Entrevista en semanario Las Verdades de Miguel (mayo 2015)
Frases del escritor
Instagram:@ernestomarrero / Facebook: Ernesto Marrero Ramírez
lunes, 30 de agosto de 2021
domingo, 29 de agosto de 2021
viernes, 27 de agosto de 2021
Artículo: La muerte, una oportunidad para vivir
“Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño,
así una vida bien usada causa una dulce muerte”.
Leonardo Da Vinci.
Hablar de la muerte
pudiera parecer deprimente, pesimista o amargo, y existe un gran número de
personas que prefieren hacer justo lo contrario, aferrarse a la idea de una
vida sin extinción y evitar hablar de ella; algunos juegan al escondite y hasta
deciden no pronunciar su nombre para no crear un mal augurio. Para ilustrar
esta idea pudiéramos narrar el mito de Sísifo, quien logró burlar a la muerte
en varias ocasiones. En una primera oportunidad fue llevado al Inframundo por
Tánatos, y allí le pidió al dios que le enseñara a manejar las cadenas con las
que sería sujetado, pero hábilmente logró engañarlo. Con gran rapidez lo
encadenó y así escapó al mundo de los vivos. Cuando le tocó morir por segunda
vez le pidió a su esposa Mérope que arrojara su cuerpo a la plaza pública, y
desde allí fue arrastrado por las aguas hasta las costas del río Estigia, que
colindaba con el mundo de los muertos. Sísifo se acercó a Perséfone, reina
del Hades, y le informó que su esposa lo había ofendido al no honrarlo con
un funeral. Perséfone le concedió permiso para regresar al mundo de los
vivos y escarmentarla, siempre y cuando regresara una vez terminada su
labor. Como era de esperar, Sísifo rompió su promesa y se volvió a quedar,
burlando nuevamente a la muerte. Pero esta vez Hermes fue a buscarlo y se le
impuso, como castigo para la eternidad, el tener que cargar una roca por una
colina y cuando llegara a la cima la roca volvía a caer y Sísifo debía comenzar
nuevamente a subir la cuesta. Una y otra vez.
Otra historia,
que también habla de este intento por evadir a la muerte, es una fábula
oriental que nos cuenta sobre un famoso yogui que logró alcanzar un buen número
de facultades paranormales. Tanto así que pudo percibir el momento en que el
emisario de la muerte venía a buscarlo y, en ese instante, logró multiplicarse
en muchos cuerpos idénticos, con lo cual este emisario fue incapaz de
identificarlo. Decepcionado, volvió con el señor de la muerte a explicarle lo
sucedido y este, después de mostrarle una sonrisa, le susurró algo al oído.
Cuando volvió por segunda vez el emisario, el yogui se multiplicó nuevamente en
varios cuerpos idénticos, pero en esta oportunidad el visitante comentó en voz
alta: “lo has hecho muy bien, pero te equivocaste en algo.” Dolido en su
orgullo, el yogui protestó: “A ver, dime en qué me equivoqué”, en ese momento
el emisario lo reconoció y se lo llevó por una mano. Como pudimos percibir en
estos relatos, escapar de la muerte es imposible, tan solo queda aceptarla y
relacionarnos con su presencia.
En realidad, existen numerosas razones que pueden justificar el temor a la muerte, en primer lugar, tenemos un instinto de conservación que va a luchar para que la vida continúe y evite este final, tenemos también el miedo ancestral a lo desconocido, a aquello que pueda existir después de esta vida, a esa experiencia oculta e inescrutable, o peor aún, que no exista nada y tan solo desaparezca nuestra conciencia con el cerebro. Por otro lado, se encuentra el temor a las enfermedades y el sufrimiento previo al fallecimiento, también hay un rechazo a la soledad que produce la antesala de la muerte y por último podemos hablar de la angustia de saber que nos apartaremos de nuestros seres queridos y que no podremos cumplir los planes que teníamos planteados para un futuro. Todos estos puntos son ciertos y marcan una justificación al tratar de evitar este inevitable ocaso, pero no por eso dejará de llegar, ni de sorprendernos con la partida de un ser querido. Bien lo expreso el filósofo Michel de Montaigne en su ensayo Que filosofar es prepararse para morir: “Unos vienen, otros van, trotan estos, danzan aquellos, pero de la muerte nadie nos informa. Todo es muy hermoso. Pero cuando el momento llega, a propios y extraños, a sus mujeres, hijos y amigos, los sorprende y los coge de sorpresa y como al descubierto. ¡Y qué tormentos, qué rabia y qué desesperación se apodera de todos! ¿Visteis alguna vez nada tan decaído, cambiado y confuso? Es necesario, por tanto, andar prevenido.”
No obstante, todo va a depender del enfoque que le demos a este concepto, porque lo cierto es que somos seres finitos, que estamos de paso por este mundo, y tener presente a la muerte puede traer efectos muy positivos en nuestra vida. Ya lo dijo Viktor Frankl: “la muerte solo puede causar pavor a quien no sabe llenar el tiempo que le es dado para vivir”.
El
tratar de buscarle una explicación a este inevitable final, ha movido la
imaginación y la investigación del ser humano para encontrarle un sentido a la
vida. Debido a la muerte nacieron los primeros mitos y de aquí las religiones.
El temor a los embates de la naturaleza, que en cualquier memento podían
arrasar con una población ya sea por un tsunami, un deslave, un terremoto, una
inundación o la explosión de un volcán, llevó a pensar que este fenómeno se producía
por el enojo de seres invisibles que castigaban a los humanos por sus malas
acciones. Llevados por la intuición, y algunos por los oráculos, tenían la
confianza de que estas personas fallecidas se dirigían a otros mundos
inmateriales, donde vivirían en relación a las obras realizadas en vida (sean
buenas o malas).
Vale
la pena citar un ejemplo de cómo la mitología griega, de las más ricas en
cuanto a mitos, trataba el tema de la muerte. Para los griegos, Tánatos
representaba a la muerte esperada, la que llegaba con serenidad, y el dios Ker
o las Keres, espíritus femeninos sangrientos y aterradores, se relacionaban con
la muerte violenta. Pero Tánatos también era el hermano gemelo de Hipnos, el
sueño, ya que al dormir la persona quedaba en un estado similar al de un
cadáver.
Siempre
esta partida del mundo físico se producía por causa del inevitable destino, y
este estaba regido por las Moiras, que eran tres mujeres: Cloto, Láquesis y
Átropos. Cloto era la hilandera, la que hilaba la hebra de la vida, Láquesis se
encargaba de medir con su vara la longitud del hilo de la existencia del mortal
y Átropos era quien lo cortaba con su filosa tijera. De esta manera el alma se
dirigía al Hades, región donde habitaban las almas de los difuntos. Después de
pasar por el río Estigia, guiados por el viejo Caronte en su barca, llegaban a
encontrarse con el furioso perro de tres cabezas llamado Cancerbero, y tres
jueces que determinarían si el cúmulo de acciones realizados en la Tierra se
inclinarían hacia el lado positivo, con lo cual se dirigirían a los Campos
Elíseos o a las Islas Afortunadas, o si les tocaría descender al tártaro, donde
sufrirían penas inimaginables por sus faltas.
De
la misma forma en que los mitos y la muerte caminaron de la mano con los
griegos, también lo hicieron los romanos, los celtas, los egipcios, los incas,
los mayas, los aztecas y diversas tribus africanas, solo por mencionar algunas
culturas en el hilo de la historia.
El paso del mito al logos y, en consecuencia, el nacimiento de la filosofía, también apareció como una forma de vivir en compañía de esta inevitable partida. En el Fedón, Sócrates le dice a Simmias: “los que de verdad filosofan, Simmias, se ejercitan en morir, y el estar muertos es para estos individuos mínimamente temible”. Cicerón también aseveraba, de manera similar, que filosofar no es otra cosa que prepararse para la muerte.
En este sentido, muchas filosofías, tanto orientales como occidentales, sustentaron sus principios en estos conceptos y sus seguidores llevaron una vida cónsona con dichos pensamientos. De manera similar a Sócrates, Buda les decía a sus discípulos: “Incluso la muerte no debe ser temida por alguien que ha vivido sabiamente”. En el Sutta Satipatthana, cuando Buda se refiere a las nueve contemplaciones del cementerio, les aclara a sus discípulos: “Asimismo, monjes, cuando un monje ve un cuerpo que lleva un día muerto, o dos días muerto, o tres días muerto, hinchado, amoratado y putrefacto, tirado en el osario, aplica esta percepción a su propio cuerpo de esta manera: “Es verdad que este cuerpo mío tiene también la misma naturaleza, se volverá igual y no escapará a ello.” De esta forma, Buda continúa invitando a los monjes a que prosigan su contemplación con diferentes cuerpos en descomposición en el cementerio, unos devorados por cuervos, buitres, perros y chacales, otros por gusanos e insectos, hasta que se convierten en esqueletos. Y así los conduce hacia el contacto con una cruda realidad que, tarde o temprano, tendrá que pasarle a su cuerpo.
Varias escuelas griegas vivieron con la conciencia de una vida finita, pero en especial resalta el estilo de vida de los estoicos que, dentro de sus prácticas, tenían el llamado “Memento mori”, que es una expresión latina que significa: “recuerda que morirás”. En este sentido, los estoicos vivían con el convencimiento de que podían morir en cualquier instante, y por eso había que aprovechar la vida en momentos sustanciosos que ayudaran a la sociedad o que les hiciera crecer internamente y conseguir la autarquía, ese gobierno de sí mismo, o el nivel de conciencia que alcanzaba el sabio y que se bastaba a sí mismo para ser feliz.
Epicteto, uno de los máximos representantes del estoicismo, junto a Séneca y Marco Aurelio, llegó a decir: “¿Cómo te gustaría que te sorprendiese la muerte? En lo que a mí respecta, yo quisiera que me sorprendiese ocupado en algo grande y generoso, en algo digno de un hombre y útil a los demás; no me importaría tampoco que me sorprendiese ocupado en corregirme y atento a mis deberes, con el objeto de poder levantar hacia el cielo mis manos puras y decir a los dioses: “He procurado no deshonraros ni descuidar aquellas facultades que me disteis para que pudiera conoceros y serviros. Este es el uso que he hecho de mis sentidos y de mi inteligencia”.
El Memento mori conlleva a buscar una actitud que nos impulse a tener ganas de vivir intensamente, a vivir en el presente y a aprovechar a fondo nuestro tiempo, a entender que el Titán Cronos nos devora desde el momento en que nacemos y que por esto debemos sentir la vida como un regalo o una bendición. En otras palabras, nos lleva a entender la expresión latina Carpe Diem, Tempus Fugit, que significa “aprovecha el día, el tiempo vuela” o pudiéramos decir que el tiempo huye y desaparece. Y es que los días vividos fueron momentos que quedaron en nuestros recuerdos pero que no regresarán.
Recordar que
somos mortales nos da una perspectiva más realista de nuestra existencia, y nos
ayuda a percibir la importancia real que tienen las cosas y situaciones que nos
rodean. Las preocupaciones superficiales pasan a un segundo plano, dejan de
afectarnos como antes y damos más importancia a materializar los sueños más
profundos y a tratar de convertirnos en personas virtuosas.
Otro personaje
importante dentro de la filosofía griega que no podemos dejar de mencionar es a
Epicuro, para quien la aceptación muerte era muy importante, ya que la percibía
como parte de un proceso normal de la vida y decía que no le temiéramos porque
mientras estemos vivos ella no está, y cuando ella llegue ya nosotros no
estaremos.
En una oportunidad le escribió una carta a su discípulo Idomeneo de Lampsaco que comenzaba diciendo: “En este día feliz de mi vida, en que estoy en trance de morir, te escribo estas palabras…” Toda una muestra de poseer una elevada conciencia sobre el concepto de la muerte y la temporalidad.
En el pensamiento contemporáneo de ciertas religiones y filosofías orientales encontramos, de manera similar a estas corrientes de pensamiento griego, a personas preparándose para tomar con sabiduría la inevitable transición de la muerte. En su libro Enseñanzas para morir en paz Ramiro Calle nos cuenta una interesante experiencia: “Hace años hallé en Nepal a un viejecillo que, al atardecer, pedía unas rupias para comprar madera destinada a su propia incineración. Estaba asombrosamente tranquilo, sin perder su tenue sonrisa. Murió aquella noche y vi cómo incineraban su cuerpo al día siguiente. Puedo asegurar que ese hombre no sentía el menor temor a la muerte”.
Así mismo, nos relata Soyal Rimpoché, en El libro tibetano de la vida y de la muerte, que en los años de ocupación forzada del Tibet por la China comunista, se había enviado a detener a muchos maestros, monjes y monjas, con el fin de quebrantar la voluntad del pueblo y someterlo. Bajo esta finalidad, se envió a un grupo de soldados a detener y torturar a un viejo y respetado abad de la provincia de Kham, que había pasado muchos años en retiro espiritual en las montañas. El maestro era anciano y ya no podía caminar largos trechos, así que le consiguieron un malogrado caballo para llevarlo. Por el camino, el viejo abad comenzó a entonar canciones llenas de sentimiento, que los chinos no entendían, poco antes de llegar al campamento dejó de cantar y cerró sus ojos. Tal vez habían pensado que se había dormido, pero cuando intentaron despertarlo, se dieron cuenta que había muerto. Él había dejado su cuerpo de manera voluntaria y silenciosa.
Además
de la Filosofía, la muerte ha servido de inspiración para la poesía, la
literatura, el arte, el teatro y ciertas áreas del saber cómo la Psicología, la
Psiquiatría, la Física y la Teología.
Cabe subrayar, el aporte tan significativo que han hecho muchos médicos e investigadores en los estudios de muerte reversible o experiencias cercanas a la muerte (ECM), que empezaron a sonar en 1975 con aquel famoso libro titulado Vida después de la vida, escrito por el doctor Raymond Moody. Aunque ya para el año 1969 se había revolucionado el mundo de los cuidados a enfermos terminales con el famoso libro de doctora Elizabeth Kübler-Ross: Sobre la muerte y los moribundos, en el que se establece el modelo Kübler-Ross, que pasará a la posteridad como las cinco etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión y aceptación). Estos dos pioneros iniciaron los estudios de los relatos que contaban los que se estaban despidiendo de este mundo y los que fallecían clínicamente, pero lograban regresar. A parte de describir las experiencias de estos pacientes, resaltaban los cambios de conducta que experimentaban al estar en contacto con este inevitable final, ya que comenzaba a ver la vida como una transición y aprovechaban al máximo los momentos que experimentaban, manifestaban aumento de la confianza en sí mismo y en el sentido de propósito en la vida, se reducía el temor a la muerte, incrementaban su espiritualidad, la compasión por otros y el aprecio por la vida, y a la vez mostraban poco interés por las posesiones materiales.
Muchos
otros investigadores prosiguieron con dichos estudios y siguieron generando
interesantes aportes sobre el tema, como es el caso de Pim vam Lommel, Bruce
Greyson, Eben Alexander, Sam Parnia, Knneth Ring y Peter Fenwick, solo por
mencionar algunos.
Es importante señalar que años atrás, las personas fallecían en casa, junto a su familia, en presencia de los niños, amigos y vecinos. El acto de morir era, por tanto, un hecho asumido desde la infancia. Desde niño, se percibía el dolor que producía la muerte de seres queridos y la forma en que cada uno se preparaba para morir y afrontar la última despedida. Este tipo de vivencias acercaba más a las personas al pensamiento de la muerte. Por otro lado, el tiempo de vida era más corto; y debido a esto nos encontramos en la historia con personas muy jóvenes, según nuestro concepto actual, que ya habían caminado un largo trecho de realización personal, que habían rellenado los espacios de su vida con una buena cantidad de contenido sustancioso. Porque una cosa es la cantidad de tiempo que podamos vivir y otra la calidad de tiempo vivido. Ya lo aclaró Séneca en su oportunidad, cuando dijo: “No hay motivo para pensar que cualquiera que haya vivido largo tiempo, porque le salieran las canas o porque lo veamos con la cara arrugada; este no vivió largo tiempo, sino que estuvo largo tiempo en la Tierra”. Y esto es importante en la actualidad porque, a sabiendas de que la medicina ha alargado nuestro tiempo en este mundo, muchos ocultan el pensamiento la mortalidad y postergan sueños y proyectos para después, un después que tal vez nunca llegue.
Steve Jobs, en su famoso discurso de graduación para los graduados de Standford, dijo: “La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie se le ha escapado nunca. Y así es como debe ser, porque la muerte es muy probablemente el mejor invento de la vida”.
Lamentablemente,
una mayor parte de la sociedad actual no está diseñada para familiarizarnos más
a fondo con el concepto de la muerte sino para evadirlo, es una actitud de
rechazo y ocultación. Una visión que debería estudiarse más en las escuelas y
Universidades, pero el tecnicismo social, el afán de la producción
mercantilista y la acumulación de bienes materiales se impone. Los gobiernos
invierten millones de dólares en entrenar a ejércitos para que maten y
destruyan a otras personas, en la compra o fabricación de armas de guerra,
proyectiles, bombas, aviones, barcos y submarinos, cuando saben que existen
millones de personas que pasan hambre, se enferman, carecen de una educación
básica o viven en situaciones de miseria. Además, invierten poco o nada en
enseñar sobre la finitud de la vida y en tomar conciencia sobre la importancia
que posee cada ser humano en este mundo y en el aporte que este puede dar en su
tiempo histórico.
Tal
vez esto suene muy utópico o romántico, pero esas mismas escuelas deberían
enseñar y profundizar en el concepto de la otredad, el amor y la compasión al
prójimo, no como un acto religioso, sino como uno virtuoso que vaya aplacando
la avaricia y el egoísmo que habita en nuestros corazones, además de tantos
otros vicios que tiñen de negro este mundo. Pero en una sociedad que rinde
culto al cuerpo, al hedonismo y a la vida material, es inevitable que pensemos
que debemos vencer la batalla contra la vejez y la muerte para vivir una eterna
juventud. Por eso queremos apartar la visión de la muerte de nuestra
existencia, lo cual se convierte en una utopía que, a la larga, nos conlleva
hacia una vida superficial, adormecida y sin sentido.
La
muerte se ha convertido en un acto sanitario, controlado por los hospitales,
cementerios y por las funerarias donde el cuerpo es maquillado y preparado en
un ataúd, para luego ser enterrado o cremado y así romper lo más pronto posible
con ese duro recuerdo. En otras palabras, un acto frío y comercial. Si se
tomara conciencia de que todos envejeceremos y, en consecuencia, moriremos, se
convertiría una política de Estado construir modernos y confortables asilos
para ancianos y geriátricos gratuitos, para todas los que deseen retirarse a
esperar su travesía final en este mundo. En estos lugares debería reinar la
alegría, la paz y la reflexión, además de la orientación necesaria para evitar
cualquier tipo de angustia y esperar con calma la última expiración.
En
estos días de pandemia mundial hemos palpado la muerte muy de cerca, y hemos
sentido el temor de contagiarnos de este peligroso virus, o de haber padecido
esta enfermedad y creer que no podríamos superarlo. Por algo se le ha llamado
el virus de la conciencia, porque nos invita a pensar sobre la fragilidad de la
vida, además de enseñarnos a valorar otros aspectos importantes como la
relación con los miembros de nuestras familias que, en la cotidianidad,
terminamos por desvalorarlos. Otro aspecto que muchas veces pasamos por alto es
la importancia del rescate del medio ambiente, que se ha venido deteriorando
como consecuencia de la contaminación ambiental. Parece que olvidamos que esta
pequeña esfera azul que viaja por el Universo, es nuestro hogar, y que por
tanto estamos obligados a mantenerla y mejorar sus condiciones, tanto para
nosotros como para las generaciones venideras.
Es
importante recordar que hoy puede ser la última vez que vayamos a la cama y en
la mañana, al levantarnos, recordar que puede ser la última vez que lo hagamos.
En este sentido, vale la pena realizarnos esta interrogante: ¿Cómo viviríamos
si fuera hoy el último día?
Vencer
a la muerte es una utopía, unos se van jóvenes y otros más viejos, pero, en
definitiva, a todos nos toca partir. Por eso el tener a la muerte como una
aliada en la vida, tal vez como una amiga que nos recuerde constantemente que
estamos de visita en este mundo, puede convertirse en una gran oportunidad para
vivir. Esta conciencia nos llevará a ser menos apegados a las cosas materiales,
a ser más humildes y menos arrogantes porque entendemos nuestra fragilidad, a
examinar nuestro comportamiento y corregir los errores, a revisar
constantemente la vida que llevamos y preguntarnos si en realidad estamos
luchando por nuestros sueños, si hemos perdonado a quien deberíamos perdonar, a
hacer aquello que nos llena y a dejar de perder el tiempo en cosas triviales o
a estar sumergidos en la sempiterna rutina de la cotidianidad que nos conduce
al adormecimiento, y termina por convertirnos en esclavos de una sociedad que
se especializa en fabricar nuestros deseos y hacernos olvidar que estamos de
paso por este mundo. A no dejar pasar los días como si fuéramos a vivir para
siempre y a no posponer para un futuro incierto lo que para nosotros es
importante ahora, y después arrepentirnos de no haberlo hecho, en otras
palabras, si estamos cumpliendo con la frase de Gandhi que nos invita a vivir
como si fuéramos a morir mañana y a aprender como si fuéramos a vivir para
siempre.
La vida es una corta y frágil travesía, en la cual estamos de paso, y apenas comenzamos a comprender su rápido trayecto empezamos a despedirnos. En ese camino se presentan muchas adversidades. Es una cuesta de supervivencia, con jardines y acantilados, un claroscuro donde debemos aplicar nuestras mayores habilidades para sobrevivir, donde debemos comprometernos con nuestro momento histórico y trabajar en hacernos mejores personas. Quisiera dejar como corolario del presente ensayo una frase que escribí hace algunos años y que encierra la esencia de estas ideas: “Nombra a la muerte tu fiel compañera y te recordará lo grande que debes ser”.
Por: Ernesto Marrero Ramírez
Facebook: Ernesto Marrero Ramírez
Instagram: @ernestomarrero
Vivirytrascender.blogspot.com
Caracas, 27 de junio de 2021
miércoles, 11 de agosto de 2021
domingo, 8 de agosto de 2021
domingo, 6 de junio de 2021
Alicia en el país de las anarquías
El sol penetraba resplandeciente por la ventana de su cuarto y una sonrisa se dibujó radiante en el rostro de Alicia. Con entusiasmo se levantó de su cama y la tendió con premura; luego se vistió y fue a la habitación contigua para despertar a su hermana mayor que, con un poco de pereza, se puso de pie.
—Buenos días, Margaret, es hora de
levantarse— dijo Alicia con el rostro sonriente—. Hoy tienes un compromiso
conmigo.
Era domingo y estuvo esperando toda la
semana para ir con su hermana al bosque a disfrutar del paisaje, tomar unas
fotografías y comer algunos sándwiches que prepararía su madre. Era una promesa
que Margaret le había hecho días atrás.
Alicia era una hermosa joven que
estaba por cumplir sus quince años. Tenía ojos redondos color café que hacían
juego con su piel blanca, y una ondulada cabellera dorada que se extendía en
forma de bucles. Le encantaba el contacto con la naturaleza: las aves, las
flores y los árboles. Conservaba colecciones de libros sobre esta materia y
quería ser bióloga cuando ingresara a la universidad. También le encantaba la
fotografía. Su papá le había prometido una cámara profesional para el día de su
cumpleaños y mientras tanto disfrutaba con un smartphone con una camara de buena resolución.
Había llegado Alicia con su hermana al
bosque. Un lugar paradisíaco coronado por flores silvestres que coloreaban el
entorno, y un olor a hierba, a pasto y a tierra humedecida por el sereno de la
mañana que formaban un ambiente de quietud y sosiego. El sonido de un río que
acariciaba las piedras a su paso se sentía fluir a poca distancia, mientras el
cantar de las aves y la brisa que correteaba entre las hojas brindaban una
sensación de libertad inolvidable. Aunque muchos no lo veían así, para Alicia
ese espacio era una especie de templo en el que podía sentir las cuerdas más
profundas de su alma.
Después de que ambas disfrutaron de
una deliciosa merienda, Margaret se fue hasta el arroyo y colocó sus pies en
el agua. Alicia se sentó en la base de un árbol de tronco grueso con la
intención de leer un libro. Se trataba de una novela de amor y ciencia ficción
cuyo protagonista era un viajero del tiempo que venía del futuro y se enamoraba
de una chica del presente; un amor que parecía imposible, un amor separado por
el tiempo y por mundos muy distintos, pero a pesar de todo valía la pena
experimentarlo. «Así es el amor», pensaba Alicia, «no se sabe cuándo comienza
ni cuándo termina». También hablaba de la contaminación mental y ambiental, y del daño que esto le causaba al planeta. Un tema que le llamaba mucho la atención. Mientras leía, la joven sintió mucho
sueño y sus ojos se fueron haciendo cada vez más pesados.
De pronto escuchó el ruido de una rama
que se quebraba a unos pocos metros, lo cual interrumpió su sueño. Se trataba
de un hombre que caminaba apresurado, de baja estatura, piel blanca, orejas
grandes, dientes sobresalientes y nariz redonda. Vestía ropa deportiva y un
chaleco negro que le quedaba ceñido al cuerpo. Al detallarlo, Alicia se acordó
del rostro de Buggs Bonny, el protagonista del comic El conejo de la
suerte, y le dio mucha risa. Mientras se alejaba notó que aquel individuo
le había robado la cesta en la que había llevado la comida, su cámara
fotográfica, su cartera y el reloj pulsera. Alicia se molestó mucho sobre todo
porque él la veía y se reía de lo que había hecho. Enfurecida, se puso de pie y
le gritó que se detuviera, pero el hombre más bien aceleró el paso. Quiso
correr y alcanzarlo, mas era tarde: el ladrón se había introducido por un hueco
que estaba entre unos arbustos y desapareció. Llenándose de valor, e impulsada
por la ira, también se introdujo por el orificio. Era oscuro y frío, parecía
una especie de madriguera de conejos, pero de gran tamaño. Alicia iba caminando
en línea recta y el lugar se hacía cada vez más pequeño y oscuro. Súbitamente
cayó por un hoyo que parecía no tener fin. Ella gritó con todas sus fuerzas
porque pensó que se estrellaría contra el suelo pero, como por arte de magia,
empezó a flotar. Sentía que viajaba en algo similar a un colchón de aire y fue
descendiendo con lentitud hasta que se posó sobre un suelo arenoso. Luego la
intensa luz del sol apareció ante sus ojos. Cuando aclaró su visión se dio
cuenta de que se hallaba frente a un río de color marrón y maloliente que
arrastraba basura y desperdicios de todo tipo. Como pudo, se cubrió la nariz
con su mano y siguió persiguiendo al delincuente. Mientras avanzaba percibió
cómo a su alrededor se extendía una ciudad: edificios, casas y muchos automóviles
pasaban a su lado, y por estar distraída perdió de vista al ladrón que había
desaparecido.
La chica subió por una pendiente y
entró a la urbe. Caminó por una acera y unos metros más adelante volvió a
visualizar al bandido que pasaba corriendo al lado de un grupo de policías, que
conversaban plácidamente y utilizaban sus teléfonos celulares para enviar
mensajes de texto. Parecía que estaban hipnotizados por aquellos aparatos e
ignoraban lo que estaba sucediendo a su alrededor. Cuando Alicia se acercó a
los agentes para notificarles que había sido víctima de un robo, uno de ellos
se molestó porque lo había interrumpido de una charla a través del chat y
de inmediato le pidió los papeles de identificación. Ella le explicó que aquel
sujeto con cara de roedor le había quitado su cartera que contenía todos sus
documentos. A lo que él le respondió:
—Señorita, lamento informarle que
queda detenida por no poseer documentos que la identifiquen — profirió con voz
inquisidora.
—Pero… ¡¿cómo es posible que usted me
diga eso?, señor agente! —expresó perpleja y con nerviosismo en sus palabras—,
si me acaban de robar y vengo persiguiendo al atracador.
—¡Ah, con que levantándole la voz a la
autoridad!…, otro motivo para que vaya a la cárcel —indicó el funcionario con
ojos chispeantes y cara de enojo.
Lo peor era que Alicia podía ver al
bandido a lo lejos que seguía burlándose de ella con su cara de conejo y una
mueca tan grande que parecía una luna nueva en el cielo nocturno. Se llenó de
indignación, salió corriendo, y el policía también corrió detrás de ella.
—Detente y acata las órdenes de la
autoridad. ¡Quedas detenida! —gritó el funcionario con voz autoritaria
Cuando se disponía a sacar su arma de
reglamento para realizar unos disparos al aire, recibió una llamada telefónica
y se detuvo para atenderla. Entonces se puso a conversar por el aparato como si
no hubiera sucedido nada. Aunque parezca mentira, el resto de los agentes
estaba tan imbuido en sus actividades telefónicas que ni siquiera se movieron
del lugar para ayudar a su compañero.
Alicia prosiguió su camino por aquella
ciudad tan extraña donde parecía que la gente estaba adormecida o hipnotizada;
se veían como sonámbulos que deambulaban de un lugar a otro sin rumbo fijo. El
tráfico en las avenidas y autopistas era insoportable, solo había paso para los
motorizados que zigzagueaban entre los carros, contravenían las flechas,
irrespetaban los semáforos, se subían por las aceras que utilizaban como atajos
y rayaban algunos autos con su manubrio. «Aquí los motociclistas son
irrespetuosos de las normas de tránsito…, si lo sabré yo, que mi papá tiene una
moto y es exageradamente precavido», reflexionó. «¡Oh, Dios mío! Esta ciudad es
un verdadero caos. Donde yo vivo planifican el urbanismo y cada vez que aumenta
el parque automotor fabrican vías para permitir el paso de los vehículos. Pero
estas calles parecen estacionamientos».
Una ambulancia quería pasar y con
desespero intentaba abrirse paso en aquel bloque de metal, al igual que un
camión de bomberos que por otra vía trataba de cruzar.
Entonces presenció algo insólito: «un
funeral de motorizados». La camioneta que llevaba el féretro iba muy lenta por
una vía principal y varias docenas de motociclistas la seguían, mientras daban
vueltas a su alrededor y otros levantaban sus motos en su rueda trasera. De
repente decidieron cerrar la calle por completo y sacaron sus pistolas. De esa
manera empezaron a asaltar a los conductores que venían detrás del cortejo
fúnebre en sus carros. Alicia calculó que fue un total de cuarenta robos en ese
momento. Después comenzaron a disparar al aire, reabrieron la vía y
prosiguieron el luctuoso protocolo. Desde luego, ninguna autoridad intervino en
el suceso. Alicia se acordó de una película de vaqueros en el salvaje oeste,
que había visto con su papá, en la que un grupo de bandidos venía cabalgando
hacia el pueblo a robar un banco, alzaban sus caballos en las patas traseras,
sacaban sus revólveres y disparaban al aire para asustar a las personas y
presumir de ser muy malos. La diferencia era que en el film tenían caballos en
vez de motos y el sheriff, junto con sus ayudantes, sí realizaba su trabajo de
defender a los lugareños.
Continuaba caminando Alicia y ya no
veía al bandido. Quiso devolverse y abandonar su persecución, pero la
curiosidad ante las cosas tan inverosímiles que estaba presenciando y la
indignación por aquel hombrecillo que, además de haberle robado, se burlaba de
ella le impulsaba a proseguir. Pasó por una callejuela en la que observó un
cartelón que decía: «Prohibido botar basura» y debajo había un montículo de
desperdicios repleto de moscas que parecían hacer guardia, y cuatro perros que
trataban de hallar restos de comida. Se percibía un olor putrefacto que
impregnaba la zona. Un hombre que pasó por aquel lugar se le atravesó a Alicia,
tenía las dos manos sobre el estómago y el ceño fruncido, venía tambaleándose
de un lado a otro. Su inocencia le hizo pensar que el individuo poseía algún
tipo de malestar como producto de aquel ambiente descompuesto, cuando en
realidad se trataba de un borracho que salía de un bar que se hallaba en la
esquina.
Preocupada por lo que le sucedía, le
preguntó:
—Señor, ¿qué le pasa?... ¿le puedo
ayudar en algo?
—Es que teeeengoooo… —y en ese momento
soltó lo que llevaba escondido— Prrrrrrrrrrrrrrrrr — era una vigorosa
flatulencia que estremeció el sector y casi pudo resquebrajar la calle. En su
cara se delineó una maliciosa sonrisa de satisfacción.
El estómago de Alicia se terminó de
revolver, se puso la mano en su boca y corrió con todas sus fuerzas para
abandonar aquel espacio. Después de unos minutos se detuvo. Ya estaba cansada,
las gotas de sudor corrían por su frente y se secaba con el dorso de la mano,
así que decidió sentarse en un banco de cemento que estaba en una esquina de la
acera y desde allí pudo contemplar la avenida en su totalidad. A medida que calmaba
su respiración se asombraba de ver cómo los conductores hacían caso omiso de
los semáforos y cruzaban con luz roja. Paradójicamente, en luz verde tenían que
pararse hasta que los dejaran pasar a ellos. Otros choferes utilizaban el canal
de auxilio vial para adelantar a los demás vehículos. Era una verdadera locura.
Proseguía observando y cada vez
quedaba más perpleja. Muchos transeúntes que caminaban por las calles hacían
caso omiso de los rayados peatonales y solían arrojar algún papel o una colilla
de cigarro al suelo. Taxis y buses dejaban a los pasajeros en cualquier lugar;
pasaban por alto los sitios de paradas. Muchas veces trancaban la vía sin
importarle que pudieran estar obstaculizando la circulación de los otros que
venían detrás. En algunos de aquellos transportes podía verse una nube negra de
humo que emanaba de los tubos de escape, y en otros, cómo los usuarios lanzaban
desperdicios por las ventanas: vasos plásticos, envoltorios, servilletas, entre
otras cosas.
Sentada en aquel espacio, Alicia se
enroscaba su cabello con el dedo; era una forma inconsciente de drenar sus
nervios. Estaba desconcertada al ver tanto irrespeto y anarquía. Entonces se
recordó de la novela que estaba leyendo en la que el viajero del futuro
advertía que de seguir con una mentalidad inconsciente estábamos predestinados
al caos social y a la posible destrucción del ecosistema de nuestro querido
planeta.
—Por Dios, ¡cuánta inconsciencia puede
existir en el ser humano! Si mis padres pudieran ver esto no lo creerían. ¡Ojalá
y tuviera mi cámara fotográfica en este momento!, —murmuraba en voz alta—
…Tanto que me han hablado de los principios que poseen las personas mayores,
pero ahora veo que hay mucha mentira en esas palabras.
Mientras su mente volaba entre tantos
pensamientos aterrizó de manera repentina. Estaba presenciando cómo empujaban a
una señora de edad avanzada, y golpeaban con la cacha de una pistola a la joven
que la acompañaba para quitarle sus carteras y los teléfonos celulares. Al
parecer, los habitantes de aquella urbe estaban tan acostumbrados a estos
sucesos que mantenían cierta calma sobre lo que les sucedía a los demás.
Parecía que la capacidad de asombro había desaparecido.
En la cuadra que seguía a la que
ocupaba Alicia, pudo ver una vez más al malhechor que ya se había colocado en
la muñeca el reloj robado. Observaba la hora como señal de que estaba muy
apurado y a la vez fijaba sus ojos en ella con una sonrisa sarcástica. El
delincuente giró, entró a un estacionamiento y la joven hizo lo mismo. Allí
continuó con su estado de admiración cuando encontró un letrero grande que
decía: «prohibido estacionar motos» y debajo había más de quince motocicletas
estacionadas en perfecto orden. Cuando le preguntó a una señora que pasaba a su
lado por qué motivo sucedían estas cosas, la doña le respondió que se trataba
de un hecho frecuente en esa localidad. Al parecer las señales de tránsito y
los avisos estaban escritos en un lenguaje indescifrable para una gran parte de
los ciudadanos.
Otra vez avistó al malhechor en un
edificio que estaba al cruzar la calle; se burlaba de ella desde la ventana de
un segundo piso. Alicia decidió ir por él, ya estaba cansada de ver tantas
locuras juntas y quería regresar. Su hermana Margaret debía estar angustiada
por ella. Entonces entró en un ascensor y saludó a los presentes: «buenas
tardes». En ese momento las personas la percibieron como una extraterrestre;
por supuesto, nadie le contestó el saludo. La mala educación también gobernaba
en aquellos ciudadanos. Cuando llegó hasta el lugar donde había visto al
ladrón, ya no estaba. Al asomarse por la ventana detalló que estaba otra vez
afuera. Esta situación la estaba desesperando, le dio mucha rabia y sus
mejillas se enrojecieron.
Alicia reflexionaba sobre los eventos
que estaba observando y se daba cuenta de algo peculiar: era un lugar en el que
prevalecía la anarquía y todo parecía funcionar al revés que en las ciudades
donde ella había estado con anterioridad. Por ese motivo le llamaría: El
país de las anarquías. «Sí… Así le llamaré», concluyó.
Mientras caminaba encontró un
periódico que alguien había dejado tirado en el suelo y pudo leer, con terror,
la cantidad de secuestros que habían acaecido la semana anterior, además de
robos y crímenes que en su mayoría quedaban impunes. No podía entender cómo
sucedían esas cosas en aquella sociedad. También leyó un artículo en el que se
mencionaba la cantidad de leyes espléndidas que poseían en dicha.ciudad, pero
que poco se cumplían o poco se hacían cumplir. Era una problemática tanto de
los habitantes, como de los organismos que tenían la obligación de hacer
efectivas las normativas. A pesar del miedo que esas noticias le causaban, su
voluntad se mantuvo firme y continuó persiguiendo su objetivo.
Alicia pasó frente a una fuente de
soda en la que se reunía un grupo considerable de individuos que veían a un
hombre que salía en la televisión. Parecía una especie de ilusionista o brujo
que captaba su atención en una sesión de hipnosis. El hombre les hablaba con
mucha seriedad, aunque la mayor parte de su discurso era incoherente y absurdo,
pero al igual le aplaudían con desenfreno. Parecían focas de circo. No había
dudas de que aquel hechicero tenía grandes poderes porque su energía era
efectiva. Así entendió Alicia el origen de aquella forma tan irreflexiva y
alocada en que las personas se comportaban: estaban bajo la sombra de un poderoso
embrujo. Aunque ella no pudo ver su rostro, se imaginó a aquel personaje
vestido de negro con una larga túnica, un sombrero cónico y una barba angosta y
alargada, algo así como el mago Merlín. Cada vez se acercaba más gente al
televisor, la alegría del grupo se convertía en fervor y esto, a su vez, en
éxtasis. Esta euforia colectiva le generó mucho miedo y decidió retirarse del
lugar. Pensó que aquel brujo maligno podía encantarla y convertirla también en
una especie de zombi.
Por otro lado, apareció otra vez el
ladrón que se hallaba parado en una esquina mirando el reloj en su muñeca, en
su otra mano sujetaba la cesta de comida y en su interior, la cartera y la
cámara fotográfica. Luego salió corriendo y penetró por un oscuro callejón por
el que se atrevió a internarse Alicia. Este fue un grave error porque al final
de aquella calle estaba esperándola el hombre con rostro de Buggs Bonny,
pero en esta oportunidad tenía una mirada de hielo y una sonrisa malandrina. A
su alrededor estaba acompañado de una banda numerosa de criminales. Sacaron sus
pistolas y comenzaron a apuntar a la chica mientras la rodeaban. Asustada,
cerró sus ojos y se puso a llorar. El hombre con la cara de conejo le ordenó a
uno de sus secuaces que le cortara la cabeza.
—¡Sííííí…, que le corten la cabeza!
—gritaban los otros delincuentes con semblante de odio en sus rostros.
La respiración de Alicia se aceleró y
su corazón comenzó a palpitar con mucha fuerza, tanto así que parecía que iba a
salírsele por la boca. En ese momento escuchó la voz lejana de una mujer que la
llamaba:
—¡Alicia… Alicia… cariño, despierta!,
ya dormiste mucho, es hora de irnos.
Al abrir sus ojos se dio cuenta de que
estaba al lado de su hermana que trataba de despertarla. Se vio con el cuerpo
empapado de sudor y todavía parecía faltarle el aire.
—Margaret, ¿do… dónde estoy? —preguntó
con la voz entrecortada.
—Tranquila, hermanita, solo tuviste
una pesadilla —le comentó sujetándole la mano.
—No…, no puede ser, ¡¿qué pasó con el
ladrón y los asesinos?!
—No hay de qué preocuparse. Todo está
bien. Era solo un sueño —le explicó con dulce voz mientras acariciaba su
cabeza.
—¡Oh, he tenido un sueño tan curioso!
Alicia se fue tranquilizando poco a
poco y comenzó a narrarle a su hermana todo lo que recordaba de aquella loca
historia que había soñado. Mientras Alicia relataba su experiencia, a Margaret
le pareció ver que detrás de un árbol se asomaba un hombre que tenía la cara
como un conejo y llevaba un chaleco negro. También comenzó a imaginarse que el
río cristalino que estaba en el bosque se volvía turbio y maloliente. Cuando
levantó su mirada al cielo observó unas nubes que se transformaban en motos y
se le venían encima. Entonces espabiló y se puso de pie con rapidez.
—Querida hermana, ¿qué te sucede?
—preguntó Alicia.
—Nada, nada, es que también me dio un
poco de sueño, pero sigue contándome por favor.
Al final ambas rieron y comprendieron que solo se trataba de una experiencia onírica porque un lugar tan alocado, irracional y con un nivel de anarquía tan exagerado, era imposible que existiera en el mundo de la realidad. Entonces se fueron a la casa donde su madre las esperaba con el té caliente y un rico pie de manzana.
Autor: Ernesto Marrero Ramírez
De mi libro: Quisiera contarte algo
martes, 25 de mayo de 2021
No es la apariencia externa lo que vale
Los preparativos habían comenzado. Todos en el palacio de Buckingham esperaban a ese hombre tan nombrado, sobre quien se comentaba que era un santo y que había sido enviado por los dioses para salvar a los habitantes de la India, en especial, a los pobres que tan apartados se sentían en ese país únicamente por haber nacido en clases sociales muy bajas e, inclusive, algunos se hallaban en la casta de los intocables que eran seres considerados impuros y, por lo tanto, excluidos de la sociedad.
El rey Jorge V y la reina María lucieron ese día sus lujosos trajes para recibir al invitado que venía a tomar el té. Ya cuando todo estaba listo apareció por la puerta un hombre delgado, bajito, con anteojos y de contextura frágil que vestía su taparrabos de costumbre, un chal, unas sandalias y un reloj barato. Se escuchó un comentario en el palacio, preguntando si ese sujeto era Gandhi y una voz sonora que respondió:
—Sí. Ese hombre es Mohandas Gandhi, aunque se le conoce mejor como el Mahatma Gandhi o Alma grande.
Alguien le preguntó si no consideraba que era mejor utilizar ropas elegantes para una ocasión tan especial, a lo que Gandhi le respondió:
—La elegancia de las ropas del rey es suficiente para los dos.
También
se comenta que Gandhi tuvo una entrevista histórica con Lord Irwin, el virrey
de
Gandhi fue un abogado que ejerció su carrera por varios años y vistió como un profesional de su época, pero un día decidió mostrarle al mundo que la fuerza de la no violencia es más poderosa que cualquier imperio, y que las mejores vestimentas son las que luce el alma del hombre humilde y emprendedor.
A pesar de haber logrado la independencia de la India mediante un movimiento pacífico y ejemplar, fue asesinado de tres balazos por Nathuram Vinayak Godse, un fanático hindú, el 30 de enero de 1948. El Mahatma Gandhi quedó inmortalizado en la historia, y lo recordamos como un hombre que supo convivir en dos mundos completamente disociados: el de la política con sus falsas facetas y el proceso sincero de crecimiento espiritual.
Por: Ernesto Marrero R.
De mi libro: Cuando tenga tiempo, empiezo
domingo, 11 de abril de 2021
Lamentos de mi tiempo
En
la historia siempre encontraremos un Judas que vende su dignidad,
un Pilatos que alardea del poder y un Jesús
crucificado injustamente.
EMR
I
Cuánto
me cuesta entender
las
locuras de este mundo,
se
encumbra la viva moda
y
el sabio está moribundo.
Veo
al hombre adormecido
en
una loca rutina,
viven
sin ningún Sentido,
edificando
sus ruinas.
Atados
a la permanencia
olvidan
su temporalidad
nunca
piensan en la muerte
—sinónimo
de oscuridad—.
Ni
las grietas de los años
ni
la nieve de las canas,
despiertan
al hombre dormido
de
esta ilusión tan mundana.
Muere
el niño prematuro.
Muere
el joven que adolece.
Muere
el anciano cansado.
Muere
la flor que florece.
Y
aunque el espejo bruñido
refleje
esta realidad,
la
nube de la ignorancia
oscurece
la verdad.
II
Oigo a Sócrates decir:
—Sólo sé que no sé nada—,
y al ignorante expresarse
con sapiencia en la manada.
El oro es el regocijo
aunque venga mal habido,
es la viga que soporta
esta vida sin sentido.
El hoyo se hace más hondo
en el pensar de la gente
se cambian honores por plata,
y siliconas por mente.
Al anárquico lo aplauden
y al delincuente lo abrazan,
al correcto lo intimidan
y al pensador lo desplazan.
La sierra de la inconsciencia
y el hacha del egoísmo,
han talado sin cesar
hasta formar un abismo.
Cómo han destruido el bosque
y han secado la quebrada,
raíz del árbol que busca
el agua desesperada.
III
¡Cuánta hambre en este orbe!
Pobreza y desolación.
Barro y ceniza en los ojos
han cegado la razón.
Cuántas vidas inocentes
son segadas por el hampa
y otras desviadas de rumbo
por el vicio y por la trampa.
Cajón de resentimientos,
morral de lamentaciones,
van cargando las familias
que tienen limitaciones.
Ahogadas en la desidia
y en desvirtuados patrones,
van construyendo sus vidas
entre llantos y pasiones.
Ansiosas de un faro cierto
que ilumine sus caminos,
se confían del verdugo
que oscurece su destino.
Una
máscara de noble
se
coloca el prepotente.
Capa
de caperucita
y
un antifaz de valiente.
Demagogia
y populismo
hoy
carcomen mis oídos
son
la esperanza perdida
de
un sistema corrompido.
IV
Emperadores
y caudillos
nos
hablan de libertad,
con
la soga del poder
y
un prontuario de maldad.
Como
el alcohólico empedernido
que
no cesa de beber
ansían
los ciegos el trono
embebidos
de poder.
Se
creen omnipotentes
los
tramposos que han robado,
las
gotas de sudor y el hambre
del
trabajador honrado.
Por
la anhelada opulencia
ellos
viven como lobos,
aunque
el libro de la historia
los
recuerde como bobos.
Una
lucha de Titanes
entre
malos y malvados,
Sodoma
contra Gomorra
…son
tiempos desesperados.
Manda
el Judas que dirige
y
el Barrabás elegido,
clavan
al Cristo en la cruz
en
este mundo perdido.
V
Que mi tinta y mi grafito
levanten su voz imponente,
y romper el duro silencio
y denunciar al demente.
Hoy la moda es el vacío
de esta posmodernidad,
hay que encontrar un sentido
que nos brinde claridad.
En el éter de lo abstracto
ideas flotan airosas,
es deber del escritor
traducirlas con sus prosas.
Hay que mirar hacia adentro
y rescatar los valores,
de una esencia desvirtuada
por el odio y los rencores.
Recordar que la ignorancia
y el átomo de la sapiencia
provienen de un mismo núcleo
que dirige la conciencia.
Andar el camino justo
de esta vida temporal,
y abrir el portón certero:
“El que indica la moral”.
Valores y conciencia,
educación y más educación,
son herramientas vitales
para salvar la población…
Una noche que oscurece
y un amanecer en vía,
son los ciclos de este mundo:
el Dolor y la Alegría.
Por Ernesto Marrero R.
De mi libro: El Jardín de la existencia