Por: Ernesto Marrero
Ya se
derritió la delgada máscara.
El
sórdido verdugo
dictó la
sentencia.
El
soplete del autoritarismo
incrementó
su llama
y el
tornillo se soldó
en el
oscuro foso del poder.
Los
lobos aúllan con más fuerza
bajo la
angustiada luna
y los
buitres vuelan en círculos
para
picotear los restos
de una
democracia
que con
lentitud fallece.
Los
panes se alejan
de las
manos pobres,
se
pueden escuchar
a los
estómagos crujir
como
viejos maderos
golpeados
por las olas.
La
educación es corroída
por el
óxido ideológico
y los
enfermos arrojan
sus
débiles quejidos
al oído
sordo del Inconsciente
que
sonríe desde lo más alto.
Cada vez
son más cruces
en el
jardín de la resistencia.
Aguerridas
manos que devuelven
las
bombas del despotismo,
del
resentimiento y la soberbia.
Manos
que caen gloriosas
ante los
gases envenenados
que
expelen las verdes cobras.
Mi mente
se congela
y se
petrifican mis ojos
ante la Medusa
de la corrupción
ante la
Hidra de la injusticia
ante la
felonía y el deshonor.
Hoy solo
se escucha
el canto
solemne
del antiguo
honor de los soles,
de
aquellos héroes pretéritos
de
lanzas tricolores
y
espadas virtuosas
que
lucharon por su nación.
Una
vigorosa remembranza
de
sangre y patria
que con
nostalgia se disuelve
en las
páginas de los libros.
Se me
agota el grafito,
se me
acaban las hojas
y se me
vuelan las letras
de tanto
escribir en el viento.
Ya los
nubarrones cubrieron el cielo
y la tempestad
deviene impía
sobre
las curtidas manos
que encadenadas
imploran Libertad.