Un libro se alza con el tiempo
y una hoja blanca espera las letras del día.
Somos chispas arrojadas al viento cósmico,
sin manual, sin mapa, sin señal
solo con la brújula interna de la intuición
Nacemos con un llanto, una puerta que se abre
al Edén de la incertidumbre.
Pequeñas manos se aferran al aire,
buscan un asidero, un eco familiar
que resuene en la vasta melodía del mundo
Anhelamos el hilo de Ariadna,
la secuencia oculta de este complejo manuscrito
... páginas talladas en una lengua desconocida
¿Existe una clave para este acertijo?
¿O es belleza inherente que no posee solución?
Nos aferramos a la luz, a las risas, a los
abrazos
que, como cometas centelleantes,
iluminan por un instante la noche de la vida
Construimos puentes sobre acantilados
y lanzamos cuerdas con la esperanza
de alcanzar una orilla que quizás no existe
La muerte, puerta secreta
idéntica a la del nacer
conduce hacia un silencio diferente.
Línea que se desvanece en el horizonte,
melodía etérea que se apaga
... deja el murmullo del recuerdo
¿Es el final del enigma, o simplemente el comienzo de
otro?
Somos navegantes sin puerto conocido
en un océano de misterios que no revelan su secreto
La verdad, niebla densa que se cierne sobre el valle,
presente perceptible, pero siempre inalcanzable.
Y en ese vaivén de no-saber y no-entender,
encontramos la grandeza en la propia búsqueda
El corazón, tambor en la oscuridad,
nos guía a través de sombras
hacia una luz infinita
hacia una luz desconocida
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