Frases del escritor
Instagram:@ernestomarrero / Facebook: Ernesto Marrero Ramírez
lunes, 18 de noviembre de 2024
miércoles, 13 de noviembre de 2024
Nota de Prensa: Fragmentos de Impermanencia
Caracas,
Venezuela – El escritor venezolano Ernesto Marrero Ramírez, autor de
reconocidas obras como "El pececito que quería ser humano" y "La
leyenda del sabio de la montaña", lanza su más reciente libro titulado:
"Fragmentos de Impermanencia".
Esta
nueva obra promete cautivar a los lectores con su profunda exploración sobre la
naturaleza transitoria de la existencia humana, a través del género de la
poesía.
"Fragmentos
de Impermanencia" es una selección de poemas que invitan al lector a
adentrarse en un viaje introspectivo alentado por los momentos efímeros que
componen nuestras vidas. Con su acostumbrada sencillez y sensibilidad, Ernesto
Marrero combina elementos de la filosofía, la psicología y la literatura para
ofrecer una obra que no solo inspira, sino que también incita a la reflexión y
al autoconocimiento.
La presentación oficial de "Fragmentos de Impermanencia" se llevará a cabo el próximo 26 de noviembre en la Feria del Libro del Oeste de Caracas, en los espacios de la Universidad Católica Andrés Bello, ubicada en Montalbán, Caracas. En la Carpa del Estudiante. Durante el evento, el autor ofrecerá una disertación sobre los temas centrales de su obra, recitará algunos poemas y firmará ejemplares para los asistentes.
La presentación del libro estará a cargo de Carmen Cristina Wolf, poeta, ensayista y miembro directivo del Círculo de Escritores de Venezuela. Y el moderador del evento será el Dr. Ygmar Hernández Boyer, sociólogo, profesor universitario, investigador y postdoctoral en Ciencias de la Seguridad ciudadana.
Reseña del escritor:
Ernesto Marrero Ramírez es poeta, cuentista y
ensayista venezolano. Licenciado en Administración y Magister en Filosofía
práctica de la Universidad Católica Andrés Bello. También realizó estudios
superiores de Psicología Existencial en la Universidad de Winner en Lima, Perú,
y Psicología Analítica en el Centro de Estudios Junguianos en Caracas, además
de Narrativa Contemporánea en la UCAB. Es miembro del Círculo de Escritores de
Venezuela y de la Sociedad Venezolana de Filosofía. También es profesor
universitario, investigador, conferencista, asesor gerencial, locutor,
productor de micros radiales y articulista sobre temas filosóficos, biográficos
y existenciales.
Algunos de sus libros son: El pececito que quería ser humano; La leyenda del sabio de la montaña; Y ahora… ¿por dónde empiezo?; Cuando tenga tiempo, empiezo; Pasajes secretos del alma; El Futuro nos Alerta; Quisiera contarte algo; El tiempo y su legado; El jardín de la existencia y Fragmentos de impermanencia.
Actualmente trabaja en un nuevo libro que está próximo
a publicar.
martes, 12 de noviembre de 2024
Sonrisa etílica
Amanecía en Caracas, la mañana se veía más nublada que otros días. Habían comentado en la radio que se trataba de una calima originada por la contaminación, nada raro para una ciudad en la que se observaban vehículos con tubos de escape que despedían nubes negras y nadie decía nada. Bueno, qué tanto puede llamar la atención un ecocidio en un lugar donde prevalecen los antivalores, las infracciones, la falta de educación y la indiferencia.
Estaba inmerso en el tráfico rutinario de las siete de la mañana en la
autopista Prados del Este. Eran los momentos en que más “viajaba” fuera de mi
país, me paseaba por Berna, Estocolmo, Viena, ciudades organizadas donde las
leyes funcionan y existe la educación. Con este placentero paseo mi mente
trataba de alejarse de esta insoportable anarquía ciudadana, que cada vez empeoraba más.
Llegué a la avenida México, en el centro de Caracas, y paré mi carro en
un estacionamiento que siempre tiene puesto en las mañanas. Me coloqué el saco,
me ajusté la corbata y me fui a toda prisa, ya faltaban quince minutos para las ocho y no quería llegar tarde al trabajo. Cuando quedaban unos metros para
doblar la esquina y subir la escalera que me llevaría a la oficina, pude ver a un
hombre de chaqueta beige y pantalón de jean
que estaba orinando detrás de un carro. Al pasar a su lado, volteó y me llamó:
“Hey, aaaamigo. Esperrrre un segundo”, dijo con la lengua enmarañada producto
del alcohol. “Me gané la lotería matutina”,
pensé, “¿qué querrá este borracho tan
temprano?” Con dificultad se subió el cierre del pantalón y se aproximó. Al
verlo de cerca me pude dar cuenta de que había pasado la noche en la calle,
estaba inmundo y el tufito me hacía pensar que tenía una rumbita de varios
días. Su cara, con nariz de bruja de cuento de hadas y una sonrisa desdentada,
me causó demasiada risa. Entonces me dijo: “Muuu, mucho guuusto, mi nombre es
Raaaúul”, y levantó la mano para dármela.
En ese momento me vino a la memoria la reciente imagen de su mano en
aquel miembro que jamás tocaría, y que además debía poseer una orquesta
sinfónica de microbios, bacterias y otros invitados. “Estoy apurado, amigo”, le
dije de forma evasiva mientras seguía caminando y lo dejaba con la mano
levantada: “So... solamente querrrría ofrecerle misss serrrvicios deee…”,
alcancé a escuchar, mientras empezaba a subir la escalera hacia mi oficina, de manera apresurada.
A la una y media de la tarde salí a almorzar. Se me había hecho tarde y
tenía que visitar a un cliente. Lo malo de ser puntual y trabajar en bienes raíces son las constantes reuniones y la impuntualidad de la gente. Yo entiendo que pueden
suceder contratiempos, pero ¡por Dios! Esto ya es un vicio. Las llegadas tarde
se han hecho rutina en una gran parte de la sociedad venezolana.
Me comí una hamburguesa de esas que llaman “triple bomba” para quedar
bien resuelto y vi la hora: 1:45pm. Ni de casualidad llego a las dos para una
reunión en Prados del Este, en el centro comercial Concresa. “Si por lo menos el Metro llegara hasta
allá”, pensé. “Bueno, lo que me queda
es tomar un mototaxi”.
En ese instante pasó uno, tenía casco y chaleco anaranjado; «este mismo es», me dije. Le saqué la
mano, se detuvo y me monté. “A Concresa, amigo”. Sin responderme el hombre
arrancó, pero a pesar de la brisa que había, me llegó el mismo olorcito a licor de
la mañana. Mi mente se nubló y un torbellino de ideas azotó mis pensamientos: «no puedo creerlo», me dije. Entonces el
tipo se detuvo frente a un semáforo, milagrosamente, porque nunca lo hacen. Se
sacó una carterita de caña clara del bolsillo y se dio un trago largo.
“Quierrrre, un poooco”, me dijo, y al voltearse pude verle su cara de cuento de
hadas, con la nariz gigante y sin dientes. «Noooooo,
esto es una pesadilla, es el borracho de esta mañana», me dije angustiado.
El hombre arrancó la moto a toda velocidad, sin darme tiempo de bajarme
allí mismo. Seguramente esos eran los servicios que quería ofrecerme: los de mototaxista.
Si lo hubiera escuchado no me monto con este loco. Su raquítico cuerpo parecía
de goma. Manejaba como ladeado, se subía en las aceras, se comía las flechas,
nos “adelgazábamos” para pasar entre los carros, sufríamos una especie de
dilatación molecular o algo así. Yo estaba sorprendido porque, al parecer, la
adrenalina de la velocidad eliminaba de sus venas aquel aguardiente malo que
estaba ingiriendo. Me pareció que habíamos recorrido distancias intergalácticas
a la velocidad de la luz. Lejanamente escuché cómo un conductor nos recordaba a
nuestras madres, pero él solamente levantaba la mano como devolviéndole la
mentada. Sus ojos estaban clavados en la vía, se sentía dueño de ella.
Cientos de motociclistas pasaban a nuestro lado e imitaban esta forma tan
salvaje de manejar. Y ¿quién frena esta esquizofrenia social si las autoridades
de tránsito parecían hacer reverencias de admiración cada vez que realizábamos estas acrobacias atroces?
De repente salí de aquella interminable pesadilla. “Llegaaaamos”, me indicó. Mi
corazón, que debía estar a doscientas palpitaciones por minutos, empezó a calmarse.
“Son treesss doolaresss”, me comunicó con su sonrisita etílica. Lo vi
y me reí, le pagué e intentó darme la mano otra vez. Tampoco se la di, pero le
comenté que cuando yo estuviera necesitado de sus servicios le avisaría. Me
explicó que trabajaba en una línea cercana a la estación del metro Bellas Artes.
Cuando se retiró, levantó la moto en caballito y así pasó algunos carros, luego
lo vi perderse en una curva.
Me apuré y llegué faltando cuatro minutos para las dos, al café en el que
me vería con mi cliente. Quien por cierto llegó a las dos y media. ¡Siempre la
impuntualidad de porquería!... !Qué vaina!... ¡Ya me lo esperaba!
Por: Ernesto Marrero Ramírez
sábado, 9 de noviembre de 2024
Bautizo del libro: Fragmentos de Impermanencia
Del 20 al 25 de noviembre del presente año, se realizará la Feria del Libro del Oeste de Carcas (FLOC), en las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
El martes
26, a las 4:00 pm., se realizará el bautizo del libro Fragmentos de
Impermanecia, del escritor Ernesto Marrero Ramírez, auspiciado por la editorial del
Círculo de Escritores de Venezuela y Ediciones Alta Esfera.