Los preparativos habían comenzado. Todos en el palacio de Buckingham esperaban a ese hombre tan nombrado, sobre quien se comentaba que era un santo y que había sido enviado por los dioses para salvar a los habitantes de la India, en especial, a los pobres que tan apartados se sentían en ese país únicamente por haber nacido en clases sociales muy bajas e, inclusive, algunos se hallaban en la casta de los intocables que eran seres considerados impuros y, por lo tanto, excluidos de la sociedad.
El rey Jorge V y la reina María lucieron ese día sus lujosos trajes para recibir al invitado que venía a tomar el té. Ya cuando todo estaba listo apareció por la puerta un hombre delgado, bajito, con anteojos y de contextura frágil que vestía su taparrabos de costumbre, un chal, unas sandalias y un reloj barato. Se escuchó un comentario en el palacio, preguntando si ese sujeto era Gandhi y una voz sonora que respondió:
—Sí. Ese hombre es Mohandas Gandhi, aunque se le conoce mejor como el Mahatma Gandhi o Alma grande.
Alguien le preguntó si no consideraba que era mejor utilizar ropas elegantes para una ocasión tan especial, a lo que Gandhi le respondió:
—La elegancia de las ropas del rey es suficiente para los dos.
También
se comenta que Gandhi tuvo una entrevista histórica con Lord Irwin, el virrey
de
Gandhi fue un abogado que ejerció su carrera por varios años y vistió como un profesional de su época, pero un día decidió mostrarle al mundo que la fuerza de la no violencia es más poderosa que cualquier imperio, y que las mejores vestimentas son las que luce el alma del hombre humilde y emprendedor.
A pesar de haber logrado la independencia de la India mediante un movimiento pacífico y ejemplar, fue asesinado de tres balazos por Nathuram Vinayak Godse, un fanático hindú, el 30 de enero de 1948. El Mahatma Gandhi quedó inmortalizado en la historia, y lo recordamos como un hombre que supo convivir en dos mundos completamente disociados: el de la política con sus falsas facetas y el proceso sincero de crecimiento espiritual.
Por: Ernesto Marrero R.
De mi libro: Cuando tenga tiempo, empiezo