor que producía la muerte de los seres queridos y la forma en que cada uno se preparaba para morir y afrontar la última despedida. Este tipo de vivencias acercaba más a las personas al pensamiento de la muerte. Por otro lado, el tiempo de vida era más corto; y debido a esto nos encontramos en la historia con personas muy jóvenes, según nuestro concepto actual, que ya habían caminado un largo trecho de realización personal, y que habían rellenado los espacios de su vida con una cantidad de contenido sustancioso. Porque una cosa es la cantidad de tiempo que podamos vivir y otra la calidad de tiempo vivido. Ya lo aclaró Séneca en su texto Sobre la brevedad de la vida, cuando dijo: “No hay motivo para pensar que cualquiera haya vivido largo tiempo, porque le salieran las canas o porque lo veamos con la cara arrugada; este no vivió largo tiempo, sino que estuvo largo tiempo en la Tierra”[7]. Y esto es importante en la actualidad porque, a sabiendas de que la medicina ha alargado un poco más nuestro tiempo en este mundo, muchos ocultan el pensamiento de la mortalidad y postergan sueños y proyectos para después, un después que tal vez nunca llegue.

Así mismo, la cantidad de información con la que nos bombardean por las redes sociales y el internet, en general, tiende a desviarnos del autoconocimiento y del proceso de realización personal, con lo cual desperdiciamos nuestro valioso tiempo de vida en huecas rutinas que terminan por convertirnos en seres de sonrisa falsa y vacío interior. Por eso el mismo Séneca se refirió al respecto con estas palabras: “La vida es suficientemente larga y se nos ha concedido con libertad para que pudiésemos terminar las empresas de mayor importancia, si toda ella se emplease debidamente. Pero cuando se desperdicia indolentemente entre placeres y lujos, cuando se gasta en cosas inútiles, llega por fin el último momento que nos obliga a reflexionar, y entonces nos damos cuenta de que ha pasado, sin llegar a comprender cómo ha sido”[8].

Hoy solemos ver a la muerte como algo que sucede lejos de nosotros, en los hospitales, cementerios y funerarias, donde el cuerpo es maquillado y preparado en un ataúd, para luego ser enterrado o cremado y así romper lo más pronto posible con ese duro recuerdo, con esa cruda realidad. En otras palabras, es un acto frío y comercial. Si se tomara conciencia de que todos envejeceremos y, en consecuencia, moriremos en algún momento, se convertiría en una política de Estado la construcción de modernos y confortables asilos para ancianos y geriátricos gratuitos, para todos los que deseen retirarse y esperar su travesía final en este mundo. En estos lugares debería reinar la alegría, la paz y la reflexión, además de la orientación necesaria para enfrentar cualquier tipo de angustia que se presente y esperar con calma la última expiración.

Lamentablemente, la sociedad actual no está diseñada para familiarizarnos más a fondo con el concepto de la muerte, sino para evadirlo, es una actitud de rechazo y ocultación. Una visión que debería estudiarse más en las escuelas y universidades, pero el tecnicismo social, el afán de la producción mercantilista y la acumulación de bienes materiales se impone. Los gobiernos invierten millones de dólares en entrenar a ejércitos para que maten y destruyan a otras personas, en la compra o fabricación de armas de guerra, proyectiles, bombas, aviones, barcos y submarinos, cuando saben que existen millones de personas que pasan hambre, se enferman, carecen de una educación básica o viven en situaciones de miseria. Asimismo, invierten poco o nada en enseñar sobre la finitud de la vida, en la toma de conciencia sobre la importancia que posee cada ser humano en este mundo y en el aporte que este puede dar en su tiempo histórico.

Tal vez esto suene muy utópico o romántico, pero esas mismas escuelas deberían enseñar y profundizar en el concepto de la otredad, el amor y la compasión al prójimo, no como un acto religioso, sino como uno virtuoso que vaya aplacando la avaricia y el egoísmo que habita en nuestros corazones, además de otros tantos vicios que tiñen de negro este mundo. Pero en una sociedad que rinde culto al cuerpo, al hedonismo y a la vida material, es inevitable que pensemos que debemos vencer la batalla contra la vejez y la muerte para vivir una eterna juventud. Por eso queremos apartar la visión de la muerte de nuestra existencia, lo cual se convierte en una utopía que, a la larga, nos conlleva a una vida superficial, adormecida y sin sentido.

Así lo dio a entender el escritor Humberto Eco, en su artículo Baile en torno a la muerte:

(…) ¿qué les enseñamos a nuestros contemporáneos hoy en día? Que la muerte ocurre lejos de nosotros en los hospitales, que los dolientes no tienen necesariamente que acompañar al ataúd al cementerio, que ya no vemos a la muerte. O, más bien, que la vemos continuamente: personas golpeadas, baleadas o despedazadas en explosiones; hundidas en el fondo del río con los pies envueltos en concreto; tiradas sin vida en la acera, con la cabeza rodando en la cuneta. Pero ésos no son ni prójimos ni queridos: son actores. La muerte es un espectáculo; por supuesto en el cine y la televisión, pero también en la vida real. Devoramos las noticias de los medios sobre la muchacha que fue violada y asesinada, o sobre las víctimas de un asesino serial. No vemos los cuerpos torturados, pues eso nos recordaría a la muerte en sí. Más bien vemos a los amigos llorosos que llevan flores a la escena del crimen u organizan una vigilia a la luz de las velas. O, mucho más sádico, vemos a los reporteros que tocan a la puerta de una madre en duelo para preguntarle qué sintió al enterarse del asesinato de su hija. La muerte en sí se muestra sólo de manera indirecta, a través del dolor de los amigos y los padres, lo que nos afecta menos visceralmente. La muerte ha desaparecido en gran medida de nuestro horizonte de experiencia inmediato. El resultado es que habrá más gente aterrada cuando llegue el momento de enfrentarse al evento que ha sido nuestro destino desde el nacimiento. Un destino que los hombres sabios dedican toda su vida a aceptar.[9]

Este espectáculo, al que se refiere Humberto Eco, es algo que experimentamos a diario en nuestras vidas. Información de numerosas muertes que nos llega a través de las noticias nacionales e internacionales por los medios de comunicación, ya sea por guerras, crímenes, desastres naturales, epidemias o hambrunas. Decesos que son medidos por los periodistas o analistas especializados, como estadísticas, índices o simples porcentajes. Son números que tratan de explicar un suceso, es decir, una especie de abstracción mental que se olvida del sufrimiento que hay detrás de cada una de esas muertes. Estos cálculos matemáticos se manifiestan hasta que muere un familiar o un ser querido muy cercano, entonces el dolor muestra el verdadero rostro del ser humano. En su libro El hombre y la muerte, el filósofo francés Edgar Morín nos explica: “El dolor provocado por una muerte no existe más que cuando la individualidad del muerto estaba presente y reconocida: cuanto más próximo, íntimo, familiar, amado o respetado, es decir «único» era el muerto, más violento es el dolor; sin embargo, poca o ninguna perturbación se produce con ocasión de la muerte del ser anónimo, que no era «irremplazable»”[10].

Es necesario que el tema de la impermanencia sea abordado de una manera abierta por las diferentes ramas del pensamiento, y digo de manera abierta, porque la sociedad busca tapar el sol con un dedo, o escupirle al sol como Narciso, para tratar de esconder a la muerte de nuestro lenguaje cotidiano hasta que la realidad venga a visitarnos y nos abra los ojos, aunque sea por corto tiempo, y luego el sistema nos absorba nuevamente.

Así lo expresó el poeta Luis Enrique Mármol, con su poema Todos iban:

Todos iban desorientados
perseguían un objetivo próximo;
unos iban a su trabajo,
otros al trabajo de otros…
Los ojos errantes y vagos,
hacia la mancha de los pinos
cruzó indolente un enlutado…
──¿A dónde vas?
──No sé ──me dijo.
Todos iban desorientados,
y el enlutado hacia sí mismo!

 

Nuestro pensamiento autónomo se encuentra envuelto por un sistema social que nos fabrica los pensamientos y los deseos. Somos pensados por este sistema que nos adormece con su rutina cotidiana, manejados por ejes de poder que quieren tratarnos como simples marionetas o títeres, y así nos crean pseudo-responsabilidades, placeres superfluos, novedades, modas y tendencias que nos atrapan en una especie de bucle, que se repite y se vuelve a repetir.

Necesitamos sociedades menos obsesionadas con el materialismo y más comprometidas con la importancia de la conciencia, la moral y la ética, como pilares fundamentales para construir entornos más humanos; donde la solidaridad, el altruismo, la humildad, el honor, la dignidad, la compasión y en general la virtud, emerjan como los principios rectores de los ciudadanos. Sociedades que entiendan al dinero como un complemento importante en la vida, ya que su función es de lubricar la economía, pero no es un fin en sí mismo. En donde prevalezca el ser sobre el tener y sobre la apariencia; en las que se utilicen a las redes sociales como espacios educativos para cultivar valores y medios para difundir información a nivel global, en lugar de convertirse en simples plataformas de entretenimiento, algunos triviales y otros muy ridículos, por cierto, centrados básicamente en la búsqueda de seguidores o likes. Sociedades que nos enseñen a ser responsables de nuestro momento histórico, al cual todos debemos aportarle, porque somos parte de una generación que moldea los preceptos sociales que se delegarán a la posteridad.

La existencia se presenta como un viaje incierto y efímero, quizás una travesía que, al igual que la de Odiseo, debemos atravesar con sus múltiples experiencias, dificultades, aventuras y enseñanzas. Es un camino, marcado por las diferentes etapas que nos presentan los años, una vereda llena de contrastes, donde nos aguardan paisajes idílicos y desafiantes obstáculos. En este vaivén de luces y sombras, es crucial emplear las mejores habilidades que poseemos para sobrevivir y, al mismo tiempo, comprometernos con nuestro momento histórico, mientras exploramos nuestro ser en búsqueda de crecimiento y superación personal.

        En el poema Impermanencia, de mi libro: El tiempo y su legado, expreso este paso por la senda de la vida y las huellas que, ineludiblemente, todos dejaremos al final de la travesía, ya sean trascendentes o irrelevantes, buenas o malas. Aquí un extracto del mismo:


Pasan los años, y la ola del tiempo avanza
sobre el océano de la incertidumbre.
Pasan días, meses, años y centurias
y la esfinge del destino se presenta indetenible.
Pasa la primavera, el verano, el otoño y el invierno,
brilla el sol y luego se oculta, las hojas se secan y caen
y una brisa helada empaña nuestros corazones.
Pasa la infancia, la juventud y llega la vejez con sus dolencias
llega la piel resquebrajada y las mejillas flácidas
la visión nublada y la espalda encorvada
llega el cansancio y los lamentos pretéritos
… llega el final de la jornada
 
Pasa una existencia, una vida que se extingue como una llama
una vida que se desliza hacia el laberinto de la eternidad…
Y quedarán marcadas sus huellas en el polvo de la historia:
inseguras o firmes, ligeras o pesadas, falsas o sinceras.
Y quedará, tal vez, una imagen, un suspiro o un triste mausoleo
 
Todo, todo pasa en esta vida
… solo quedan los recuerdos

 

Vencer a la muerte es una utopía, a unos le toca partir jóvenes y a otros más viejos, pero, en definitiva, a todos nos toca partir de este mundo. Con razón dice la Biblia: “Pues polvo eres, y al polvo volverás”[11]. Por eso el tener a la muerte como una aliada en la vida, tal vez como una amiga que nos recuerde constantemente que estamos de visita en este mundo, puede convertirse en una gran oportunidad para vivir. Esta conciencia nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales, más humildes y menos arrogantes, porque entendemos nuestra fragilidad, a examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a hacer aquello que nos llene y dejar de perder el tiempo en cosas triviales por estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce al adormecimiento, y nos lleva a comportarnos como zombis en una sociedad desorientada. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para siempre y a no postergar para un futuro incierto y vacilante, lo que para nosotros es importante ahora. En otras palabras, a preguntarnos si estamos cumpliendo con la emblemática frase del Mahatma Gandhi que nos invita a vivir como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para siempre.

Comprender el concepto de la impermanencia puede tener profundas repercusiones en nuestra percepción de la existencia y en la relación que mantenemos con el mundo que nos rodea y con nosotros mismos. Al aceptar la transitoriedad de todo, podemos cultivar una mentalidad de desapego, equilibrio emocional y compasión. Asimismo, nos insta a abrazar el cambio como una parte inherente y natural de la vida, incentivándonos a vivirla con plenitud y agradecimiento, así como a desarrollarnos como individuos más genuinos, conscientes de nuestra finitud y de la libertad que en ella habita.


Por: Ernesto Marrero R.

Nota: este ensayo será también el prefacio de mi próximo libro: Fragmentos de Impermanencia.

   

 



[1] Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación, Vol II. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2005. p. 446

 

 

[2] Montaigne. Ensayos escogidos. Madrid: Edaf, 2010. p. 59

[3] Platón. Diálogos I. Barcelona: Biblioteca básica Gredos. 2000

[4] Epicteto. Máximas. Buenos Aires: Losada, 2007. p. 121

[5] Mosterín Jesús, Helenismo. Madrid. Alianza Editorial., S.A. 2007. p. 57

[6] Calle Ramiro, Enseñanzas para morir en paz. Madrid. Ediciones Jaguar, S.A. 2001. p. 79

[7] Séneca. Sobre la felicidad, Sobre la brevedad de la vida. Madrid: Edaf, 2008, p. 157

[8] Ibid.,p. 138

[9] Eco, Umberto. Baile en torno a la muerte. Diario en línea Infobae. 2012 https://opinion.infobae.com/umberto-eco/2012/12/07/baile-en-torno-a-la-muerte/index.html

 

[10] Morín Edgar. El hombre y la muerte. Barcelona: Editorial Kairós, 1974, p. 31

[11] Génesis 3: 19