Dolores del mundo
La vida es un mar lleno de escollos y remolinos, que el hombre solo evita a
fuerza de prudencia y de cuidados, y sólo consigue librarse con su habilidad y
esfuerzo, a medida que avanza, no puede, sin embargo, retardar el grande, el
total, el inevitable, el irresistible naufragio, la muerte, que parece correr
delate de él. Ese es el fin supremo de esta laboriosa navegación, peor para el
hombre infinitamente que todos los escollos de que se ha librado.
Sentimos el dolor, pero no la ausencia de dolor; sentimos el cuidado, pero
no la falta de cuidados; el temor pero no la seguridad. Sentimos el deseo y el
anhelo, como sentimos el hambre y la sed; pero apenas se ven colmados, todo se
acabó, como una vez que se traga el bocado cesa de existir para nuestra
sensación. Todo el tiempo que poseemos estos tres grandes bienes de la vida,
que son salud, juventud y libertad, no tenemos conciencia de ellos. No los
apreciamos sino después de haberlos perdido, porque también son bienes
negativos.
[…] Es en verdad increíble cuán insignificante y desprovista de interés,
viéndola desde afuera, y cuán sorda y oscura, sentida en los adentros,
transcurre la vida de este mundo de la mayoría de los hombres. No es más que un
conjunto de sufrimientos y de aspiraciones que sueña a través de las cuatro
edades de la vida hasta la muerte, con un cortejo de ideas triviales.
Los hombres se parecen a los relojes, que después de darles cuerda caminan
hasta que se paran. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al
mundo, se da cuerda de nuevo al reloj de la vida humana, para que repita una
vez más su rancio sonsonete gastado de eterna caja de música, frase por frase,
tiempo por tiempo, con variaciones apenas perceptibles.
Autor: Arthur Schopenhauer.
Extracto del libro: El amor, las mujeres y la muerte…
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