Querida Vida:
Hoy quiero darte las
gracias por ser la hiladora de mis días, la maestra de mis lecciones y la
compañera inquebrantable en este efímero y misterioso periplo.
En tus enigmas y
paradojas encuentro la belleza de la Impermanencia. Cada amanecer es un
recordatorio del cambio, que los días danzan y que nosotros también
somos parte de ese rítmico espectáculo.
A veces, me asalta
la nostalgia por algunos momentos del pasado, por esas heridas que aún arden y
no cicatrizan. Pero también entiendo que en la fugacidad reside la magia, y en
el desapego y el servicio el perdón que nos libera.
Entiendo que la
existencia es un regalo, y aunque a veces nos enfrentamos a la injusticia, la
ignorancia, la incomprensión, la altivez, el egoísmo y otros vaivenes humanos, también somos bendecidos con risas, cálidos abrazos, dilectas amistades, buenas reflexiones y ejemplos de nobleza. Porque cada día es una nueva oportunidad
para crecer, cultivar la virtud y encontrar la paciencia. Por eso en los tiempos oscuros también percibo destellos de luz, y recuerdo que nada es eterno, ni
siquiera un profundo dolor.
Vida, eres una
hoja en blanco, y cada día es un verso que se escribe sobre tu piel. A veces,
mis letras son torpes, pero tú siempre me ofreces la oportunidad de
corregirlas, aprender y proseguir el camino. Me enseñas que el
autoconocimiento es un viaje sin fin, y que la verdadera riqueza está en las
experiencias compartidas, en el amor que damos y recibimos, y en los instantes
de paz que experimenta nuestra alma.
En los momentos de
quietud, cuando el sol se apaga y las estrellas se encienden, me pregunto sobre
el verdadero sentido de esta aventura: ¿Quiénes somos? ¿Qué es la conciencia?
¿Hay un "yo" permanente o solo somos una corriente de pensamientos y
emociones? ¿Cuál es el verdadero sentido de esta existencia?
Tal vez en los
suspiros del viento, en el murmullo del río o en el batir de las olas se
encuentran respuestas que escapan a nuestra ínfima comprensión. O quizás, como
Giordano Bruno, deberíamos contemplar el vasto universo y sentirnos parte de
algo más grande, algo que trasciende los límites de nuestra carne, huesos y
pensamientos.
En este instante,
mientras escribo estas breves palabras, entiendo que la muerte también es parte
de ti. No como un final oscuro o absoluto, sino como una transformación. ¿Acaso
no somos como hojas que caen en otoño para abonar la tierra y dar vida a nuevas
flores que brotarán en la primavera?
Así que, Vida,
gracias por todo. Por los días soleados y lluviosos, por las bienvenidas y despedidas. Gracias por la familia que me diste, por la risa de los niños, por
el aroma del café en la mañana, por los ríos, playas y montañas, por la sombra
del árbol, el ave que vuela y la brisa que acaricia mi rostro, por los magnos libros, las ideas y los buenos poemas, gracias por un día más.
Prometo seguir
indagando, aprendiendo y aportando reflexiones, mientras mi aliento persista. Y
cuando llegue el día de soltar tu mano, cuando aparezca la última exhalación,
confío en que seré recibido con beneplácito más allá de tus confines, como una gota que se funde con el
océano.
Con eterna
gratitud, de un humilde peregrino que recorre tus senderos: Ernesto Marrero
P.D.: Vida, si alguna vez te cruzas, en tus misteriosos caminos, con Schopenhauer, Sartre, Sócrates, Gandhi, Nietzsche, Sidartha, Epicteto o Séneca, dile que su filosofía sigue inspirando a las almas curiosas y sinceras que, como yo, caminan sobre sus huellas.
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